Poesía
2 8 2004
Montaña de voces poéticas francesas
Yves Bonnefoy (Tours, Francia. 1923) Estudió matemáticas y filosofía. Crítico de arte, especialista en pintura románica, traductor de Shakespeare. Realizó diferentes viajes por Italia, Inglaterra, España, Grecia y Estados Unidos. En 1959 recibió el Premio Nouvelle Vague por su libro L'Improbable. En 1987, gracias a su libro Ce qui fut sans lumière, obtuvo la Beca Goncourt de Poesía. Miembro del Collège de France. Según su concepción, poesía es aquello que en cada quien aspira a lo universal. Así en su obra se traduce, más allá de la música, los sobreentendidos, y lo sugestivo de su verso, una angustia de naturaleza trágica. El primer libro que expresó de manera definitiva su voz grave y mesurada fue Du mouvement et de l'immobilité de Douve. Posteriormente, la mitología y la intensidad de su vida interior, no han cesado de ser los motores de la función ontológica de su poesía. La unanimidad elogiosa de la critica ha subrayado la profundidad del tema, así como la belleza que en su escritura adquiere el dominio formal. Obras principales: Du mouvement et de l'immobilité de Douve (Ed. Mercure de France, Paris, 1953); Hier régnant désert (Ed. Mercure de France,1958); Pierre écrite (Ed. Mercure de France, 1965); L'arrière pays (Ed. Skira, Ginebra, 1972); Dans le leurre du seuil (Ed. Mercure de France, 1975); Ce qui fut sans lumière (Ed. Mercure de France, 1987); Là où retombe la fléche (Ed. Mercure de France, 1988); Début et fin de la neige (Ed. Mercure de France, 1991). Allí donde cae la flecha I Perdido. Y sin embargo a unos pasos de casa, a sólo tres tiros de piedra. Allí donde cae la flecha lanzada al azar. Perdido, sin drama. Así me hallarán. En la noche que cae por todas partes se levantarán voces al cielo. Son apenas las cuatro de la mañana, queda pues mucho tiempo para seguir perdiéndose —yendo, a veces corriendo, regresando— entre estas piedras rotas y estos robles grises en el bosque entrecortado por barrancos, que busca infinito por donde sea, en el tumultuoso horizonte, y aquí, ante el paso, se restringe. Encontraré el camino, seguro. Veré la granja en ruinas de la que antaño salía un atajo. ¿Me atreveré a llamar? No, aún no. II Perdido, sin embargo. Tiene que decidir casi a cada instante, y ahora no puede hacerlo. Nada le habla, nada le sirve de indicio. Incluso la idea de indicio se disipa. En la huella dejada por la palabra, en lo que es, ha llegado el agua de la desierta apariencia, y es lo único que brilla. Cada palabra: algo cerrado, una superficie mate sin nada que vibre, una piedra. Puede articularla, puede decir: el roble. Pero cuando ha dicho: el roble — ¿y por qué en voz alta?— la palabra permanece en su espíritu, como la llave inútil que se vuelve pesada en la mano. Y la imagen del árbol se corta, se fragmenta y se reúne más arriba, en lo absoluto, igual a cuando miramos las abolladuras del vidrio en los ventanales antiguos. El color arrojado fuera de la imagen por la hinchazón en el vidrio. Lo que se dice una forma perforada de un falso arrebato. Como si se hubiera abierto la mano que empuña colores y formas. III Perdido. Y las cosas acuden de todas partes, se arrejuntan a su alrededor. Ya no hay otro lugar en el instante en que quiere con intensidad otro lugar. ¿Pero lo quiere de verdad? Y algo acude desde el centro mismo de las cosas. Ya no hay espacio entre él y la más mínima cosa. Sólo la montaña, allá, de azul intenso, le ayuda a respirar el agua de lo que es, y que sube. Familiar, pues, la impresión de llamarada que se pone a prueba en él desde cualquier interior. ¡En el ayer cuántos caminos abruptos hacia la línea de fuga, en la tinta dispersa de las nubes! ¡Cuántas palabras venían sin que él supiera de dónde, entre tantas otras! ¡Cuántos juguetes que de golpe desaparecían del tablero o del cubo de imágenes de bordes redondeados, la fibra que penetra en el color! Desde lejos le decían: Ven y sólo oía salpicadura de sonidos expandiéndose entre las losetas. IV Recuerda un pájaro avanzando, adelante, un buen rato, cuando todavía existía camino. Avanza recto desde hace dos minutos. Pero ahora está aquí detenido ante el agua que se mueve entre los troncos. Hay barro en el fondo aunque está clara, algo así como un polvo azul que gira en sí mismo allí donde la corriente casi