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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
4 3 2020
Gitanilla, gitanilla… ojos verdes entre el cielo y el infierno por Susana Merke

¿Quién eres? ¿Qué buscas niña-mujer? Camino por las noches con una hija a cuestas y mis 15 años deseando una puerta guardiana, un techo acogedor. Sólo pretendo huir del frío, del viento, de la lluvia… de mi azarosa vida.
¿Cuál es tu nombre o todos lo son? Soy una y soy todas las mujeres de mi raza. Tal vez hoy, quizás mañana, en un refugio transitorio donde amamanto a sangre de mi sangre, pueda extender la mano para apropiarme de una limosna.
¿Saldarás con ellas tu deuda injusta? Sólo sé de mi castigo impuesto, mi largo cabello renegrido brillando en la oscuridad, mi piel aceituna y mi ligero andar; doy fe de mi belleza extraña y en lo más profundo clamo justicia. Sí, justicia como mujer romaní, como descendiente de un pueblo vagabundo y perseguido en un mundo que nos segrega mientras nos obliga desde tiempos remotos a migrar. Pero vaya paradoja en esta realidad, ya que mis ojos verdes iluminan mi existir y despiertan miradas compasivas, algunas vengativas y otras lujuriosas en los que pasan a mi lado y me desean como mujer, o se apiadan de mí como niña-madre. Las monedas que mendigo son lastimosas y una excusa para tranquilizar sus conciencias pecadoras.
¡Huye, corre, no te detengas y permitas que te atrapen! Sola, entrañablemente sola, me defiendo con las garras heredadas de mis ancestros frente a quienes se aventuran a acecharme, a provocarme. Parezco débil y frágil a los ojos de los que no me conocen, de los que ignoran mi historia, mi dolor y mi pena. No imaginan que cierto día la vida me abrió las puertas prohibidas y en un rapto de pasión desenfrenada me convertí en mujer-madre.
¿Qué dulces canciones le susurras a tu hija? En mis infinitas horas sin tiempo me adormezco y somnolienta bailo danzas milenarias para acunarla. Entre melodías y murmullos no puedo evitar recordar que fueron enaltecidas por maestros como Liszt, Brahms o Bizet. La música flamenca corre por mi sangre herida y embelesa mi alma.
¡Baila, sueña; sueña y baila para desterrar la pena! En las noches despierto atormentada y me encuentro voceando versos trágicos de intensas experiencias humanas repetidos una y mil veces por mi gente. Son un rezo constante, son un ruego que exige, son los espíritus que regresan y demandan. Las imágenes cobran vida para retornar a aquel día de 1922, cuando Manuel de Falla y Federico García Lorca apadrinaron el patrimonio del Cante Jondo para preservarlo. Su casta y su honor les requerían custodiar y dejar testimonio de las agonías, persecuciones e infinitas pérdidas padecidas como pueblo migrante deambulando por tierras y cruzando mares.
Me sumerjo en la hondura del dolor, de la rebeldía, del sufrimiento que sus letras derraman con una modulación grave y ahogada de la voz que nace de las entrañas, de las miserias del existir y de los pasos vagabundos.
¿Puedes diferenciar en tus días el cielo del infierno? Huyo del abismo para no morir y renazco en un cielo perfumado de azahares al cantarle a mi niña. Respiro profundo y anhelo caminar por la Baja Andalucía, misteriosa y secreta, que se atrevió con su magia a conjugar la música árabe, judía, gitana y africana. Soy mensajera de las desdichas encarnadas en los estratos más antiguos y genuinos de los Cantes de la tradición flamenca. Sueño y sueño con dejar mis huellas en Granada, Jaén y Cádiz para prolongar el impulso de esta herencia cultivada en la intimidad, por un puñado de familias como sello de identidad.
