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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Poesía
1 3 2007
Claudia Carlisky entre la materia y la Ley, por Alicia Dujovne Ortiz
La prueba de la coherencia interna y de la autenticidad de esta poesía me la dio la autora hace unos años cuando presenté su obra en una galería de París. Yo había preparado las preguntas de rigor, pensadas para que el público, lector o no de poesía, recibiera de labios de la poeta algunas indicaciones que le sirvieran de brújula. Claudia Carlisky me escuchó con gentileza y me respondió a su modo. Sus respuestas consistieron en leer los poemas que para ella sin ápice de duda lo aclaraban todo. En ningún momento recurrió a un lenguaje intermedio que hiciera de puente. Lo que había querido decir estaba dicho, y en la única lengua posible, la del poema. ¿Éste no hablaba por sí solo? En ese momento tuve la sensación de que si Claudia hubiera estado obligada a explicarse con otras palabras que las de su poema, como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Avila, a quienes sus confesores ordenaron glosar su poesía para ponerla al alcance de todos, habría hecho lo mismo que ellos: otro poema. El excelente poeta argentino Edgar Bayley ha escrito sobre la “forzosidad” del acto poético. No es una hermosa palabra pero cumple perfectamente con su función: indicar la existencia de una poesía que no puede ser otra cosa sino lo que es, y que, partiendo de una necesidad forzosa (vale decir, la de algo que no habría podido no ser escrito), sólo atina a expresarse de una manera, la suya. La referencia a los dos místicos españoles no es casual. Claudia Carlisky se dirige abiertamente al destinatario oculto, pero palpable o respirable, de su poesía en uno solo de sus poemas, “Ofrenda”. Allí lo llama, sin ambages, “Señor”. En los demás su nombre es “fuego” (“nostalgia del fuego”*, “dulce fuego de la bondad”*), a menos que no se lo reconozca como la “orilla fresca de un arroyo”* al que por fin se llega, o como “el continente perdido”* al que se busca sin pausa. Este lugar o ser ardiente y refrescante es uno de los dos polos en la obra de Claudia. El otro es la materia. Tres grados o tres peldaños parecieran componerla. Estamos ante una materia alternativamente sentida como encierro (“languidez moribunda”*, “malentendidos, perezas”, “falta de ser”); o paladeada con una sensualidad golosa que preanuncia la salida de la cárcel carnal (“lactancia gustativa”*, “abundante abertura”*); o percibida en su porosidad, en su naturaleza translúcida (“pulpa estriada de luz”*). El pasaje de la materia cerrada a la luz abierta nos lleva desde lo “glauco”* y lo “gelatinoso”* que produce rechazo y repugnancia, a través de “la transparencia táctil de la carne de las palabras*” y de la carne amorosa donde pueden conocerse los “indecibles sabores” (placer de la poesía, placer del amor), hasta aquello que el “Señor” ofrece al final del camino: “la extensión de tu bien”. Este “Señor” tiene un género bien determinado. Tan bien determinado, que toda la poesía de Claudia Carlisky sugiere una dolorosa travesía que va de la madre al padre, de la “paz espumosa de la falda materna” hasta la purificación por “el aire de la LEY”. LEY con mayúsculas, LEY paterna que abre los pulmones y que libera el acceso a la inocencia. No de regreso, no volviendo a la infancia sino llegando a ella después de un largo viaje. Los poemas ligeros de Claudia Carlisky, cancioncitas bailadas en puntas de pie suenan a premio, a levedad ganada y merecida. La “extensión de tu bien” cabe en dos o tres versos llenos de claridad. Entre los dos polos de la materia y de la Ley se extiende la espera. Claudia ha pintado esa espera en uno de sus cuadros, utilizando una materia traspasada de luminosidad. La espera no ha sido vana, las “ventosas de nada”* aplicadas sobre una carne desmayada como de “orquídea lánguida” se han convertido en plenitud. ¿Poesía mística? En todo caso, poesía que comienza con añoranza y concluye con celebración. Notas * Extraídos de la selección de poemas Concierto para un rostro — Concerto pour un visage, publicado en París.
acerca del autor
Alicia

Alicia Dujovne Ortiz nació en Buenos Aires y reside actualmente en París. Estudió Literatura en la Universidad de Buenos Aires. Tiene una larga trayectoria como periodista en La Opinión y La Nación de Buenos Aires, en Excelsior de México, La Vanguardia de Barcelona y le Monde de París. En 1978, se mudó a Francia. Fue asesora de la editorial francesa Gallimard. Publicó libros de poesía, narrativa y las biografías "María Elena Walsh” (1982), “Maradona soy yo” (1993) y “Eva Perón” (1995) editado por Aguilar que tuvo una excelente acogida en Argentina y en el mundo. Entre sus novelas se encuentran: “El buzón de la esquina” (1977), “El agujero en la tierra” (1983), “El árbol de la gitana” (1997) y “Mireya” (1998). En 2003, publicó “Dora Maar” una biografía de la que fue compañera de Picasso. En 2005, "Anita", biografía de la compañera de Garibaldi, editada en francés por Grasset de París.