imperceptible choca contra la arista brillante de una roca. Si hubiera llovido volvería a encontrar la huella de sus pasos, pero la tierra está seca. Por el camino que vino el sol quedaba a la izquierda. Y fue cuando giraba que obtuvo, cerca del flanco, esas tres piedras manchadas de blanco, como pintadas. V ¿Pero por qué sube ahora por esta pendiente casi escarpada, aunque los árboles estén tan tupidos como abajo, a lo largo de la estrecha encañada? Seguro que el camino no pasa por ahí. Y desde arriba tampoco conseguirá verlo. Y ni siquiera podrá lanzar su llamada. Lo veo no obstante subiendo entre los troncos, por las piedras. Ayudándose con un palo corto cuando siente el suelo resbaloso por las hojas secas entre las que siempre hay cascajo rodando entre los guijarros: con forma de rombos, filos acerados, grises, manchados de rojo. Lo estoy viendo —e imagino la cima. Hay algunos metros planos pero tan diferente pues los breñales llegan a veces a la altura de las ramas. La misma confusión, la misma suerte que en cualquier parte del bosque, pero aquí es así entre todo lo que vive. Un pájaro alza vuelo y no me ve. Un pino caído en noche de viento bloquea la cuesta que otra vez comienza. Y escucho dentro de mí la voz que emerge del fondo de la infancia: Ya estuve por aquí —decía ella antaño—, conozco este lugar, aquí viví, pero fue antes de la existencia del tiempo, fue ante de mí en la tierra. Yo soy el cielo y la tierra. Soy el rey. Soy ese montón de bellotas que el viento ha arrastrado hacia el hueco que aún perdura entre estas raíces. VI Tiene diez años. Edad en la que uno mira el desplazamiento de las sombras, ¿o eso viene por sacudimientos? y el desgarramiento en el papel de las paredes, y el clavo plantado en el yeso, metal oxidado con ínfimos desconchados alrededor de la incomprensible materia. ¿Estará perdido? Por cierto, avanza desde hace tiempo entre los grandes enigmas. Siempre ha estado solo. Se ha sentado en el tronco del árbol caído, y llora. ¡Perdido! Es como si el más allá, que obtura la línea de fuga, viniera a inclinarse ante él y le tocara los hombros. Levantar pues los ojos. Cuando dos direcciones se solicitan de la misma manera, en un cruce de caminos, el corazón late más fuerte y más sordo, pero los ojos son libres. Esta noche, en casa, cuando ponga los leños en el fuego como a su antojo se lo permiten: los verá arder en otro mundo. Cuando habla para él mismo: las palabras resonarán en otro mundo. Y más tarde, mucho más tarde, largos años después, solo, siempre solo en su habitación con el libro que ha escrito: lo cogerá entre sus manos, mirará las letras negras del título en la cartulina teñida de azul. Separará algunas páginas para que permanezcan de pie en la mesa. Después acercará un cerillo encendido, una mancha marrón y luego negra surgirá en el color, se ampliará, se perforará, un ribete de fuego claro morderá los bordes que él aplastará con los dedos antes de levantar el folleto para volver a inscribir el signo en otro lugar de la tapa. Y ahora todo un ángulo de ésta se ha caído. El papel glaseado, blanquísimo, de la primera página, apareció abajo, afectado, amarillento por el calor. Deja el libro. Guardará en su espíritu, no sabe aún por qué, unión de frases y ceniza. VII El ladrido de un perro acabó con sus temores. Un punto de sol entre las nubes, por la tarde. Los charcos que el escolar ve brillar en las palabras, en el horizonte de su vida, cuando introduce su pluma áspera en la confusión del precipitado dictado. Y cualquier rama ante el cielo, debido al ensanche, a la opresión de su masa. Lo invisible borbotea, como las nacientes en los deshielos, con violencia. Y las bahías rojas, entre las hojas. Y la luz que vuelve; la flama en la que todo comienza y todo llega a su fin. (Ce qui fut sans lumière) Claude Couffon (Caen, Francia,1926) En 1951 inicia su obra de traductor dando a conocer sus revelaciones sobre la muerte de Federico García Lorca. Su obra académica está marcada por sucesivos descubrimientos de textos y episodios de la vida de escritores españoles y latinoamericanos. En 1986 recibió el Gran premio de Traducción del Ministerio de Cultura de Francia. Se jubiló en 1991. Como si el poeta se dejara escribir por la vida, en su obra de versos cincelados y breves, se manifiestan dos grandes ejes temáticos. En