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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Poesía
2 2 2004
“Jorge Nájar y la poesía francesa” por Alicia Dujovne Ortiz
Desplegar en abanico un muestrario de poetas franceses contemporáneos no era tarea fácil. Jorge Nájar ha emprendido su aventura con una claridad deslumbradora, justamente en la medida en que sus conclusiones son siempre abiertas: no respuestas macizas sino propuestas entretejidas con una infinidad de hilos de finezas y grosores distintos. La materia lo requiere, es cierto: ¿quién podría internarse en un territorio tan complejo y tan nuevo, aún tan poco avalado por el tiempo, enarbolando criterios contundentes? En la reflexión preñada de intuiciones relampagueantes y de dudas necesarias estaba el único camino posible, que Nájar recorre de la única manera concebible: como un poeta. Si el prólogo de su antología resulta esclarecedor, es porque carece de toda afirmación doctoral; porque cada una de sus frases hace pensar en un haz de briznas luminosas en el que cada lector encontrará la suya; y porque está maravillosamente escrito. Una escritura redonda y generosa, que cae sobre su presa, la idea central, como volando en círculos. A partir de esa escritura, el lector firma con el autor el pacto de fe que lo llevará a seguirlo leyendo y a compartir sus hallazgos: cuarenta y un poetas traducidos a un castellano puro, sonoro y sensible que- elogio máximo en materia de traducciones- parece su idioma original. La pregunta inicial que se plantea Nájar es: ¿qué ha pasado con la poesía francesa moderna a partir de sus padres fundadores? Los lectores latinoamericanos nutridos de poesía norteamericana de los años 60-70 hemos perdido de vista a los franceses a partir de Breton y los surrealistas por un lado, y de algunas individualidades fuertes, por otro: esos poetas «solitarios y altivos» a los que Nájar llama «las voces autónomas»: Henri Michaux «el invisible», René Char «el oráculo que emerge de la tierra», Saint-John Perse, Artaud , Supervielle, o Eluard y Aragon, «abrigados ambos por la ideología protectora del comunismo». ¿Pero cuáles son los descendientes de aquellos poetas que no han sido personalidades aisladas, sino fundadores: Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé? El buceo llevado a cabo por Nájar en aguas por el momento oscuras hasta para los propios críticos franceses le ha permitido desentrañar tres gandes ejes. «El más visible- nos dice- es el de la predominancia de un surrealismo que, a su vez, también fue la resultante de los trabajos de un Rimbaud. El otro gira en torno de toda la poesía de Valéry, que representa una de las posibles versiones de la herencia de Mallarmé y el formalismo intelectual. Y finalmente, la opción lírica y metafísica de un Claudel, a la vez sensual y espiritual». Tres ejes de los que parten infinitas ramificaciones, hasta el punto de que no puede hablarse de «una» poesía contemporánea, sino de varias «familias poéticas»: escrituras de contenido sacro en su más vasto sentido, como las de Bonnefoy o Du Bouchet; escrituras que proceden de la tradición lírica, como la de Réda y su lirismo cotidiano, o como el «lirismo individual» de Couffon o Bancquart; «poetas del canto, preocupados todos por poner en evidencia la materialidad de la lengua» como Cuny, Ray o Bergeret; poetas que se interrogan sobre sus raíces culturales como Miron o Chesex. La muerte de los dioses y la crisis ontológica que «confronta a los poetas con la vastedad de un mundo desierto» impulsa a algunos de ellos a reconciliarse con la naturaleza y celebrar la realidad: Paul de Roux, Bernier, Mathé. Algunos rehuyen la anécdota y otros, como Hocquard, la buscan en su expresión más despojada. «Pero lo que por encima de todo vincula a dichas problemáticas e interrogaciones es, sin ninguna duda, la búsqueda del deseo (…) y la recuperación de la autoridad poética: el poeta como un resistente de la lengua erosionada por la celeridad (…), y la poesía (…) como el oxígeno cerebral que permite el tránsito de la emoción sin pasar necesariamente por los caminos de las ideologías agonizantes». En efecto, uno de los discursos actuales sobre la poesía que Nájar considera predominante es el que preconiza el alejamiento de las ilusiones teóricas. Otro, en fin, es también iconoclasta en el sentido de la recuperación del ritmo y de la restauración de la lengua «para darle salida a los misterios del corazón: el sentimiento, la emoción, la sensibilidad». Vale decir, todo lo que para el arte y la literatura del siglo XX sonaría como mala palabra. ¿Liberarse del peso de Rimbaud, de Artaud o de Mallarmé para transgredir la transgresión y reanudar los lazos con lo humano será la forma nueva o renovada que adoptará la poesía francesa? «Aún es muy temprano para tener una idea clara, un juicio sobre esta poesía y los aportes de sus defensores», advierte Nájar. Pero el autor no olvida que, «resistente de la lengua», el poeta lo es también frente a un mundo editorial que exige de otras formas de escritura esa nefasta «celeridad», y que a él, en consecuencia, lo rechaza. Una comercialización a la que intentan sobreponerse las revistas de poesía, y que está en la base del aislamiento del poeta, desconocido fuera de su pequeño círculo. Sin olvidar que la exigencia comercial está justamente en el origen de esta fragmentación de la literatura francesa en su conjunto a la que hoy asistimos. Tradicional productora y animadora de movimientos artísticos colectivos, de ismos sucesivos y estimulantes, Francia no nos tenía habituados a esta necesidad de rastrearla en una multiplicidad no siempre creativa. En términos generales podemos afirmar que si en el resto del mundo, hemos perdido de vista a los poetas de Francia a partir de la década del 70, también hemos perdido a sus novelistas, a menudo «ensimismados», para emplear una palabra cara a Jorge Nájar, en un trabajo individual laborioso, más encaminado a satisfacer las demandas mercantiles que a descubrir la propia voz. En ese sentido, la antología de Nájar le daría la razón al poeta argentino Edgar Bayley cuando decía: «Menos mal que la poesía nadie la compra. Gracias a eso es el último territorio libre que nos queda». Ojalá que este análisis minucioso y sutil, emprendido por un magnífico poeta peruano, resulte útil en una doble dirección, de ida y de vuelta. De ida, en dirección al público latinoamericano, para acercarlo nuevamente a una de sus fundamentales fuentes culturales. De vuelta, en dirección al público francés que tenga la ocasión de acceder a este libro, espléndidamente editado por la Pontificia Universidad Católica del Perú, para permitirle reconocerse en él y preguntarse si no habrá llegado la hora de imaginar utopías recién nacidas que desconozcan la agonía. Resistir de a muchos, concebir soluciones poéticas en común: es lo que en el fondo anhelamos los que tenemos la nostalgia de una Francia instigadora de corrientes vivas.
acerca del autor
Alicia

Jorge Nájar, Pucallpa, Perú, 1946. Ha estudiado literatura en la Universidad Federico Villarreal de Lima y en el Instituto de Altos Estudios de América Latina de París. Desde 1972, ha publicado seis poemarios en Lima y en Madrid. En 1984, recibió el 1er premio de la 2da Bienal de Poesía Peruana, Premio Copé, de Lima y, en 2001, el Premio Juan Rulfo de poesía, apadrinado por Radio France Internationale, con su poemario “Canto Ciego”. En 2001, la Editorial de la Unesco publicó su antología “Poesía contemporánea de expresión francesa” y, en 2003, la Universidad Católica de Lima lo reeditó. Vive en París desde los años setenta, donde enseña y traduce poesía.