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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
2 6 2020
El marchar de las palabras por Gustavo M. Galliano

Estoy un poco preocupado por mí, hijo. Me pregunto qué me estará pasando. Llevo una temporada difícil y me interrogaba si te has dado cuenta de ello.
Ha comenzado hace algunos años. Dificultad en encontrar algunas palabras, ciertos objetos… Al inicio no le dediqué demasiada atención, pero precisamente se trata de que mi atención se dispersa, y no recuerdo entonces si fue así, o la falta de atención devino en la falta de dedicación a la mencionada atención.
Inicialmente fueron pequeños detalles, como ir extraviando cabellos, o perder ciertas cosas, principalmente gran parte de la visión perfecta que poseía. O que mi prolija barba azabache se convierta en un revoltijo gris, que tan mal luce.
Ir cambiando la vestimenta, y en lugar de vestir como el joven que soy, pues me queda la ropa de más talle, usar el horrible atuendo de gastados colores que llevan los mayores.
Pero no es lo más grave. No. Hay otros síntomas que me asustan aún más, hijo.
Te menciono los más aterradores. He comenzado a olvidar palabras, entiendes, ¡palabras! La mayor bendición que he tenido en la vida… palabras.
Las primeras que olvidé pronunciar fueron: abuelos. En ambos géneros. No recuerdo la fecha ni la temporada, solo que repentinamente esas palabras y sus sinónimos se fueron alejando de mi boca. Y aunque mi mente recuerda y reconoce hasta las lágrimas en imágenes, ya no pude volver a pronunciarlas.
Le siguieron varias, pero fue tremendo cuando ya no volví a mencionar “Papá”. Era apenas un jovencito y aunque en cada sueño él me visitaba, ya no pude decirlo, no pude. El sufrimiento me turbó tanto que hasta olvidé por unos años el llanto. Pero éste, como perro fiel, siempre regresa.
Le siguieron otras como “mejores amigos”, “reuniones sociales”, “risas distendidas”, “abrazos afectuosos”, pero son frases más complejas que fui omitiendo quizás para que no se notara el avance de mi estado.
Al transcurrir de unos años, que se me dificulta mensurar, fui perdiendo otras palabras muy importantes… “Esposa”, por ejemplo.  ¿Cómo hacer para ya no poder mencionar esta palabra cuando el corazón sangra que sangra? …  tanto se extraña, que resulta extraña la palabra.
La situación me ha traído graves problemas. El médico me indica que quizás me afecten los síntomas de algún cuadro severo de ansiedad, alguna fobia. Él intenta medicarme pero me resisto a depender de una pastilla, que probablemente pronto olvidaría tomar.
Y el desastre ha sobrevenido recientemente. He olvidado pronunciar una que me parte el alma, y que me ha llevado a la mayor depresión. Que me ha dejado vacío, carente de ilusión y pleno de hastío. Creo que debes comprenderlo, hijo. He olvidado la palabra “Mamá”.  Ya no sale su sonido de mi boca. Y aunque aún siento su abrazo en cada brisa, como pronuncia mi nombre en las noches cuando me acuesto, deseándome felices sueños, aunque al despertar creo sentir su mano acariciando mi cabello… ya no puedo pronunciarla.
Sí, ya sé, no son necesarias estas lágrimas. Eres joven y fuerte, tanto como yo, hijo, pero quizás sea más sensible… alguno de ellos, a quienes ya no puedo pronunciar, solía decirme que éramos iguales, que teníamos un amplio mundo interior al cual no dejábamos que nadie se adentrara. Seguramente eres diferente, extrovertido, sin el pecado de los años a cuestas.  Ya sé, no debo lagrimear, los hombres no lloran… o lloran… no recuerdo la frase. La estoy olvidando. Pero me duele, me quema por dentro. Como un volcán incapaz de estallar.
Sí, hubo muchísimas otras palabras que olvidé, pero siempre he tratado de suplantarlas, para que no se den cuenta de mis fallos, tan solo soy un humano, un fino cabello a merced de la tempestad que se avecina. ¿No lo comprendes, hijo?… no importa… tan solo te pido que no me observes con lástima y me hagas un gran favor.
Toma un retrato de los que aún estamos, de los que quedemos, pongamos una sonrisa grande todos, peinados, bien vestidos, abrazados. Y en el reverso de la fotografía, coloca en letras bien grandes: “Familia”.
Cuando lo hagas, y espero sea pronto, porque todo lo olvido más rápido cada vez, haz una copia para mí y guárdamela en el bolsillo de la camisa. Dame un abrazo bien fuerte, en silencio porque hay ciertas ocasiones que no necesitan de palabras y guarda una copia con la misma palabra “Familia” para vos, pero agrégale quien es cada uno.
Porque nunca se sabe, y quizás pronto vos también comiences a olvidar como se pronuncian algunas palabras. Sin siquiera darte cuenta, de un momento al otro, comiences a olvidar palabras. Es la Vida.

acerca del autor
Gustavo M.

Gustavo M. Galliano, nacido en Gödeken. Reside en Rosario, Santa Fe, (República Argentina). Poeta, narrador, gestor cultural, docente universitario argentino. Ha sido galardonado con el primer lugar en importantes concursos internacionales de poesía y narrativa. Ha publicado con marcado éxito el libro de relatos breves: "La cita". Ha participado en numerosas antologías literarias internacionales y ha sido publicado en revistas literarias de diversos países. Colabora con revistas de literatura y arte en Argentina, Canadá, España, EE.UU., etc. Miembro Fundador de Naciones Unidas de las Letras, Bogotá, Colombia y del Museo de la Palabra, Toledo, España. Embajador Mundial de la Palabra. Miembro de honor y corresponsal en Argentina de Asolapo (España) y miembro de honor de Asolapo (Argentina). Miembro de la Red Mundial de Escritores en Español (REMES).