¿Te atreves a sobrellevar el peso de tu linaje? Repito y repito hasta enmudecer los poemas que me alimentan para evocar variadas formas de encantamiento… y olvido, rememoro, seduzco, y vuelvo a padecer. Todo habla de mi oscura raza que en la emoción compartida por la música como religión, disfruta y goza, sangra y perdura. Sé, que represento en mi prematura adultez el eterno y errante caminar de un pueblo, que con sus viejos carromatos huyó del noroeste de la India en el siglo V en oleadas sucesivas cruzando páramos, montes y llanuras para llegar a Europa.
Yo estoy allí, junto a ellos y en otros tiempos, para buscar un territorio de paz, para construir una utópica nación, para hallar bajo este cielo un lugar que nos reúna, aunque eternamente condenados por antiguas maldiciones de dioses y demonios sólo hallemos sufrimiento, esclavitud e injusticia en los poderosos que nos usan como moneda de pago o tesoro de guerra.
¡Regresa a tu presente y escapa de los juramentos marcados con sangre derramada en los precarios campamentos bajo la luna! En mi marginada soledad deseo borrar las figuras que me acosan. Sufro y padezco con sus pesares, que siguen siendo los míos, y no puedo olvidar cuando debieron partir de la India atormentados por los cien mil jinetes del gran Tamerlán. El destierro los obligó durante siglos a huir, sí, huir de los martirios innombrables para arribar a otras tierras que les prometían otro cielo y otro mar.
Y yo perpetúo la historia para aprender y no olvidar que otra vez se vieron forzados a escapar de los malditos tártaros, bizantinos y nobles rumanos que consintieron el ingreso de ciertas tribus a España. Veo la tierra hermosa que los recibió, veo las puertas de la libertad como peregrinos a Santiago de Compostela, veo como gozaron por un breve tiempo de “la paz del peregrino”. Pronto los días se tornaron oscuros y llegaron las persecuciones, las restricciones a los derechos y a las libertades. Y otra vez acusados de robos, de muertes simuladas y absurdas, fueron condenados.
¡Cuánto dolor y desconsuelo por pobres, por errantes, por gitanos! Pienso en la falsa y engañosa libertad que conquistaron con sangre y lágrimas; pienso en la música atesorada en el alma y en la estirpe; pienso en las raíces de una raza que se fortaleció para apaciguar penas y tormentos. Andalucía los abrigó como madre y los amparó para darles paz y consuelo.
 ¿Puedes torcer el destino de tu pueblo legendario? Sueño, como ellos, con otros cielos, pero la soberbia heredada no me permite derramar lágrimas rebeldes que secas se borran en mi rostro. Aprendí de pequeña las artes de la adivinación y en complicidad con las estrellas cruzo anchos mares y profundos océanos buscando en patrias lejanas mi origen, mi historia, mi eterno desarraigo condenado desde tiempos bíblicos.
¿Te atreves a leer el destino señalado en las líneas de tus manos? Fui excluida de mi comunidad al quebrantar las reglas por aventurarme a amar. Me sedujeron, me engañaron, me prometieron la luna blanca y desperté herida, traicionada y con un hijo en mi vientre.
Los patriarcas del clan me sentenciaron por infringir las leyes, y el camino fue el destierro y el deshonor al que sumergí a mi familia. Ya nadie de mi linaje abrazará mi cuerpo y concertará una boda. Mi pureza era el don más preciado y lo ofrendé en un rapto de ceguera. Ya no puedo soñar con mi “alto precio de novia” por desobedecer la estricta moral sexual de mi raza. Desgarro mi carne, lastimo mi cuerpo para expiar las culpas y arrepentida abrazo a mi hija hasta morir de vergüenza.
¿Alguien escuchará tus ruegos y podrá amarte para sanar tus heridas? Traicioné a los hombres de mi familia –custodios de la sagrada virginidad–, ellos no dudaron en aplicarme el más cruel de los castigos: exilio y marginación.