evidente correspondencia con los placeres de la vida de la juventud, en el primero de ellos se traduce la alegría de vivir, recordar y maravillarse con una palabra interrogadora sobre el sentido de la felicidad. Posteriormente, el verso se vuelve elegiaco, la voz grave y muchas veces amarga para elaborar exorcismos contra la muerte. Obras principales: Cahier de la baie du Mont Saint Michel (Ed. Corlet,1974); Célébrations (Ed. Castillet, 1979); Aux frontières du silence (Ed. Caractères, París,1980); Corps automnal (Ed. Caractères, 1981); Absent / Present (Ed. Caractères, 1983); A l'ombre de ce corps (Ed. Caractères, 1988); Fenêtre sur la nuit (Antoine Soriano Editeur, Paris, 1997). Frío a Henri-Gwilherm Kerourédan Cada vez que la vida se va delante de mí cada vez que algún suspiro cesa en mis oídos cada vez que una mirada se apaga ante la mía cada vez que una mano se crispa trenzada a la mía mi mirada mi mano mis oídos me abandonan Y el frío otra vez Invierno Ya nada me llega que no sea el hielo equívoco de las palabras sol vacío noche larvada pasos que anuncian a lo lejos la cómplice presencia y deshacen camino hojas susurrantes en el árbol desnudo cenizas cenizas incluso el libro que inútil se cae de mis manos Alejamiento Cada día me voy un poco más me alejo de mí pañuelo frívolo en una bruma de miradas adiós sin nostalgia que las cosas me envían discreta y misteriosa indiferencia frío espejo en el que mis pasos me olvidan sin cruz ni tierra Noche De nuevo los espejos de la noche la extraña imagen proyectada dédalo de ruptura restos acallados fuegos negros de arenas blandas que entraban los tobillos claros de la memoria la evidencia del día la certeza azogue solar que se agrieta en arroyos bruscamente agotados en lagunas premonitorias en fuentes nuevas de verdad Alba Después de todo la violeta del día sube desde el fondo de la noche estallar de los vidrios del silencio pasos que fuerzan el umbral de la inmovilidad dedos que golpean las puertas de la conciencia signos primeros de la diurna revelación de postrimerías y comienzos Droga Un velo entra y se abre Corromper los ojos amarillos de la noche -olor de tierra húmeda y de helechos- inspirar placer en la rosa liberarla al deseo injertos de vida manchas salvajes violar violar la muerte en el silencio de su grito Michel Butor (París,1926) Además del doctorado en Letras siguió estudios superiores de filosofía. Ha sido profesor en universidades de Norteamérica, Egipto, Grecia, Suiza. Reside en París. Gran Premio de la Crítica en 1960. Muchos lo consideran como uno de los abanderados del "nouveau roman". De abundante narrativa. De libro en libro fue construyendo una obra llena de ambiciones. Sin embargo, después de la publicación de Degrés en 1960, pareciera que Butor ha abandonado la forma novelesca y que su ambición fuese inventar el libro del futuro, estereofónico, en el que se enlacen tanto prosa como poesía en afán de ruptura y en pos de un lenguaje total. Se complace también "iluminando" emociones, vértigos y pensamientos que convergen en su espíritu al contemplar ciertas obras gráficas. Obras principales: Passage de Milan (Ed. de Minuit, 1954); L'emplois du temps (Ed. de Minuit, 1956); La modification (Ed. de Minuit, 1957); Mobile (Ed. Gallimard, 1962); Réseau Aérien (Ed. Gallimard, 1962); Description de San Marco (Ed. Gallimard, 1966); 6 810 OOO litres d'eau par seconde (Ed. Gallimard, 1966); Les naufragés de l'arche (Ed. de La Différence, 1982); Brassée d'Avril (Ed. de La Différence, 1982); Herbier Lunaire (Ed. de La Différence, 1984); Dans les flammes (Ed. de La Différence, 1988); Echanges (Ed. Z'éditions, Nice,1991); Gyroscope, le génie du lieu, 5 (Ed. Gallimard, 1996). Wang Wei Sale de su cueva sin mirar hacia atrás espera arreglar unos asuntos y regresar muy pronto sin preocupaciones por un viaje hecho tantas veces sin embargo los cerros y los valles cambian de aspecto Recuerda muy bien que debe cruzar la montaña pero cuál es el torrente que conduce al bosque celeste la primavera regresa florece el melocotonero y él busca sin fin la extraviada fuente. La terraza de los Fénix Terraza en la que antaño retozaban los fénix terraza ahora devastada permanece sólo el río en el parque los caminos desaparecieron bajo la hierba en el palacio los nobles llenos de polvo en sus atavíos Como