“Vengo siguiendo la Luna” dice el Sereno, cuando le preguntan “¿qué haces?”. Esta pregunta es un saludo al que llega, acostumbrado entre los vecinos. En el pueblo la Luna sigue en el cielo durante la vigilia de los hombres y mujeres. Claro: también la vigilia de los animales y de los pájaros, pero cito la vigilia de los hombres y mujeres para asociar el camino de la Luna con la continuidad del pensamiento. Esto ocurre varios días del mes. Así que las presencias simultáneas del Sol y de la Luna no es un fenómeno extraño para nosotros. Lo curioso es que no se admire ni se comente, ni de vez en cuando. Es un objeto más de la Abundancia. Que tampoco se comenta… Aunque tal vez se admire y se siente en voz baja. Aunque tal vez con aquella particularidad de la vigilia, la Abundancia está incorporada en el Espíritu de los hombres y por eso si es objeto de reflexión y no es tema de comentarios, y, bien, sea una señal de nuestra condición: de que conformamos el Ambiente y de que el Ambiente nos conforma. Y eso y otras tantas cosas que no se hablan en el pueblo son parte de la sabiduría callada de los que habitan estas calles. El Sereno es uno de esos Hombres, es como la exposición de unas cuantas cosas que, tal vez, por pudor, los Hombres no las hablan. O tal vez las lleven en el Preconsciente y las dicen en situaciones de intimidad, como harán con las caricias a su mujer. El Sereno salió de su casa que está en lo alto de la calle, un poco antes que esta se divida en dos y vaya una hacia el Sur y otra hacia el Norte, y después comiencen vecindarios parecidos, con nombres distintos, buscando la singularidad. Con espacio, sin aglomeración para abaratar los servicios, con perros y árboles en las casas. Y desde ahí, después de dos hectáreas de chacras, al Oeste lo ocupa la inmensidad de la montaña. Es de madrugada, estamos en verano y hace un fresco agradable. Camina despacio y como siempre, trae una mano en el bolsillo y en la otra sostiene una ramita. A pesar de la regularidad de sus circuitos cotidianos, de su habitualidad de levantarse antes de la primera claridad y del cumplimiento que tiene en los horarios de las citas, se mueve en una ausencia de apreciaciones de cálculo y de estadísticas, así suele decirlo él, y a veces en tono de aclaración. “Siguiendo la Luna” es una frase de una de sus canciones preferidas. Escucha músicos contemporáneos y lee a los filósofos alemanes de hace muchísimo tiempo. Yo pongo atención en la longitud de mis trancos para no pisar el alquitrán de la junta de dilatación y si voy por una vereda no piso el cambio de color o de formato de las baldosas para reafirmar la continuidad, y el orden de mis lapiceras, que no presto, en el estuche de cuero donde guardo las que no tengo en uso, es tan importante para mí como, rigurosamente, lavarme los dientes al levantarme y después de cada comida, y la copia de mis trabajos en diferentes archivos al terminarlos y la copia en papel para archivarlos en su correspondiente folio pueden hacer esperar una comida o el comienzo del descanso. Pero mis toc, por soledad de mi neurosis o por la autonomía en su crecimiento son de adentro hacia afuera, los protejo de la exterioridad y de las configuraciones sociales. Vamos juntos, cuando pierdo alguno lo extraño… Y después de todo son humanos y me hacen humano. Sereno habla pausado y camina despacio. Como si no descuidara el contacto con su Suelo, como dice. Él habla de “su Suelo” y como si en las charlas recordara algo y quisiera reafirmarlo o como si reafirmara algo para que lo recordemos nosotros, después de sus conceptos pone silencios. En sus conversaciones, por ejemplo, cuando dice “mi suelo”, para que el interlocutor no se confunda y piense que habla de la Tierra, hace silencio y se detiene mirándote a la cara, aun sin esperar respuesta. El Suelo es lo que cada uno va procurando en su Vida, tendrá que ver con la Libertad, la Subjetividad que va produciendo, la responsabilidad de su Mundo. Aquí hubiese hecho otra pausa para que nos preguntáramos: ¿cómo “su Mundo”? ”¿No es el mismo Mundo el de todos?”
