Iba a cumplir los 40. Dejó madre, novio, mascotas y trabajo para darse “un tiempo para escribir”. Al otro lado del teléfono, con voz grave, marcado acento paisa y cálida carcajada, Sara Jaramillo Klinkert recuerda la improbable historia de su primer libro, escrito en un piso pequeño próximo a la plaza de Castilla en Madrid, publicado en Colombia a finales del año pasado y recuperado por Lumen este verano.
“Cómo maté a mi padre” parte de una historia familiar sobre a la que Jaramillo le costaba hablar, una historia trágicamente común en ese Medellín de los ochenta y noventa en el que creció. Formada como periodista, trabajó en noticieros televisivos —“eso me daba la posibilidad de escribir rápido y pensar rápido”—, mientras acumulaba algunos cuentos y novelas que nunca llegaba a rematar porque, dice, “esos textos se quedaban sin aliento”.
Al llegar a la Escuela de Escritores en Madrid decidió escribir algo sobre su progenitor, un abogado que representaba a grandes sindicatos y que cayó muerto por los disparos de un sicario a las puertas de la casa de la abuela de la autora, que en ese momento contaba con 11 años. “Lo que escribí impresionó y gustó mucho. Aquello me hizo darme cuenta de lo jodido que es vivir en un sitio violento, porque hace que se vuelvan normales cosas que no debían serlo”, apunta. “Me fueron pidiendo más, y escribir hacía que me sintiera mal y también bien; comprendí que era mejor exteriorizarlo que tenerlo escondido. Pasó de ser algo de lo que no hablaba, a poder hacerlo sin atadura. Mi madre en su afán de hacerse la fuerte manejó mucho silencio, y vinimos a hablar ahora, tras la salida del libro. Al hacerlo sin temor, ni cosas malucas, eso deja de dominarte, tú pasas a tener el poder”.
La brusca pérdida de la arcadia feliz de la infancia en esa finca en la que creció con sus cuatro hermanos; la furia y el silencio que todo lo empapaban; aquel primer intento fallido de disparar al padre de Jaramillo, con toda la familia metida en un coche y el pistolero tratando de apuntar y viéndola al otro lado de la ventanilla en la parte de atrás; el puzle familiar deshecho y la caída en picado de uno de sus hermanos; su paso a la edad adulta con la firme idea de no tener hijos y “ser egoísta”; el encuentro con un hombre sin padre víctima de una carambola trágica, macabramente conectada con su historia. Jaramillo va tirando del hilo de su vida en Cómo maté a mi padre, uniendo pedazos dispersos para componer su autorretrato, y encontrar así, en ese mismo ejercicio de memoria, su recién estrenada voz de narradora. “En Madrid en aquel piso, hice un ejercicio de introspección muy grande, me entrené para confinarme ahora con mi gato Kafka”, bromea.
Entrar en la turbia historia de uno de sus hermanos dice que fue casi lo más complicado de todo. “Su adicción me genera algo muy complejo”, advierte. “La muerte de mi padre se llevó muchas cosas. Su parte de la familia tan bullosa y numerosa. Desapareció. Es el otro abandono que se llevó de tajo la bala”, explica.
De niña, en los libros encontró un “refugio”. Una amiga de su madre era bibliotecaria en un colegio y le hacía llegar a esa casa alejada en el campo donde vivían los libros de Agatha Christie o Enid Blyton. Al hablar de los libros que le marcaron a la hora de escribir el suyo habla de “Ordesa” de Manuel Vilas — “me dio pistas sobre cómo las anécdotas pequeñas cuentan cosas inmensas”—; “Léxico familiar” de Natalia Ginzburg; “El año del pensamiento mágico” de Joan Didion y “Lo que no tiene nombre”, de Piedad Bonnet. Leyendo este último libro fue cuando pensó que su historia de pérdida podía resultar interesante.
"La mía es la historia de muchas personas. Es raro en Medellín no haber conocido la violencia de manera cercana".
“El tema de Pablo Escobar se ha abordado en muchos libros y en el cine, de la misma manera que el asunto de los sicarios, las armas, las bombas. Estamos todos hartos de esa historia, qué cansancio, qué pereza”, comenta al tratar de explicar por qué todo ese ruido de fondo de las balas y el narcotráfico que asolaban su ciudad está fuera de las páginas de su libro. Jaramillo quería contar una historia íntima, y en esa intimidad ha logrado conectar con todos esos lectores que ahora la escriben. “La mía es la misma historia que tienen muchas personas”, aclara. “Tengo cinco amigas que las mataron al papá, y es raro en Medellín no haber conocido la violencia de manera cercana. Y todo eso llega a normalizarse, porque la vida no se para”, reflexiona. “Lo que viene después es lo más dramático, el desarrollo posterior de una familia. Todas las historias son parecidas, y todos llevamos esas historias a cuestas, las ausencias, los dolores sin resolver”. Pero el trauma personal y el colectivo de los que habla Jaramillo, a menudo se resisten a ser contados, ordenados narrativamente. “Cuando hay un muerto la historia no acaba, sino que empieza. Ahí arranca lo trágico”.
Hubo algo de terapia y una necesaria toma de distancia en las notas que Jaramillo fue reuniendo en Madrid. Al final se encontró con un montón de páginas que decidió repasar, y, una vez ordenadas, una amiga le pidió el manuscrito. Aquel borrador llegó a través suyo al escritor y editor Héctor Abad Faciolince, que decidió sacarlo en su pequeño sello editorial. La historia que Jaramillo contaba resonó en el autor de El olvido que seremos, libro en el que Abad vuelve sobre el asesinato de su padre, también en las calles de Medellín, y que Jaramillo recuerda que leyó “con angustia, porque su historia era también la mía”.
Pero si Faciolince decidió contar aquella historia por dentro y por fuera, la autora de Cómo maté a mi padre renuncia a investigar el crimen que partió su vida. “El año 1991 fue el que más muertos hubo. A mi papá no dejaron que lo cremáramos para poder investigar, pero no hubo ninguna investigación”, explica. “Antes de escribir el libro no se me ocurrió buscar nada y aunque Héctor me hizo la misma pregunta no quise buscar el informe de la autopsia. Con este libro ya hurgué suficiente en la herida”.
Nacida en Medellín en 1979, Sara Jaramillo Klinkert es una periodista que ha colaborado con los principales medios de comunicación de Colombia. Reside en Medellín y dirige una tienda de venta de especias, labor que acompaña con la escritura.