Poesía
2 9 2003
"Alejandro Calderón: La intención de la voz" por Américo Ferrari
Casi toda la obra poética de Alejandro Calderón (tres poemarios escalonados entre 1992 y 1996 pero que encierran diez años de escritura, si no más) aparece como un discurso que el poeta, o la persona Alejandro, autor nominal de los poemas (¿sus poemas?) dirige a otro, alguien que lo habita, o cohabita con él en el espacio donde el poema se hace (con una que otra excepción en que el poeta parece hablar a alguien, quizás un hermano muerto, como en Transmigración: "Elegía"; o a un (a) ausente: "En París"). Calderón, sin explicarlo, consigna el hecho en unes pocas palabras citadas por Claude Couffon en el prefacio que escribió para Transmigración. Dice el poeta: "Cuando escribo trato de construir algo, pero me veo sorprendido por el surgir imprevisto de una voz que contradice a veces mi intención original y se impone. Me desdoblo, en cierto modo, por el poema. En cuanto a mi soledad, yo creo que un poeta debe vivir alejado: es en el alejamiento donde la poesía lo visita. Y hay este peligro: cuando se pasa la frontera de lo conocido para buscar "lo nuevo" uno corre el riesgo de perderse, de no volver. Acabado el poema, resulta a veces difícil volver a la vida cotidiana. Al poeta le toca dar un lenguaje a ese salto peligroso, poner en palabras ese vuelo interior". Las palabras de Calderón refieren, de manera indirecta pero patente, a la experiencia de dos grandes poetas: je est un autre de Rimbaud y Au fond de l'inconnu pour trouver du nouveau ! de Baudelaire. Pero es más que eso, la referencia es ante todo existencial y sólo tangencialmente literaria: en la realidad del proceso, otro es aquel gemelo de yo que vive en otro territorio, desconocido, cuya frontera el yo del poeta cruza; y este otro no solamente impone su voz al poeta que se proponía "construir algo", sino que, en buena cuenta, deconstruye su ilusoria construcción y hace el poema, lo escribe, es el "hacedor" (título del cuarto poema de Transmigración), quien aparece directamente en el umbral de la obra como "presencia" y escribe sin ni siquiera mirar al poeta: "Mírame. Ya no escribas ". Se dirá: no es nada del otro mundo, el yo del poeta se habla a sí mismo. En efecto, habla al otro que es yo mismo... pero habría que entender que el otro graba en el papel su propia voz, para el poeta imprevista, y opuesta a lo que él quisiera escribir. Pero la aritmética del yo=otro es tremenda y de pronto se resuelve en una ecuación inquietante: 1 + 1 = 0 : "Poseo dos vidas y ambas son ninguna en las hojas de este libro" (Transmigra-ción : "Autorretrato"). La voz y la intención final de la voz parecen en todo caso proceder del "otro" también, de esa ajena presencia que habita al poeta, la matriz del poema, pero es el poeta quien humildemente, emergiendo de esta zambullida en lo desconocido, debe alinear las palabras, nunca suficientes: "poner en palabras ese vuelo interior", esa experiencia del "otro mundo". En palabras de todos los días, de esas gastadas y adulteradas por los días. De allí el discurso dirigido por el poeta a su "otro" o su "doble" que le impone su poema. Pero pudiera darse que este discurso fuera en realidad un diálogo alterno y que en tal o cual poema el mismo doble hablara al poeta diciéndole: "Sufres de ser tú ", "Enmudeces", "hiciste de ti un enigma sin hilos, etc.". Al fin el lector no acaba de descubrir quién habla ni quién dice tú, ni a quién, en este incesante juego de espejos: "La vez que a tu alma la volviste / espejo, daba saltos mi reflejo: ... / Ahora he vuelto a crecer oscuro./ Odio la luna. Te apuro, te obligo./ Das vueltas. Hacedor de espejismos " ( Transmigración: "Hacedor"). No importa. Habla yo, que es otro, que es yo y la voz así filtrada y purificada por el alejamiento resulta -ya no importa quién hable ni a quién- palabra que se dice sola, que, más que para significar o designar o comentar tal o cual realidad, aparece simplemente para dar a ver, para dar a oír, para revelarse a la vez como velo y como des-velación. Para mostrar -se podría interpretar poniendo en relación los tres poemarios- los avatares del alma vuelta espejo, doméstica o migrante, en Transmigración y Nazca y que es buscada y perseguida en el paso de la sombra a la luz en Desde la penumbra; y que de pronto nos "olvida como a bufanda mojada" (Nazca: "Biobocetos 1"): alma migrante, transmigrante, perseguida, perseguidora: presencia/ausencia que llena y vacía, ilumina y oscurece el espacio blanco donde el aislado "hace (...) caminar los garabatos". Arduo es el camino por donde Calderón hace caminar esos signos oscuros que trae del otro lado de la frontera. La expresión en estos poemas suele ser difícil, oscura si se quiere, pero a lo mejor a veces por exceso