Siempre camina y siempre habla del camino.
Es muy temprano y en la calle hay un tránsito de poca gente, esta hora tiene una quietud clara, transparente, que mete adentro todo lo que hay de orilla a orilla, los árboles, dos o tres tipos que pasaron en bicicleta, el griterío de los teros que cruzan como si fuesen los dueños del silencio. Observo, y pienso que esa quietud no va a cambiar con lo que llegará del día. Bueno: esa es la sensación que tengo. La urbanidad de la zona es moderada y tal vez, esa calle siempre tenga una quietud parecida, aunque haya otro tránsito y yo estoy mirando distinto de tantas veces que miré esta calle. Dije: “con lo que llegará del día”, “el Devenir” diría el sereno y vamos yendo hacia ahí… Eso es el día. Esa es la calle por dónde, todos los días camina el sereno. Esa… por la que baja, en la que estoy parado… Esa calle que hago, que hacemos, con la Palabra. La de los silencios de la sabiduría de los Hombres, también de los que esconden la simulación de la muerte. Esto que digo: es la calle de todos los días, la dirección y los puntos cardinales son otra cosa, las que trazan y construyen los ingenieros son acuerdos en la exterioridad de los hombres, para el tránsito por la cotidianeidad, para referenciarse en una búsqueda de algún domicilio o en la lectura de algún plano de la ciudad para los empleados del catastro y para publicarlas en los manuales de turismo. Como las páginas que escribimos para ser leídas por otros, son objetos que contienen parte de nuestra interioridad, no porque mezquinemos algo en la construcción del texto sino porque sólo hay algo de esa interioridad que podemos exteriorizar. Queda “lo otro” que no puede verse con la misma mirada de lo cotidiano, eso de: el Suelo, la Subjetividad, lo del camino, lo del Mundo de cada uno, lo demás que no podemos percibir por los muros de la exterioridad y los encierros del “sentido común” y de la ignorancia… ¡Qué misterio “lo demás”!
Una multitud de hombres y mujeres que se dispersa, como si fuesen mundos que algunos se intersectan, unos más y otros menos, amigos, parentescos, compañeros. Se distancian sin apreciaciones de cálculo ni estadísticas, grupos de Hombres que no conozco y que no puedo describir sus rostros, o sí. Van y vienen por la calle que empieza en la misma madrugada, no son pocos, caminan hasta por las banquinas y unos llevan cuatro frases con conceptos, al menos, los que les he visto las manos. Puedo apuntar unos rasgos similares, sólo similares. La quietud es incipientemente amarilla transparente, y los Hombres caminan por dentro, aún, tiene más de la blancura de la Luna que está por encima de todos, que del amarillo del Sol que no ha subido de la punta de la calle.
¿Hasta dónde irá la calle?
Esa calle, que los que la habitan van haciéndola atravesar los muros. No puedo definir el sitio donde estoy parado observando. Pasan tres vecinos en bicicleta y me saludan. Entrarían a sus trabajos y yo camino hacia el Este, el Sol ha subido y parece haber empujado a la Luna que palidece.
En una mano sostengo mi cuaderno y en la otra una ramita que levanté, tal vez para distraerme del silencio.
Paso por las esquinas de los almacenes que todavía no abrieron y después las orillas de la calle tienen acequias que llevan agua. ¡“Llevan”… como si fuesen las acequias las que se mueven y llevan las aguas quietas!
“No es posible bañarse dos veces en el mismo río”—dice Heráclito.
