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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Poesía
5 5 2007
Viaje en colectivo y otras prosas poéticas, por Juan Manuel Faccio
Viaje en colectivo Viajábamos todos apretados, unos contra otros, rumiando nuestra continuidad como si fuese un amargo mordisco de pasto duro, éramos gemelos, dentro de una gran matriz metálica, unidos por un bizarro cordón umbilical de acero atado a nuestras manos, ahorcados lentamente con la inercia de la rutina. Nos mirábamos indiferentes y nos deteriorábamos indiferentes, podíamos ver marchitarse cualquier reflejo que existiese en los ojos frente a los nuestros sin dar la más mínima señal de emoción, podíamos ver morir a quien nos apretaba y compartía su calor somnoliento sin siquiera inmutarnos, éramos depredadores, dispuestos a devorar como caníbales la primer muestra de debilidad humana, amábamos la carne, la sangre, los tendones sufriendo, amábamos la muerte y los dioses incompletos, éramos un gran cáncer, un placentero tumor alimentándose de nuestra desesperanza común. Vivíamos en el recuerdo, atados a metas inexistentes, superadas o inalcanzables, con una total incapacidad de gozo, cumpliendo la cíclica e inacabable historia de Abel y Caín, existíamos como helados trozos de hielo, sólo efímeras pasiones perdidas en nuestra traslación continua. Ofrecíamos falsas sonrisas a falsas mascaras de carne, o al mejor postor, éramos gusanos devorando gusanos dentro de un cascaron blando y elástico. El alimento estaba acabado, y la gula era incesante, necesitábamos penetrar la oscuridad envolvente que nos atrapaba los parpados, necesitábamos superar el peso de la vida, hacer más llevadero el pestañeo universal que nos fue concedido. Estábamos fraguados en guerras, en hambrunas, mentíamos compasión por educación, sentíamos hambre por cronologías, amábamos porque estaba escrito que era necesario hacerlo, teníamos sexo desesperadamente, de forma visceral y asesina, machacando un cuerpo sudado que caído en desgracia de una noche se convertía automáticamente en victima de nuestro embiste, nuestros pensamientos eran simples ramificaciones de una paranoia, y la paranoia nuestra vida, y así, viajábamos, dejábamos atrás años luz de hormigón latente, engañábamos el guiño absurdo de los semáforos, escuchábamos los chirridos como si fuesen hipnóticas notas de alguna pervertida sirena, y pobres de nosotros, pobres, no atinábamos siquiera a tapar nuestros oídos con cera, pues el vicio era nuestro único don real, el único logro alcanzado como humanos, necesitábamos del vicio tanto como de la fe, sin uno o sin otro perdíamos el relleno, convulsionábamos y seguíamos nuestro camino, apagados igual que antes, amargados, igual que antes, pero ni siquiera desesperados, que era la mayor demostración de vida que podíamos lograr. Ahora simplemente transitábamos, errando por momentos parte de una autopista suicida que no tenía otro final más que la muerte, y ningún logro más que la farsa. Éramos animales enfermos, nacíamos enfermos y nuestra peste caminaba en dos patas, nuestra peste se reproducía, se alimentaba, marchaba entre nosotros, y la llamábamos hermanos, padres, hijos, amigos, amantes, dioses y hasta el rostro en el espejo. Se acercaba mi parada, rumiando mi amargo pasto, mi trozo de vida, el retazo diario del collage que se convertía en la historia de una vida, la inercia de la inexistencia, presioné el timbre, le saqué una mirada malhumorada al conductor y me bajé del colectivo. Era otra llaga en la lengua de un gigantesco monstruo de cemento, era el resultado de un mal cálculo carnoso, era un tumor disfrutando con la muerte lenta de mí presa, la célula corrupta entre células, era la traición del músculo sobre el hueso, era un humano más, un simple humano más viajando en colectivo. Manifiesto al olvido y al recuerdo Duermo sobre un colchón de recuerdos, y la vida infatigable intenta despertarme, intenta sacar esa pátina apagada que recubre los días, y me pregunto si hay manera más efectiva de suicidarse que la de continuar esta vida, si hay tortura más dura que la felicidad y amante más fiel que la soledad. Me hecho un cobertor embebido en pasado y dejo que su tibieza asesina penetre en mis huesos, que perpetre la inocencia de mis poros y les regale un instante, que le robe una sonrisa a mi esqueleto y me mienta por un segundo, que por un momento fugaz, como la existencia misma, me haga creer con su sonrisa burlona que amanece a mis pies, que el corazón tiene alguna explicación