Poesía
2 8 2004
Prólogo de la Poesía contemporánea de expresión francesa, por Jorge Nájar
Sea ésta una de las montañas en la que reside el alambique de la poesía contemporánea de expresión francesa. Como en todo proceso de destilación aquí también la apuesta es que muchas de estas voces perduren. Ese es el desafío: unas cuantas gotas más en una tradición oceánica a inicios del nuevo milenio. Para todo lector medianamente enterado la poesía en lengua francesa ha ocupado un lugar de primera importancia en el contexto mundial de la modernidad por razones capitales: su temprana inmersión en la aventura de la renovación estética y filosófica de su propia tradición; y, por lo mismo, la influencia que ejerció en la búsqueda de dicha aspiración dentro de las prácticas poéticas en otros espacios lingüísticos. Para prueba se piensa en la vanguardia latinoamericana en su afán de ir más allá de la herencia hispánica. No obstante, queda aún por deslindar inicios, continuidad y permanencia de esa modernidad. ¿Los padres fundadores de esta poesía son acaso Breton y los surrealistas? ¿Artaud, Prevert o Cocteau? ¿Valéry, Rimbaud o Lautremont? ¿Y por qué no Baudelaire y Mallarmé? No cabe duda que la influencia de algunos de ellos se instaló inmediatamente tanto en el espacio de la propia lengua francesa como fuera de ella; la de los otros, en cambio, tardó en ganar presencia. No por eso se discute la importancia que sus respectivas obras ocupan en la creación de la modernidad. Hubo sin embargo un espacio de sombra generado por las consecuencias de las guerras que sacudieron a Europa a lo largo de la primera mitad del siglo XX, sombras que de alguna manera actuaron en contra del asentamiento de dicha influencia. Baste con recordar, por ejemplo, las luces y estridencias, publicidad y traducciones de poesía norteamericana tan abundantes en los años 60-70. Ante esa situación el interés en Hispanoamérica por la poesía francesa se convirtió en un fenómeno minoritario. Afincados en la realidad y tratando de conocer a sus representantes más destacados, pocos podían evitar que sus curiosidades no fuesen orientadas hacia un pasado poblado de figuras emblemáticas, claro está. Sin entrar en el entero debate de primacía o no de la historia sobre las urgencias de la actualidad, quienes miraban hacia el pasado se confrontaban con una serie de personalidades cuyas vidas parecían aureolas de misterio. Baudelaire, por ejemplo, aquel buscador de ilusiones en cualquiera de sus formas. Y no tan lejos, Mallarmé, el cazador de extrañezas sintácticas con las que bombardeó las sonoridades del verso. Y a poca distancia, Rimbaud y Verlaine: la figura emblemática del joven Rimbaud extraviado en el silencio de una aventura existencial sin regreso; y la del anciano Verlaine gastando esfuerzos y economías en construir y reconstruir la imagen del joven que instaló su gloria hundiéndose en la distancia. Más cerca de nuestra época, cronológicamente por supuesto, las voces autónomas —en medio del gran concierto de solidaridades, bloques, capillas, continentes unidos y separados por la ideología— de Henri Michaux, René Char y Saint-John Perse. ¿Qué elementos de sus predecesores subsisten en las voces de éstos? El aroma poético que campea en el alambique de la poesía francesa, esa mezcla de fe e inmoralidad, de sensualidad y cuestionamiento, de esa extraña combinación de respeto e irreverencia que reina en Mallarmé, el pesimismo propio de Baudelaire, emerge en Rimbaud en su aspecto más salvaje antes de volver a pasar por otra refinada destilería. Después de ese largo proceso, la voz de René Char llega a convertirse en un oráculo que emerge de la tierra, de los olores del paisaje y del propio pasado del poeta; el poema se convierte con él en densa y condensada sensación de violencia, enigma, furor y misterio. Esa misma vena, nutrida por otras inquietudes, adquiere con Michaux los tintes de la irreverencia, el humor y el sarcasmo. Más vasta, por su vocación etnológica, arqueológica y naturalista, en la voz de Saint-John Perse se asiste a un inventario del mundo en el que se yerguen las grandezas del mito, los dioses recónditos del paisaje y, por lo mismo, la añoranza de lo sacro. Hijos o entenados de todas esas voces son las que se reúnen en esta caja de resonancia. Ellas vienen de diferentes puntos del planeta, de diversos horizontes estéticos y hasta de encontradas posiciones ante la escritura. Pero antes comencemos por decir que en lengua francesa la