ASISTEN A SUS DÍAS CONVENCIDOS
Conozco bien a esa gente.
Gente nublada que se detiene a contemplar el mundo
en los estanques de octubre.
Gente a la que le resbala la miel de cualquier verso.
Impermeables, serios, caminan seguros por el territorio
de cualquier circunstancia.
No titubean, jamás se les despeina un solo gesto.
Asisten a sus días, convencidos.
Se sientan en las gradas a celebrar los goles de su equipo.
Aplauden en los teatros como si hubiesen entendido.
Acuden con devoción a las urnas.
Ciegos de curiosidad, mancos de conciencia.
Fieles siempre a sus finales
porque nunca tuvieron principios.
Es gente ceniza, espuma,
bisagras que oxidan la convivencia.
Gente que necesita rodearse de gente que se le parezca
para no ponerse nunca en duda.
MUJER SIN BIOGRAFÍA
Aprendí a talar muros
con esta sierra de palabras
en lugar de seguir deslizándome por los días
hacia la nada memorable vida
que otros insistían en programarme.
De no haber sido por los libros
ahora sería una mujer sin biografía.
Gracias a todos estos fantasmas forjé la mía,
considerando propios los recuerdos
y hazañas de otros.
Hoy, sin ir más lejos,
acabo de salirme de un relato de Clarice
y ando perdida buscando unas flores
para ese jarrón que compré ayer en Ikea.
Ikea me recuerda que por mí misma
no soy más que un montón de piezas
que no encajan.
Leo las instrucciones,
aprieto bien las tuercas.
Aprovecho los espacios y los tiempos
para crecer sin tambalearme.
El resto del día
vago como cualquier espectro corriente.
Me ocupo de que todo esté en orden en la cocina,
termino el artículo del viernes,
visito a mi madre una vez por semana.
Sólo una parte de mí, la que me resulta familiar,
se queda fuera.
Una parte que no se irá
hasta dar con las flores adecuadas
para el jarrón de serie que es mi vida.
(De “El laberinto de mi voz”, Ediciones En Huida.)
ÚLTIMO EXILIO
“…Raras veces resisten dos soledades juntas, las palabras”. Luis García Montero.
Nos ha pasado el tiempo.
Todavía consigo distinguirte
entre estas sombras marginales.
Aun humean los recuerdos
tras el cristal templado de la memoria.
Parece que fue ayer cuando regresamos
del corazón de la tempestad,
sin saber que los días azules
terminarían mal sus noches.
Que, más adentro, habría un último destierro,
un discurso póstumo, pronunciado en silencio,
una obsesión, que nos arrinconó en este insomnio,
una necesidad, que no nos atrevimos a nombrar.
Nos ha pasado el tiempo y la vida
no pudo ofrecernos otro guion mejor
que el que fuimos escribiendo
con verdades a medias y completas mentiras.
Ahora, se está acabando el lápiz
con el que, durante años, sombreamos los contornos
que hoy la lluvia se ha encargado de borrar.
LOS NUDOS DE LA MEMORIA
Me acuerdo de olvidar mi edad,
de un libro que me leyó,
de una voz que enmudeció.
Me acuerdo del sol que menos calentaba,
de mi madre, fregando de rodillas.
De mi padre,
alejándose del centro de nuestra gravedad,
entre volutas de humo.
Me acuerdo de un roble que crecía
en mitad de la explanada de la infancia.
De una mano culpable, de una flor mutilada,
de una isla sin sombra, de un dolor que quemaba,
de aquel loto sangrando, junto a un gorrión muerto.
Me acuerdo de la abuela rota, del insomnio perenne.
Del aquel circo que olía a cementerio,
del patio, que enfermaba en invierno,
de que siempre llovía, sin que nada se mojara.
Recuerdo que empezaba a hacer frío,
que nadie me veía,
que aquello que sentía me quedaba tan grande,
siendo yo tan pequeña.
Me acuerdo de la mesa blanca,
sobre la que soñaba, en voz baja,
con un lápiz ardiendo.
De intentar vivir, como si no hubiera un ayer,
de haberme convencido de que lo logré,
de despertarme helada,
en mitad de un sueño en llamas.
Me acuerdo del vértigo, destilando mi infancia,
del segundo precedente al desmayo,
de aquel sabor a tierra, de algún beso profano.
Me acuerdo de una taza verde desconchada,
de que ningún consejo era de mi talla,
de una voz acariciándome, hasta que me dormía,
de una lengua reptando, en dirección prohibida.
Me acuerdo incluso, de aquello que todavía no ha sucedido
y descubro que hay nudos que aún no he logrado desatar.
(De “Los nudos de la memoria”, Ediciones En Huida).
Laura Santiago Díaz, Málaga, España, 1976. Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Málaga. Trabajó como periodista en el ámbito cultural y es presidenta y fundadora de la Asociación Cultural Kreadores. Actualmente colabora en distintas publicaciones en Internet e imparte talleres de escritura creativa en la Librería Luces de Málaga. Participó en varias antologías de cuentos y hasta el momento publicó tres poemarios: “Exceso de equipaje”, “El laberinto de mi voz” y “Los nudos de la memoria”.