menos frívola que la inercia del pulso. Me integro a la naturaleza, y existo sin planteos, depredo y soy depredado, le escapo a mi sombra y a mil aristas extrañas que esperan ocultas en el reflejo, juego con la estela y no reconozco a quien pertenecen las huellas que persiguen mis pasos, dejo que la tinta fluya de estas venas secas, como arena que se escapa de un viejo reloj roto, y en cada grano dibujo un mundo perfecto e imposible. Y entonces noto que el cobertor cada vez más pesado sobre mi cuerpo me asfixia, se roba el aire de mis labios y los convierte en helados retazos de una existencia inoportuna, equívoca. Me separo de la carne, y veo un caparazón recostado que me observa con el asombro de la imaginación, que con una mirada perdida y asustada puedo hundirme en esos ojos sin fondo, tratando de encontrar una razón, de no consentir la soledad que se escapa entre las sabanas, y en lo mas profundo, un firmamento de hormigón que espera impasible, que con su imponente presencia inanimada, me recuerda, todo el tiempo, que la realidad es existencia inventada, que la vida es un preludio, que la muerte es temor ignorante y que la ignorancia es la dicha, sólo del ignorante, de él y de nadie más. Que la curiosidad es tiempo perdido y el conocimiento es un lento suicidio al igual que la vida misma. Que la naturaleza, en su cínico humor incomprensible, nos ha creado curiosos, las cicatrices son la memoria del cuerpo, la historia contada en la carne misma, que el tiempo es la mentira infatigable de una eternidad imposible, existente únicamente en una utopía idiota. Que las palabras no tienen otra utilidad más que limitar y, que por lo tanto, este texto es una negación a sí mismo, un absurdo, como la eternidad, como el amor, como la moral, como la belleza, todos conceptos limitados sobre posibilidades ilimitadas, confinando la realidad hasta un nivel que nos sea comprensible, carroña, el principio de la descomposición. Pues no hay vocabulario más rico que el silencio, y encuentro entonces una certeza, ni siquiera una afirmación, sólo una simple certeza, un deja vu que se repite tras un telón imaginario, tratado desesperadamente de hacernos ver que no hay colchones, no hay cobertores, no hay recuerdos, no hay nostalgias, no hay cicatrices, no hay existencia, no hay vida, no hay muerte, no hay sufrimiento, nostalgia, amor, odio, soledad, no hay nada, y la nada como punto de creación máximo es el único final, porque sólo en el final se encuentra la posibilidad de un comienzo, creando un circulo que se devora a sí mismo, y que en los estertores sufridos durante esa digestión creadora, nacemos, vivimos, amamos, recordamos, soñamos, y ante todo, nos engañamos, siguiendo la línea de continuidad oculta en ser; ¿en ser que?; la preservación de una raza injustificada, destructiva, un cáncer, sin derecho a la ignorancia ni a la dicha del conocimiento, cuando el ignorante es afortunado, cuando la curiosidad es un error cargado de humor negro, y la historia que se cuenta está escrita en la piel con cicatrices, y que las cicatrices son el recuerdo que la carne tiene por sobre el olvido de la razón y que el único olvido posible sobre el recuerdo de la piel es la muerte. Texto inanimado Una explosión inminente duerme bajo la pereza del amanecer, momento en que caen las realidades de la vida en la mirada de los que ahora dramatizan una muerte somnolienta, fingidos acólitos del bostezo y las legañas, perdidos en la fiebre de despertares, o el retorno a la pesadilla. Los Ángeles se afilan los dientes, pues el día del juicio llega todas las mañanas atado a las campanadas que acuchillan el aire desangrándole un nuevo episodio perdido entre magnetismos sociales y culpabilidad religiosa. Henos aquí, a todos, a mi, a ustedes, a los que ya no y a los que pronto ya, convertidos en dioses, duros dictadores, torturadores monárquicos sentados en la esquina del vicio, viviendo en la materialización del vapor, sumidos en una perdida incapacidad de razonamiento seguro, atados a una camisa de fuerza mental, que nos mantiene sedados ante las sensaciones que yacen ansiosas en nuestro paladar. Pobres gusanos devoradores de la herrumbre, satisfechos con las migajas de un banquete llamado vida, atrapados en una moral ficticia creada en la alquimia de la autoayuda, en el resurgimiento de la herida, una vagina anónima amando hasta los limites de la cordura, jugando homicida con las razones del ser, en su engañosa lubricidad, la del porque, la del deber y el no deber, estirando las líneas hasta la