poesía de nuestros días es un enorme laboratorio en el que se practica tanto la experimentación a la manera de un Mallarmé hasta la creación de nuevas aventuras semejantes a la de un Rimbaud, sin dejar de lado el surrealismo y la confrontación ante lo incógnito, el mito y el redescubrimiento de los espíritus sacros que han logrado sobrevivir a la crisis ontológica que ha azotado a todo Occidente durante las últimas décadas. Mas en esta muestra no están todos porque es obra en curso y porque asumirlo de plano sería inagotable. Están presentes aquí sólo las traducciones de los poemas que más nos impresionaron de la rica y vasta producción de la última mitad del siglo. No están todos, además, por una simple razón: la celeridad de las publicaciones, tanto en términos generales —Francia, Canadá, Bélgica, Suiza, y África— como en numerosos casos individuales, hace prácticamente imposible el conocimiento de toda esa producción. Por otra parte, la vastedad del propósito nos obligó a delimitar el punto de partida: sólo poetas nacidos después de la Primera Guerra Mundial; y desde ahí hasta los que vivieron los albores y las consecuencia de la asonada primaveral de mayo de 1968, es decir los "soixante huitard" y sus hermanos menores. Así, no se encontrarán entre éstas las grandes voces de principios del siglo ni las de los inventores de la negritud. ¿Qué une y separa a los poetas que aquí convergen? ¿Aparte de la lengua, las tradiciones y corrientes, qué otras particularidades destacan? ¿Hubiera sido preferible optar por una muestra según las ideologías en las que se nutrieron o los temas que habitan en sus obras? A la búsqueda de precisiones y detalles esa hubiera podido ser una alternativa aun reconociendo los riesgos de caer en los atrincheramientos. Pero salvo el secreto anhelo de averiguar tonos, registros, formas y ambiciones, no se aspiraba aquí al propósito de entrar en ese debate estético-filosófico. Se trataba, sobre todo, de rendir homenaje a ciertos textos que primero gustaron y luego fueron traducidos, sin que hayan sido rectores los criterios de actualidad e invención. No hay tampoco pretensión de otorgar privilegio a expresiones particulares de una u otra corriente, tanto más cuando se puede observar, como veremos más adelante, que no son pocos los poetas que navegan entre varias de ellas. En la poesía actual francesa coexisten escrituras de marcado contenido sacro, entendido el concepto no sólo en su aspecto religioso, místico o ritual, sino más bien en lo que concierne a sus posibilidades para establecer vínculos con lo incógnito. En un universo en el que para muchos la creencia en Dios ha muerto y agonizan las ideas de la trascendencia —así como agonizan las grandes ideas rectoras del destino del hombre— ¿cómo reducir el concepto sólo a su relación con el Dios del monoteísmo? La crisis ontológica no significa que el poeta haya dejado de confrontarse con los enigmas de la muerte, que haya abandonado sus peregrinaciones por la difícil relación con el ser o los seres que coexisten dentro de algunos hombres, o que se niegue a transmitir la emoción que siente al entrar en contacto, en lugares privilegiados del universo, con situaciones particulares de la historia o de lo cotidiano, emergencias de lo sacro. Notorios son los testimonios —en sus más diversas formas— de esa confrontación. Tal es el caso de las voces de un Claude Renard, entre los mayores, y las de Salabreuil, Kowalski y Tâche, en la generación posterior. Y junto a ellos, o más bien en un terreno en el que lo sacro traduce asimismo, con incontrovertible fuerza y belleza, la crisis del signo, se hallan las obras de Bonnefoy o Du Bouchet. Otra familia poética que se yergue con igual fuerza y variedad es la que se inscribe dentro de la tradición lírica. En esa vertiente se podría señalar el campo de los herederos del lirismo cotidiano cuyo nombre más visible es el de Réda. Y el de los emparentados con el romanticismo en el que observación y confrontación con el mundo van del yo íntimo a sus reacciones frente a los placeres y agresiones exteriores; ellos se podrían agrupar en torno a lo que se ha dado en denominar lirismo individual: Couffon, Bancquart, etc. Corriente de antigua tradición es la de los poetas del canto, preocupados todos en poner en evidencia la materialidad de la lengua, tal el caso de un Cluny en quien, además, se suma un anhelo impresionista de reconstitución del mundo; así como las voces de Ray y Bergeret. No menos antigua