el horizonte que corta las tres cumbres en el cielo como la isla que divide en dos el curso del río las nubes me separan del sol nostalgia de la capital allá tan lejos Con la luna Garrafa de vino entre las flores ensueño solitario bebo a la gloria de la luna y con mi sombra somos tres ninguna necesidad de vino para la luna mi sombra bebe la sombra del vino a la gloria sin embargo de la sombra y de la luna mientras dure esta clara primavera la luna le responde a mi canto mi sombra acompaña mi danza en el despertar feliz de estar juntos en la ebriedad dolorosa de hallarse solos tenemos cita por los caminos del cielo para un vagabundeo que no acabará nunca Más allá de Harrar Socarronamente desde hace años giro hermano muy lejos alrededor de tu sombra protegida cruelmente por especialistas que tú hubieras detestado en su mayoría Lo que me ha llevado a tantos continentes desiertos o bosques, ciudades o sargazos de ninguna manera fue la búsqueda de tus huellas sino de un espacio plural de escucha y visión desde el cual proseguir tu tentativa Detenido por el destino después de tantos avatares a pesar de todos los cuidados y preparativos otorgame la fuerza de tu distanciamiento y el silencio dentro de todas las palabras y al que la muerte sólo podrá aumentarle poder (Gyroscope -autrement dit Le Génie du Lieu, 5-) Marie-Claire Bancquart (Aubin, Francia, 1932) Profesora universitaria, novelista, crítica literaria especialista en la obra de Anatole France, Maupassant, los surrealistas y otros. Ha sido Presidente del Consejo Artístico de la Maison de la Poésie. Y es miembro de la Academia Mallarmé. Su obra crítica ha recibido el Premio Sainte-Beuve y el de la Ville de París. Su poesía ha sido merecedora del Gran Premio de la Academia Francesa. Los entresijos del cuerpo trenzados con los recovecos urbanos, con sus nudos de circulación, es lo que resalta en la obsesión de esta voz, marcada asimismo por la ausencia y la convicción de que la muerte sobrevuela los espacios del amor. Los mitos mayores de la humanidad devueltos, transcritos en la existencia del hombre contemporáneo, se vuelven evidentes en sus textos más notables. De todo ello emerge algo así como la urgencia de escribir el desorden del mundo tal y como el cuerpo lo siente, tal y como lo sufre, tal y como, en fin, el espacio interior de esta mujer de voz grave lo vive cotidianamente. Obras principales: Memoire d'abolie (Ed. Belfond, Paris,1978); Partition (Ed. Belfond, 1981); Votre visage jusqu'à l'os (Ed. Temps Actuels, 1983); Opportunité des oiseaux (Ed. Belfond, 1986); Opéra des Limites (Ed. José Corti, Paris, 1988). Dans le feuilletage de la terre (Ed. Belfond, 1994). Opera de los límites I Las cosas vuelven la vista hacia nosotros que merecemos lentamente su ternura. Con la punta de los dedos armamos en la mesa una flor de vellorita alguna lana de apagado ruido. La palabra al lado nos acompaña. II Contemplando la tierra nuestra como pozo amurallado de tejas rotas y en el que un diosecillo hubiera obtenido autorización del dios menos enano para acabar con los restos de su torpe creación, henos aquí esperando la explosión inversa que nos haga pasar hacia la estrella de mar. Y lo más real de nuestras vidas se aferra al estropeado enlosado de la cocina en la que anoche quemamos nuestras cartas de amor. III Antiguos compañeros de felicidad y de armas los caballos del siglo veinte con sus tiernos ojos de antaño esperan al carnicero de un pueblo perdido de Picardía en los campos que se destiñen en el pálido cielo. En el limbo de la tierra brilla el trigo del otoño con su liebre acorralada. El sol murmura para ellos y nosotros una fábula de secreta paz. Habrá una vez una mar inmensa. La ópera de los límites brillará por encima de nuestras pruebas incompletas: los amores en el cañaveral los limones colgando de un collar de ámbar. IV En la desnudez de los campos El avión vira y en el paisaje oblicuo descorre el velo del plano de un templo huérfano de piedras. Grave cada vez más grave hasta desgajarse de su hoja pulmonar el corazón se contrae salta fuera del tiempo a la búsqueda del antiguo dios. Quisiéramos conocer las palabras terrenales de su celebración O por lo menos ofrecerle el almíbar en nuestras manos para que allí descanse. V A veces la tierra abre la boca y en el fondo de su terrible