rotura y presentando su mascara de porcelana como sonrisa eterna, heladas caricias en este rostro plástico, carne sintética y dorados artificiales, sonrisas que matan, o el suicidio automático en una dentadura del edén. Que estallen las bombas dormidas bajo la corteza, que el óvulo permita la fecundación de una idea y que ésta deje caer como racimos miles mas. El caos nacerá de los árboles con su velocidad vegetal, su pulso de savia fresca y constante, robando la sangre de los músculos y obsequiando consistencia a la hoguera en el momento de las pasiones, fecundación, cascaron, duras mentiras y nacimiento, explosiones, extermino, extinción, un regalo del cielo y las carcajadas dentadas de los Ángeles acompañando el pulso en las yugulares, alimentándose, divirtiéndose, saciando sus vicios, reflejando la estupidez humana, burlándose de ella. Ángeles lobos, lobos humanos, humanos caníbales, tendones para la cena y demencia de postre, ¿es que no saboreamos la cordura mientras se enfría en la mesa?, culinario absceso destruyendo los ¿Porqués?, los ¿Dónde?, los ¿Cuándo? y los ¿Cómo?, dejando al descubierto las respuestas ocultas en el rincón del miedo, y como ritmo de fondo el llanto de las estrellas purificando el aire con su lluvia de azufre, su sabor de calidoscopio, el relieve de la cacofonía, los hermosos sones ocultos tras los fonemas de la destrucción. La purificación del purgatorio en la tierra, los violadores convertidos en dioses, incompletos dioses descascarando su rostro, con la piel de las ovejas aun sangrando bajo las uñas, vorágine de destrucción, Apocalipsis personal y masivo. Hemos encontrado un único escape en la prohibición de la naturaleza humana, nos escondemos en la ilegalidad de nuestra animalidad, en la naturaleza de nuestra existencia, en la auto negación del instinto. Vicio genético, rostros de miradas ciegas, manos apagadas de caricias, besos fríos en noches calientes, sabor a sexo alquilado, escapando al fantasma del amor, que humedece nuestras nucas con el afilado roce de la soledad y el miedo. Apocalipsis personal; homicidio, justicia, traición, desespero, locura, cordura, miedo, extinción, evolución, aceptación, abandono de la crisálida, devolvamos el aire a la inteligencia del estúpido para que respire, para que evolucione, pues sólo la estupidez nos queda como madera en medio del naufragio, la muerte del ego, calamidad, alas de mariposa imaginaria, el último vuelo y la extinción de la llama. Utopías Si la sangre hablase no existirían tal vez las mentiras Si las mentiras hablasen tal vez dirían la verdad Si la verdad fuese menos dolorosa tus ojos no estarían tan tristes Si tus ojos no fuesen tan tristes tal vez la tristeza no llorase Si las lágrimas no fuesen heladas tal vez yo amaría el invierno Si el invierno no me recordase las ausencias tal vez correría sonriente bajo la lluvia Si las sonrisas fuesen gratis el cielo sería verde y los árboles celestes Si los árboles hablasen, si las piedras hablasen si la esperanza existiese más que en un conjunto de letras el cielo sería redondo y la tierra volvería a ser plana Si los relojes no fuesen generales sus agujas no dispararían segundos contra los amantes olvidados en las plazas Si la sangre hablase diría que no quiere sangrar más el capricho de los estúpidos. Pero la sangre no habla, las mentiras mienten, la verdad desaparece, y cuando aparece lastima, tus ojos siguen siendo tristes (sublimemente tristes), la tristeza sigue llorando, la lluvia sigue punzándome los huesos, el invierno me congela inhóspito las sonrisas, las sonrisas siguen siendo costosas, los árboles siguen siendo verdes, el cielo sigue siendo celeste, las piedras están mudas y expectantes, el cielo continúa infinito, la tierra aburridamente circular, los relojes cada vez portan más galones, las agujas han mejorado su tino, y los amantes cada vez más olvidados desangran alguna tímida caricia en un pasado borroso. Pero la sangre sigue muda, el latido es cada vez más débil Y yo sigo siendo un simple soñador, atado a ésta cama.
acerca del autor
Juan Manuel

Juan Manuel Faccio nació en Bragado, pueblo de la provincia de Buenos Aires, en 1982. A los cuatro años, su familia se instala en Neuquén, y allí vive hasta el día de hoy. En esa ciudad ha cursado sus estudios primarios y secundarios. Siempre fue adepto a la lectura, instado desde chico por su familia de docentes. Sus autores favoritos son Julio Cortázar, Ernesto Sábato, Gonzalo Arango, Charles Bukowsky, etc. Ha publicado cuentos en varios portales de la web.