en su entroncamiento con la tradición es la poesía de quienes se interrogan sobre la situación y destino de las raíces culturales: Miron, Chesex, sin que ello signifique necesariamente concesiones ante lo político en detrimento de lo poético. En el análisis del lugar que ocupa esta poesía en la sociedad contemporánea se tiende a señalar que ella pasa o está pasando por una situación de crisis. Detengámonos pues a observar las características del fenómeno. Se dice que una de sus versiones más evidentes es la casi desaparición de las fronteras entre géneros y formas dando por entendido que es un elemento propio de la literatura en esta lengua. Pero el fenómeno es mundial pues el aliento del canto poético ha rebasado las normas canónicas del metro y la rima. A ello viene a sumarse el problema de su aislamiento social a pesar de los esfuerzos de ciertos editores en desafío abierto a los imperativos del mercado. Casi desconocidos por el gran público éstos asumen con todos sus riesgos el deseo de explorar, descubrir y permitir la existencia de obras difíciles pero sin las cuales la idea misma de literatura correría el riesgo de reducirse a las obras comerciales. Eso no hace desaparecer, sin embargo, el proceso de aislamiento en el que se halla la poesía como género literario ni obvia el papel de la prensa en el problema. ¿De qué, pues, se debate? ¿De la poesía o de la literatura en general? ¿Crisis del fenómeno creativo o de la difusión y presencia en el mercado del libro? En fin, a este problema viene a sumarse el universo de las revistas de poesía. Como en otros tiempos, las de ahora dan testimonio del variado entramado del que está compuesto el complejo cuerpo del universo poesía. Y también como en otros tiempos las de ahora traducen las aspiraciones de las diferentes "tribus" inmersas en la problemática. Poco importa que dichas publicaciones sean de vanguardia o no, la expresión de una tendencia claramente formulada o no, lo cierto es que sólo gracias a ellas es posible que algunos lleguen a formarse una idea de la diversidad de tendencias y publicaciones que florecen en los cuatro puntos de la rosa de los vientos de este universo. En ellas se expresan las ideas dominantes con las que se identifican o divergen los poetas de nuestros días, y su diversidad tal vez sea la traducción de las rupturas ideológicas, estéticas y formales que las nutren. No hay que olvidar tampoco la presencia e importancia de ciertos talleres de traducción, no sólo en la difusión de las más distinguidas voces oriundas de otras tradiciones, sino también en la apertura política e ideológica hacia los aportes de otras culturas del mundo. Todo lo señalado sobre la riqueza y variedad de las expresiones poéticas, los editores de libros y revistas de poesía pone en evidencia que lo que está en "crisis" no es precisamente la creación literaria o la poesía sino el sistema de difusión editorial y el papel que ha desempeñado la prensa hasta ahora. No por ello se negará que en cierto momento de estos últimos cincuenta años, asediada por el psicoanálisis y la lingüística, la poesía entró en un franco proceso de ensimismamiento. Cuando se habla de poesía francesa de la segunda mitad del siglo XX nos confrontamos con una diversidad de prácticas marcadas por varios hitos. Por encima o en la fibra íntima de esas individualidades navega, claro, la tradición de la propia lengua, así como la omnipresencia de un Baudelaire o de un Rimbaud, o la herencia de Apollinaire, Mallarmé, Valéry o Claudel. Elementos e ideas que se imbrican, se tejen y destejen en la evolución de las obras de muchos de los que convergen en esta muestra, se abren y se cierran, borrando huellas y dificultando el trazado de corrientes que habitan y coexisten en las prácticas poéticas de nuestros días. Sin embargo, mirando hacia el pasado se puede observar hasta tres grandes ejes. El más visible es el de la predominancia de un surrealismo que, a su vez, también fue la resultante de los trabajos de un Rimbaud. El otro, gira en torno de toda la poesía de Valéry, que representa una de las posibles versiones de la herencia de Mallarmé y el formalismo intelectual. Y finalmente, la opción lírica y metafísica de un Claudel, a la vez sensual y espiritual. ¿Pero después del surrealismo, Valéry y Claudel, qué? Ya lo dijimos, la singularidad de las obras de Saint-John Perse y René Char, Supervielle y Antonin Artaud, solitarios y altivos unos y otros. Junto a ellos Eluard y Aragon abrigados