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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Poesía
4 6 2007
El hombre del malecón por Juan Pomponio
El apartamento de Roger Smith se encontraba ubicado en una avenida que tenía un nombre imposible de pronunciar. La ciudad de Londres estaba húmeda como siempre. Era una mañana de plomo líquido que caía sobre los edificios transformándolos en espectros tristes. Sobre la cama revuelta en sábanas floridas resaltaban tres camisas prolijamente dobladas, un cepillo dental, dos pares de zapatos marrones, un extraño paquete envuelto en un papel azul brillante, un cuaderno, dos bolígrafos y una maleta a medio llenar. Era evidente que Roger Smith viajaría hacia algún lugar. En el cuarto de baño, el hombre alto, con ojos de cristal, de cabellos rubios, que presentaba una pequeña cicatriz debajo de su pómulo derecho, terminaba de recortar su bigote delgado como un rayo de luz dorado. Al finalizar de lavarse la cara exclamó con un suave grito de victoria: "Al fin llegó el momento de irme de aquí. Esa maldita oficina me ha chupado la sangre durante cuarenta años de mi vida." Entre sus documentos asomaba un pasaje de avión que mostraba el nombre de una gran ciudad de Sudamérica: Caracas. Y también se veía un pequeño folleto que hablaba de las bondades de una aldea pintoresca llamada Choroní. Ese nombre lo había atrapado el mismo día que ingresó en la agencia de turismo. Lo llamaba con una voz poderosa, ancestral y seductora. El ritmo enfermizo de la ciudad lo había agotado, estaba asfixiado de tanto hastío rutinario de haber hecho siempre las mismas cosas durante toda su vida. Roger Smith, por momentos sentía asco de sí mismo. Veía como el hombre moderno y supuestamente civilizado se ahogaba en un vómito de fatalidad existencial, donde el vacío horadaba el alma de los seres humanos, especie que era muy bien representada por él mismo. Roger Smith era el fiel exponente de un hombre que había desperdiciado su talento de artista plástico sentado detrás de un escritorio, vendiendo su espíritu creativo por la seguridad de tener un sueldo mensual y el seguro social que supuestamente lo protegería de todo mal. Al cerrar la maleta con el código cifrado de un candado, sintió que también lo hacía con su vida, que terminaba con una etapa de mediocridad lacerante. En ese momento le llegaron muy claras las palabras del único maestro en la escuela primaria que había reparado en su don para las artes plásticas: "Roger, tienes un potencial muy pocas veces visto en un niño como tú. Aprovecha ese talento que el Universo te ha entregado. No lo desperdicies en un trabajo que partirá tu alma y te vencerá eliminándote del verdadero camino para que seas uno más entre otros tantos millones." Las palabras de aquel hombre sabio sonaban muy claras mientras Roger, ahora abordaba el taxi que lo llevaría al aeropuerto. El vuelo 607 de American South Line lo estaba aguardando. Su nuevo destino comenzaba a gestarse en el mismo día de su cumpleaños número sesenta. Roger había nacido un 15 de noviembre de 1935 en un pequeño poblado de la campiña inglesa. En la sala de espera, donde veía a cientos de personas que caminaban como verdaderos autómatas buscando otros destinos, Roger reflexionaba: "He desechado mi vida en un trabajo que odié desde siempre porque nunca tuve el coraje de entregarme a la pintura. He destrozado mi talento hurgando en los pleitos ajenos donde la gente litigaba en juicios perversos buscando siempre la satisfacción material quitándoles los bienes a los demás. He puesto mi alma al servicio del abogado Phil Ray, una rata de leyes que ni él mismo respetaba." La voz del altoparlante que anunciaba su vuelo lo trajo al mundo de su viaje. Una vez más sintió esa opresión en su garganta que tantas veces lo atormentaba. Sentado al lado de la ventanilla y viajando en clase turista, Roger Smith cerró sus ojos. El avión despegaba hacia Caracas, ciudad tropical. Una voz que venía desde sus entrañas le susurró con amarga dulzura: "Roger, tu vida ha sido un charco de estiércol. Recuerda cuando te ordenaron desalojar a la familia de aquellos árabes lanzándolos a la calle, a la crudeza del invierno londinense. Recuerda la mirada suplicante de aquel niño, de aquella madre que lloraba. Y todo porque tu dueño era un xenófobo que odiaba aquella raza. Y tú lo permitiste, no lo enfrentaste a Phil Ray diciéndole lo que sentías. No sirves para nada." La severidad del pensamiento lo despertó de su letargo. Una bella azafata de verdes ojos artificiales le sonrío con una mueca mostrándole que tal vez, ella hubiese querido ser una bailarina de música clásica y ahora se encontraba a diez mil metros de altura volando en una rutina que también la asfixiaba. La mujer le dejó dos botellas pequeñas de vino tinto que Roger bebió casi con desesperación. El le agradeció con un leve gesto de su cabeza y la muchacha se marchó hacia otros pasajeros. Luego de unos minutos, el sopor del viaje mezclado con el alcohol lo durmió profundamente. Al despertar, la bella azafata de nombre Belén Betancourt le anunciaba que se abrochara los cinturones de seguridad porque en quince minutos estarían aterrizando en tierras venezolanas. Una mujer rolliza que viajaba a su lado se persignó. Un niño comenzó a llorar cuando el comandante de la nave aterrizó el avión con el aplauso cerrado de casi todos los pasajeros. Roger Smith había llegado a su nueva