ingenuidad florece el blanco. Iniciales en pañales y sábanas minúsculas extendidas por el hombre al final de su vida al tiempo que recuerda a su hija entre las barbas de la avena y las cortinas cerradas cuando la felicidad hace tanto daño. Mira como a través de unas hojas nuevas. La ropa de otros niños se ordena ahora en otros armarios. Lo que ve es más bien un perro que ladraba en el año ciento ochenta y seis contra el olor a sebo de los Bárbaros y las delicadas vainillas de la cuenca parisina, allá en los tiempos de la prehistoria. Y él a su vez se dispone a dejar su marca: en la roca, en los tulipanes del años dos mil. VI El fuego del último verano ha subido hacia los helechos Sobre su tierra furtivamente uno apoya la extremidad estríada del dedo. Oprimimos entre los labios dos sabores muy antiguos: piel y humus. Así lo hacían Safo que terminó arrojándose al mar, Ariana apenas abandonada en la isla. Guiño de sabores hacia la brutalidad de los intérvalos entre el ser y el espacio. (Opéra des limites) Monchoachi (Martinica, 1949) Promotor cultural. Trabaja en la Oficina Municipal de Cultura de Marin, en Martinica. Escribe en el créole de la isla y él mismo se traduce al francés. Su poesía posee una fuerza singular trenzada de giros idiomáticos propios de la lengua local. Así evidencia su íntima vinculación con la esencia del lugar que habita. En su melodía resuenan realidades cotidianas de la isla, miserias y cicatrices de la historia, calores, insectos, sonoridades de la noche. En esa turbulencia de la realidad su poesía adquiere ritmo y alientos propios. Obras principales:Manteg (Ed. Gallimard, París, 1981); Nostrom (Ed. Caribéennes, París, 1982); Nuit gagée (Ed. L'Harmattan, París, 1992). Pasos 1 Con pasos de sombra, el tiempo, y el abismo rodeado de ecos, asalta los senderos del albatros. Ecos de pasos en otros pasos como reliquias forjadas soltadas en el salto de las encrucijadas no lejos de una gallina sin manchas ahorcada el pico abierto hacia algún lugar donde nadie conoce a nadie. 2 Eso ocurrió antes de la carne, él dice "déjame decirte", en una mezcla de sangre, de agua y de luz. Se trataba a menudo de la carne, "déjame decirte", dice ahora con despreocupación, entre esto y aquello, algo que no es ni una cosa ni otra. Joan Báez deposita en tierra su racimo de plátanos y carga, ¡Qué bien! una nube blanca sobre la cabeza, como una antorcha, y bastones de predicador; una vieja blanca, trastornada, avanza manchada de sol como si fuera una burra; me paso los dedos por los labios persiguiendo tu beso y caída como a cada instante, en una boca de sombra. Nosotros somos sombras, eco que se perpetúa lejos de lo que le hizo nacer, pasos en otros pasos, horas a lo largo de los días en un laberinto de salidas truncas. 3 Franqueamiento de calas entre dos lunas, abrirse paso en la espuma hasta el alto murmullo de las palabras, hasta el punto ígneo que levanta el cuerpo y lo adorna. El tiempo se ausentaría si no estuviéramos presentes en cada subida de lava, de savia y de risas. En cada abrazo. Puesto que al corazón no le basta. Ni al perpetuo arrebato. Sólo para medir el vacío para prevenir que la mirada no vacile, y que no falle el pie. 4 La espuma La roca ventosa Las lámparas polvorean, bermejas La lava hace rodar fucos sobre la parda tierra Luego el extravío en los arcanos. Todo está adentro y detrás. Venidos al Abrazo, he aquí que nosotros marcamos. Descubrimos abriéndonos hacia la obra, a través del tenebroso abismo. Y nacemos en cada paso por estar aquí, en el restringido espacio en el que la lengua es lícita. (Poèsie 94, N° 51, febrero de 1994) galería
acerca del autor
Jorge Nájar, Pucallpa, Perú, 1946. Ha estudiado literatura en la Universidad Federico Villarreal de Lima y en el Instituto de Altos Estudios de América Latina de París. Desde 1972, ha publicado seis poemarios en Lima y en Madrid. En 1984, recibió el 1er premio de la 2da Bienal de Poesía Peruana, Premio Copé, de Lima y, en 2001, el Premio Juan Rulfo de poesía, apadrinada por Radio France International, con su poemario “Canto Ciego”. En 2001, la Editorial de la Unesco ha publicado su antología “Poesía contemporánea de expresión francesa”. Vive en París desde los años setenta, donde ejerce la enseñanza y traduce poesía.
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2 10 2020