ambos por la ideología protectora del comunismo. Y entre todos, el invisible Michaux. Así las cosas, se pudiera decir que aparte del hecho de haber desarrollado sus obras en el mismo período no existiera nada en común entre ellos, pero seríamos por lo menos injustos. Herederos de las catástrofes de las guerras, sus relaciones con la operación verbal y existencial denominada poesía, insistimos, se vuelven cada vez más personales, con todo lo que ello conlleva en sus aproximaciones y alejamientos del pasado literario, con todo lo que signifique renovación y entroncamiento con las tradiciones, para ir acercándose y hundiéndose cada vez de manera más evidente en las preocupaciones propias de la poesía (fundamentos, posibilidades, significados), independientemente de ideologías religiosas y políticas. Después de todo lo dicho resulta casi imposible hablar de "una" poesía contemporánea inmediatamente posterior a quienes tenían el convencimiento de que ella era el camino hacia el conocimiento, instrumento salvador y redentor del honor de los hombres. Ante la diversidad de opciones y propuestas cabe sólo constatar que la poesía asiste a un permanente estado de crítica y autocrítica de su especificidad, de su historia (evolución de su historia con relación a su prosodia), de su relación con otras poesías del mundo, de la validez o no de la experimentación, de su capacidad para expresar el ser, o de su aislamiento social. Estos cuestionamientos y sus respuestas están, qué duda cabe, profundamente vinculados. Más allá de las confrontaciones con el tratamiento de las formas queda aún el problema de fondo, la perspectiva dentro de la que se inscribe la obra de los creadores, la relación con el mundo, la capacidad o incapacidad de la poesía para penetrar en los enigmas de lo real. Ante la extensión de la crisis ontológica provocada por la hegemonía de las doctrinas y los conocimientos, muchos son los poetas que se confrontan con la vastedad de un mundo desierto y en medio de los estragos, unos adivinan, intuyen, la presencia de lo sacro. Otros, partiendo del mismo principio dan cuenta del mundo contemporáneo. Hay en esa línea la tentación de celebrar y nutrirse con lo real a través de la expresión del dolor de las ausencias, el éxtasis de las presencias, los exilios o la nostalgia de las carencias. Pero el lirismo contemporáneo pareciera no avanzar sólo por esos terrenos. Se orienta también por los horizontes del conocimiento de las cosas y los seres, incluso dentro de concepciones agnósticas del mundo. Y no porque una vez muertos los dioses y perdida la creencia en las cualidades de la trascendencia habría que imaginar que la poesía francesa se esté hundiendo de manera ineluctable en la asfixia de la auto-representación y la nada. Un lirismo de pura inmanencia se despliega con sus matices de reconciliación con la naturaleza y, a veces, va unido al elogio de la realidad: Paul de Roux, Besnier, Mathé, etc. ¿Pero justamente cómo se manifiestan? Surgen nuevas alianzas y discordias, nuevas confrontaciones con la herencia, con el tratamiento o negación de la imagen. Y todo ello pasa por un amplio abanico que va desde los polos no figurativos hasta aquéllos que están a la búsqueda de una nueva definición de las cosas. En algunos es notoria la ausencia anecdótica, la desaparición de elementos narrativos, la carencia de una acción definible acompañada de pronombres en incesante metamorfosis, tanto en poemas independientes como en libros que parecieran obedecer a las mismas impulsiones y enmarcarse dentro de conceptos semejantes: Du Bouchet, Meschonnic; sin embargo y a pesar de las apariencias, son muy diferentes pero por otro tipo de rasgos: la violencia de los desgarramientos, el barroquismo de las formas, la amplitud o estrechez de la construcción. En el terreno opuesto se hallan los que trabajan con materiales anecdóticos precisos a la búsqueda de una tensión capaz de conducir a una nueva definición de las cosas recurriendo muchas veces al humor y a la ubicación del lenguaje en una distancia objetiva o al trazado de líneas claras, desnudas, sin sombras, para materializar anécdotas en las que todo comentario está ausente: Hocquard. O los que se inscriben en la línea de dar cuenta de lo cotidiano, como lo atestigua la más reciente producción de un Réda, por ejemplo. Entre esos polos extremos hay que ubicar otras opciones. La prosodia como exorcismo, la conmoción de la búsqueda del mundo, de un lugar para la existencia: Guyon. Estos son, pues, los desafíos ante los que la poesía de expresión francesa contemporánea está confrontada. Pero lo que por encima de todo vincula a dichas problemáticas e interrogaciones es, sin ninguna duda, la búsqueda del deseo, del disfrute, del placer, o del desfogue de los múltiples malestares que habitan en cada uno de sus creadores. Y, lo que es más importante, el convencimiento entre muchos de ellos de la recuperación de la autoridad poética: el poeta como un resistente de la lengua erosionada por la celeridad a la que está sometida muchas veces la escritura en otros espacios literarios; y la poesía, en cualquiera de sus formas, entendida como el oxígeno cerebral que permite el tránsito de la emoción sin pasar necesariamente por los caminos de las ideologías agonizantes. Después de haber observado todos estos caminos y horizontes conviene ahora preguntarse hacia dónde avanza esta poesía y cuáles son sus posibilidades. De la lectura de los textos de quienes integran esta muestra, sale a luz que el problema central de la literatura se confunde con la problemática toda de la cultura, es decir la existencia de movimientos opuestos y hasta contradictorios. Es innegable en unos el ensimismamiento en problemáticas propias de las sociedades de origen, y en otros el levantar el catastro espiritual de diferentes lugares de todo el planeta, en lo que ello conlleva de ecumenismo. También es cada vez más evidente la necesidad de una relectura del paisaje, de la historia del hombre en su acción sobre la naturaleza. Asimismo, resulta claro que el acto poético es una exaltación de la presencia en el mundo más que un reclamo político. Apertura hacia el mundo se manifiesta también en el deseo, la urgencia de traducir obras representativas plasmadas en otras lenguas, en otras tradiciones. Pero entre todos los discursos sobre la poesía hay uno que destaca cada vez más: por el debilitamiento generalizado de las doctrinas y de las versiones de la utopía, ésta halla una puerta de salvación alejándose de las ilusiones teóricas, sin por eso dejar de lado la búsqueda y permanencia de la modernidad hundiéndose en la materia de la lengua. Por la otra vertiente de la montaña van los que proponen soluciones a los daños provocados por el excesivo peso de la herencia de un Artaud, de un Mallarmé, o de la vertiginosa agrafia de Rimbaud. Sostienen estos que bastaría con la recuperación del ritmo y la restauración de la lengua en la profundidad de su verdad para darle salida a los misterios del corazón: el sentimiento, la emoción, la sensibilidad. Pero aún es muy temprano para tener una idea clara, un juicio sobre esta poesía y los aportes de sus defensores. Finalmente, no se aspira aquí a ninguna pretensión panorámica. Cabe reconocer, sin embargo, que durante el período de investigación nos habitaron ciertas interrogantes sobre los registros lingüísticos nacionales al interior de la misma lengua en los poetas posteriores a los inventores de la modernidad. Al abordar los problemas metodológicos y las complicaciones socio-culturales que toda traducción literaria supone, algunos amigos mostraron interés por mis esfuerzos, ofreciéndome sugerencias muy útiles. Por ello, desde aquí mis agradecimientos a César Franco, Álvaro Uribe, Javier González, Elqui Burgos y Guillermo Piña Contreras. Cada uno, en su debido momento, leyó el manuscrito con paciencia y entusiasmo. Gracias también a sus sensibles esfuerzos de lectura y corrección esta muestra ha adquirido su actual forma. Mención particular merece Edgar Montiel quien hizo posible una primera edición más breve de esta muestra. De igual manera a Marie José, a quien incluso en la alta noche, durante años, desperté repetidas veces para que me ayudara a esclarecer ciertas dudas. galería
acerca del autor
Jorge Nájar, Pucallpa, Perú, 1946. Ha estudiado literatura en la Universidad Federico Villarreal de Lima y en el Instituto de Altos Estudios de América Latina de París. Desde 1972, ha publicado seis poemarios en Lima y en Madrid. En 1984, recibió el 1er premio de la 2da Bienal de Poesía Peruana, Premio Copé, de Lima y, en 2001, el Premio Juan Rulfo de poesía, apadrinada por Radio France International, con su poemario “Canto Ciego”. En 2001, la Editorial de la Unesco ha publicado su antología “Poesía contemporánea de expresión francesa”. Vive en París desde los años setenta, donde ejerce la enseñanza y traduce poesía.
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2 10 2020