de luz: ciertas imágenes destellan con tanta claridad que el sentido, de tan transparente, resulta inasible, por lo menos para los lectores, por desgracia abundantes, que tienen la mala costumbre de leer el texto poético como una fe de erratas: "dice -debe decir..., dice -quiere decir...". Esto que parece una paradoja resulta ser en poesía una verdad de Perogrullo: el lenguaje poético suele ser enigmático como son enigmáticas las antiguas líneas trazadas en la tierra de Nazca, precisamente porque el poeta, al pasar la frontera de territorios desconocidos se trae consigo de vuelta toda la ignotía (para decirlo con un término de José María Eguren) que ha podido recoger y tiene que comunicar toda esta realidad desconocida con palabras en principio de todos conocidas. Tendrá entonces que adiestrar y forzar las palabras para que integren lo extraño y no conocido y digan algo que infinitamente rebasa el significado pragmático y manipulable para cuya comunicación usualmente sirven. Al lector le toca acompañar al autor en este camino y colaborar con él para dar un sentido a las palabras de la tribu: esto es, orientarlas hacia el horizonte o el polo de un sentido. En poesía las palabras no tienen sentido, sino que son como agujas imantadas que nos orientan hacia el sentido. Nos orientan: al lector y al autor. El sentido de un texto escrito no empieza a funcionar sino en la conjunción de los dos. El "sentido" de Transmigración, Nazca y Desde la penumbra está pues como en vilo. La dificultad y la necesidad de ser en la existencia parece ser el horizonte hacia el que se orienta el diálogo entre el yo y su otro, así como los "Biobocetos" de Nazca. Desde la penumbra constituye un nuevo movimiento en esta busca. Son dieciséis poemas breves designados cada uno por una letra del alfabeto, de la a a la p. La luz y sus manifestaciones son una constante semántica de este poemario: brillos, destellos, lampos que surgen del parpadeo de la nada, centellas, migración de asteroides; conato del alma humana de ser hacia la luz, busca de las claves del seguir siendo en este mundo y ¿más allá...? El poeta declara, desde el poema inicial, que sólo es suficiente el reflejo / para saber que aún sigue siendo y repercute el eco de esta misma intuición en el poema "k": ...sin resplandor no soy el mismo. "(R)oedor de luz eterna" y "hereje de tiniebla inhóspita": un hombre. La sed espiritual del hombre nos parece ser tema central de estos poemas, la representación del alma, su inquietud, sus migraciones y su precario estar en el desierto, aunque no sea sino como resplandor o "halo". Así el poema "k": ... sin resplandor, / no soy el mismo. Y si hay alguien / en este desierto apagado, que se llame / halo de alma, retoño del todo, enfin, / que no sea una sed calcinada, le doy / mi talón, grieta de espejismos, / para que lo fije al mástil / de su aura y reduzca mi multiplicidad / a cecina de su antojo. Y quién / es el alma, si ya nadie es más / nadie, sin el uno y su anilina. "Siempre más ser es más nadie", decía un verso de Transmigración. Inútil hacerse preguntas sobre el carácter "metafórico" de estos versos. La poesía de Calderón es sólidamente física y radicalmente metafísica. Tengo raíz en el vacío... , decía en el primer libro. Al fin todo es metáfora, cuerpo y alma, mundo y trasmundo, de este lado y del otro lado de la realidad. Al lector, en realidad, eso le importa poco: lo que lo va arrastrar en la aventura poética es la intención de la voz, ya sea la intención del "poeta", ya la que le impone su "otro": al fin y al cabo es siempre, por debajo, la misma intención. Casi desconocida hasta el momento y hasta ahora sólo mínimamente publicada en un país de lengua extranjera, esta poesía, estricta y cautivante por lo que dice y por cómo lo dice, está destinada sin duda a atraer lectores cada vez más lectores y cada vez más cómplices. Es la de Calderón, me atrevo a decirlo, una de las obras poéticas más originales y densas que se hayan dado en español en los últimos decenios. galería
acerca del autor

Américo Ferrari, Lima, 1929. Poemarios publicados: "El silencio de las palabras", "Espejo de la ausencia y la presencia" (1972); "Las metamorfosis de la evidencia" (1974); "Tierra desterrada" (1980); "La fiesta de los locos" (Barcelona, 1982); “Para esto hay que desnudar a la doncella” (Obra Poética 1949-1997, Barcelona, 1998); y "Casa de Nadies" (Lima, 2000). Ha traducido del alemán a poetas esenciales como Novalis y George Trakl. Libros de ensayo: “César Vallejo” (en colaboración con Georgette Vallejo. París, Seghers, 1967); “Poetas peruanos del siglo XX” (Lima, 1990) y “El bosque y sus caminos. Estudios sobre poesía y poética hispano-americanas” (Valencia, 1993).
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