¿Ya no puedes soñar con el cante místico de la alborea en el día de tu ceremonia nupcial? Soy sólo una gitanilla de cuentos y leyendas que recorre los caminos para crecer y hacer oír su voz. Deambulo por las calles meciendo mi amplia y colorida pollera de fina seda, que zarandeo con vanidad de zíngara que todo lo insinúa y nada lo muestra. Provoco envidia, pasiones desmedidas y deseos reprimidos en aquellos que no pueden poseer mi carne joven; nadie se atreve a acercarse por temor a las maldiciones, que de mi roja boca pueden brotar para condenar por generaciones a hombres y mujeres.
 ¿El temor al espíritu gitano es el escudo que te resguarda? ¿Hasta cuándo podrás valerte de él? Apartada y humillada por osada y libertina me obligan a mendigar para criar a mi hija; busco romper las barreras que me separan del otro mundo pero temo perder mis costumbres, mi lengua y los ritos que mis ancestros se encargaron de conservar y transmitir. Esa es mi misión y por eso prefiero el castigo impuesto antes de negar mi casta.
¡No renuncies a tu libertad, aférrate a lo que tienes en tus brazos; ella es tu mañana! Con fuertes manos y firmes pies avanzo dejando rastros y construyendo mi propia senda. No me serán fáciles los arduos días y noches que me esperan sin descanso. Mis hombres no me lo permitirán y tratarán de imponer sus códigos y a su hombría deberé resistir. Como una fiera encarcelada busco en mi corazón la fuerza de mujeres y mujeres de mi pueblo para desafiar la lucha, no callar y cambiar el destino de sometimiento, sacrificio y obediencia.
 ¿Romperás las cadenas que te atan y te condenan? ¡Tú no puedes cambiar el mundo, pero si puedes echarte a volar y ser libre! ¡Cuántos pesares, cuántas historias de siglos cargo en mis espaldas y me obligan a caminar y caminar como lo hicieron mis antepasados buscando un lugar, mi lugar! El desarraigo que enfrento, clama perdón y justicia como un ruego que nace de mis labios en mi amada lengua romaní, hija del antiguo sánscrito, que en su entrecruzamiento con las indoeuropeas permitió el surgimiento del dialecto que pronuncio con orgullo.
¡Zíngara, zíngara que soñaste desde niña con ser algún día Tía en tu clan! ¡Todo se derrumbó una noche de pasión desmedida y clandestina! No deseo recordar, pero desperté una mañana y mi destino ya no era el mismo por agraviar y mancillar el código de los varones; no llegué virgen al matrimonio al que ya nunca podré acceder; la fidelidad a un esposo es absurda, nunca lo tendré. Aunque la mayor maldición fue dar a luz una niña y no un varón, ya que ese es el máximo regalo que la providencia puede darle a una mujer de mi estirpe.
¡Despierta, despierta de tu letargo y no abandones tu lucha, tu cante que te fortalece! Mi Cristo de la Saeta recompensará mis desasosiegos, y quizás nuevos colores profeticen el futuro que no me atrevo a descifrar en las líneas que surcan mis manos. Presiento algún amor sacrificado que me rescate del olvido y acepte mi pecado. Ser mujer y gitana tiene un precio que se debe pagar y no es para olvidar con la cruz que señala mi frente.

acerca del autor
Susana

La primavera de 1958 vio nacer a Susana Merke en la llanura santafesina (Argentina). Hizo sus estudios primarios en la escuela Simón de Iriondo y luego para el Bachillerato en el antiguo Colegio Nacional de la ciudad de Rafaela. Su inquietud por las letras la llevó a trasladarse a la capital de la provincia, Santa Fe, donde ingresó en la Universidad Nacional del Litoral para obtener el diploma de profesora en Letras. Partió a la Capital Federal, Buenos Aires, en dicha ciudad dictó cátedras en Literatura Argentina, Americana y Española durante trece años, y a fines del siglo XX regresó a su tierra natal. Enseñó en escuelas medias y desde hace varios años sintió el llamado de la escritura. Recibió distinciones en concursos literarios, y el 16 de junio presentó su primera novela “Las voces del pasado no mueren”.