vida. Una pequeña camioneta contratada por la agencia de turismo lo esperaba junto a otro grupo de personas de varias nacionalidades. En su parabrisas tenía un cartel pintado que decía "TransChoroní", otra vez le llegaba el nombre mítico que tanto lo había hechizado. El viaje hacia la aldea fue agradable. Roger contempló la belleza de los cerros que se pintaban con el amanecer de aquél día glorioso para su vida. Siguió disfrutando del paisaje hasta dejarse vencer por el sueño. Al cabo de unos minutos, la voz que lo perseguía como un taladro invisible perforando su mente le quitó las telarañas del sopor: "La sociedad te ha utilizado como una máquina. Eres un hombre viejo. Acabado. No podrás huir de tu destino de mediocridad." El poblado de Puerto Colombia, Choroní, apareció frente a ellos como en un ensueño. Fue recibido por la imagen de Juan El Bautista que protegía la aldea. El sol estaba bien en lo alto. El mar de esmeraldas acariciaba las rocas del malecón y varios cañones herrumbrados vigilaban el ataque de barcos fantasmas. Roger pidió bajarse allí y con su bolso al hombro se encaminó hacia uno de los bancos de cemento. Se sentó, cerró los ojos y dejó que la fragancia del océano lo embriagara. Lo asimiló en cada átomo de su ser, sintiendo el aroma de la libertad por primera vez en toda su vida. Esa misma mañana se hospedó en la mítica Posada de Wilfredo, donde se albergaban poetas, viejos alquimistas que viajaban en el tiempo, orfebres, pescadores de tiburón y malabaristas del fuego. Pagó con su tarjeta de crédito plateada. Ingresó al cuarto y de inmediato tomó un baño de inmersión con sales marinas. Rato después se afeitó pacientemente la cabeza junto con las cejas. Era algo que siempre quiso hacer pero que nunca se había animado. Llamó a Wilfredo, un moreno simpático que siempre estaba con una cervecita en la mano y una sonrisa de sol en sus labios. Le pidió una botella del mejor ron venezolano y se puso a escribir varias cartas. Lo hizo hasta el anochecer. Pensó: "Ya tendré tiempo de visitar la belleza de las playas". Antes de salir hacia el malecón que tanto lo había fascinado, extrajo de su bolso el misterioso paquete azul que le habían entregado en la oficina de Phil Ray cuando decidió renunciar a esa vida de esclavitud y se fue caminando bajo la luz de la luna que besaba las tejas de aquellas casas pequeñas. Era una noche cálida como siempre, los artesanos vendían sus mercancías, los turistas paseaban, las morenas contorneaban sus cuerpos, algunos pescadores terminaban la jornada bebiendo unas cervezas y Roger Smith caminaba entre ellos como extasiado. Al llegar a la muralla del malecón, se paró de espaldas al mar y de inmediato comenzó a cantar una vieja canción de su tierra. La melodía brotaba como un bálsamo de paz, la dulzura de aquella voz comenzó a seducir a las personas, un tambor sonaba en la distancia como acompañando su canto de amor. Una morena de ojos negros lloraba, no soportaba tanta pasión en aquella lengua que ella desconocía. Dos perros aullaban y unos negros brindaban saludando al lucero que los miraba. Roger Smith siguió cantando hasta que una muchedumbre se reunió en torno suyo. Él estaba pletórico de ser auténtico, su calva brillaba tanto como la luna. Hombres y mujeres hipnotizados por su canto lo miraban como en un sueño. Al terminar su balada, Roger Smith, el hombre del malecón, extrajo de entre sus ropas el paquete azul y con un gesto de gratitud hacia todos aquellos hombres, abrió el pequeño bulto y comenzó a arrojar los billetes que saltaban verdes contra el cielo: —¡Tomen! —decía en un rudimentario castellano mientras les arrojaba todo el dinero que Phil Ray le había pagado por sus servicios de esclavo—. ¡Liberen sus vidas! Y los lanzaba al aire con la felicidad que se le notaba en su rostro. Roger Smith se estaba liberando, su alma se despojaba de todo. La gente comenzó a tirarse en el suelo en una feroz contienda. No podían creer lo que veían. El hombre de la muleta la soltó y comenzó a correr saltando en una pierna. Una señora gorda guardaba los billetes ente sus senos. Otros se tomaban a golpes de puños disputándose el dinero. Roger Smith los miró con compasión. Dio media vuelta, sintió una vez más la fragancia marina y comenzó a descender por la derruida escalinata del malecón, haciéndolo en cámara lenta justo frente al Cristo de los Pescadores. Caminó entre las piedras sintiendo la caricia del mar que lo llamaba. Arrojó un puñado de flores blancas que saltaron al cielo y se perdió en la profundidad del mar. Nunca más lo vieron
acerca del autor
Juan

Juan Pomponio nació el 23 de septiembre de 1966 en Berazategui (Buenos Aires), hijo de inmigrantes italianos. Diseñador gráfico, profesor de Educaciòn Plástica, profesor de Yoga y maestro de Meditación. Obtuvo premios y distinciones en concursos de poesía y cuentos, entre los que se destacan el 1er Premio en el Certamen Literario de Poesía “Almafuerte 1997”, organizado por Radio Universidad Popular de La Boca y otros premios. Fue también finalista del X Concurso internacional de Cuento Corto “Querido Borges 1997”, organizado por el “Liceo Internacional de Cultura” de La ciudad de Hollywood, California, EEUU. El título de su cuento es “Una Lágrima Dorada de Cristal”. En el año 2003, obtuvo una Divisa Honorífica Nacional por su libro “Salvaje”, otorgada por el Instituto Literario “Horacio Rega Molina”, en la ciudad de La Plata, Buenos Aires.