1
Las antiguas de mí misma
deben haber muerto
en fibras blancuzcas,
en aserrines
tropezándose en sus mismos pies,
ahorcándose en sus propios brazos.
Las otras de mí
deben haberse contenido el peso de las pupilas
en los pañuelos de sangre,
deben haberse colgado en los muros
a desgajarse el pellejo a piedras.
Encuentro que estoy hecha de fríos
como las otras
lo sé porque el dolor de vivir
se me ajusta a la espalda
y me circula como un hematoma negro.
Voy oscura, descalza
como si ya me hubiera unido a las sombras para siempre
como si ya hubiera vivido siempre
trago cuchillos,
me deleito sorbiendo agua sal por las ternillas
hasta llenarme el estómago,
hasta volverme cianótica.
El dolor es una especie de éxtasis:
lloro detrás de la cortina
y me gusta cómo mis lágrimas se van espesando.
Es como haber ingerido solvente.
¿Hasta cuándo podré reír?
no puede existir un placer tan gratificante
como el dolor que me abunda.
¿Hasta cuánto fuego podré tolerar?
Estoy hecha de eritemas
como quien guarda alacranes en el cajón
y se los traga
y deja que lo piquen hasta hacerse inmune.
No hay poción, ni raticida para el dolor
solo me queda apretarlo hasta que de tanto apretarlo
me vuelva insaciable.
Sin embargo
hoy no estás y eso si es insalvable
es una nueva mutación del dolor.
Las otras de mí deben haberse colgado en los muros
y despellejado a piedras.
2
Ya nadie quiere cuidar de esta mano
cuyos movimientos involuntarios han pretendido, dicen, ahorcarme.
La envuelvo
la cubro
le doy un beso en la cabecita
le arrullo
me amanezco meciéndola pero ella nunca duerme,
está vigilante,
pendiente
se sobresalta al menor ruido y me araña de desesperación el pecho.
Quiere llamar mi atención porque sabe que ya está cerca.
Le digo que sea cautelosa pero ella es muy impulsiva.
Es peor cuando la máquina de los latidos empieza a bombear toda la noche, sin descanso
y no termina de morirse ese pitido en mis ojos
o se vuelve a una sola hebra
y el hombre de blanco viene con su abulia
masculla algún silencio que he olvidado
dice algo que no entiendo
se acerca
se la lleva
le muele a sondas el cuello.
Él no entiende que ella solo pretendía advertirme.
Se la lleva.
Estoy sola.
Miro por el estrecho agujero del parapeto común:
El hombre de la pieza seis se ha levantado
y camina descalzo hacia el fondo
agitando la pierna como si quisiera lanzarla.
El hombre de las flores amarillas
se golpea la cabeza contra la pared
repitiendo la misma frase.
El martes arañaba con la cuchara el plato vacío
en un ritual interminable de invocación.
Ya nadie quiere atar estos cordones blancos que me crecen cuando llueve,
nadie quiere cuidar de esta mano
cuyos movimientos involuntarios han pretendido,
dicen, ahorcarme.
La envuelvo
la cubro.
Espero.

Rocío Soria (Quito, 1979). Realizó estudios en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador. Con su poemario "Huella Conceptual" obtuvo el 2do Premio en el Concurso de Poesía organizado por la Universidad Central del Ecuador, 2003. 1er Premio en el Concurso Interuniversitario de Relato Corto organizado por la Universidad San Francisco de Quito, 2005. Premio Nacional de Poesía Fanny León Cordero de la Asociación Ecuatoriana de Escritoras Contemporáneas, 2005. Medalla de Bronce en cuento en el Concurso de la Facultad de Filosofía de la Universidad Central del Ecuador, 2006. 1er Premio Concurso del Libro y de la Rosa organizado por la UNESCO y la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 2006. Ha publicado el poemario El Cuerpo del Hijo, 2008. Textos suyos constan en diversas antologías nacionales e internacionales.
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