Más abajo, donde las aguas se aquietan, un hombre mira el reflejo de su rostro… detenidamente. Hay un remanso después que la acequia saca un brazo para llevar el riego a las propiedades del norte de la calle, de unos dos metros de diámetro, el agua se detiene por encima, por debajo de esa superficie sale despacio y continúa con un cauce más delgado, no sé hasta dónde. Se van muriendo las aguas. Tienen esa muerte horizontal, después que la acequia no hace ruidos. Hay un hombre inclinado sobre el remanso, apoya sus brazos en el bordo, que es alto, le da a la altura de la cintura, tiene pantalón y saco negro, lo mismo que su calzado, estoy más o menos a una cuadra de distancia, me detengo porque no quiero interrumpir esa ceremonia. Es sereno, esa es la percepción que tengo, por su sombrero, por ese traje de aspecto pesado, su figura de todos los días y después lo confirmo por sus gestos. Alguien que no lo conoce, pudo pensar que ese hombre descansaba o estaba descompuesto, por la quietud y por la inclinación de su cuerpo, por la parsimonia de sus modales. Me apoyé en un eucalipto desde donde lo veía casi en los detalles de su acto, juntos habíamos participado en otros, donde me pidió que reflejara mi rostro en el agua, mi rostro y mis manos. Él me definía la diferencia de ese reflejo en el agua con el reflejo del espejo plano, metálico, con una superficie más o menos pulida por otro hombre y una máquina. En el agua reflejábamos el Espíritu. Él no me vería, salvo que después caminara hacía donde yo estaba. Yo vi esa figura de traje y sombrero negros entre los Hombres de la calle y esta llevaba cuatro frases con conceptos y un poema, vi sus manos de cerca y pensé en él, pero me asombró cuantos hombres y mujeres habitan la misma calle, y me distraje.
Les dije lo de su traje de todos los días y su sombrero negro, para hablar de él además de su figura, tengo los conceptos de muchas conversaciones para decirles como es, y para insinuar eso que él exhibe en su carácter. Intento presentarlo mirándolo de lejos. De adentro hacia afuera, con una sola frase basta, con muchas frases se convertiría en una explicación… Entonces sólo repitiendo su nombre, Sereno… o su sobrenombre. Yo había anotado unos conceptos en esos papeles pequeños que tienen un adhesivo y que se usan para recordar pegándolos en algún lugar necesario y los llevo en mi cuaderno: “Cada Hombre construyendo su Mundo simulan el Mundo”. “Cómo el Hombre mira la Vida, es, cómo habla de su mundo y de él”. “Como el Hombre atiende a los animales, como se da cuenta de los cambios de los árboles, como escucha, con cuánta comodidad se queda en los silencios, son indicios de cómo mira la Vida”.
No quiero quedarme mucho tiempo afuera y a esto, también me ayuda si hablo del sereno. Veo que se endereza, refriega sus manos, una con otra y camina en la dirección contraria a la que yo iba, nos encontraremos. Estoy más o menos, a una cuadra de él y hay que esperarlo un rato para que llegue. El que espera, dice: “viene despacio”. No se distrae, llega después de haber tomado información de los colores, del movimiento, del sonido del agua y de sensaciones, que algunas las cuenta sin preguntarle y otras no. Le decimos Sereno, aunque no es su nombre propio, pero ya, entre nosotros, es como si lo fuese, por eso lo puse con mayúscula. Tampoco es su oficio, aunque “el sereno” inmediatamente suena como: el que hace un trabajo mortificante y de noche. En el pueblo le ponemos el artículo adelante a los nombres propios, como si, inconscientemente, necesitáramos reafirmar el género de los individuos. Seguramente no nos damos cuenta y eso lo tengamos como un atajo a la posmodernidad que atravesamos o que nos atraviesa. Por el resguardo, en el pueblo se dice: “te estás atajando”. Con esa figura de poner las manos por delante, para protegerse de algo.
También el hombre que siega el pasto, para enfardarlo necesita que la noche anterior haya habido “bastante sereno”, dice. Para que con el movimiento de la máquina las hojas, que son tiernas, no se caigan de los tallos. Algunos con menos arraigo en la zona, a eso le llamamos “rocío”. Ellos dicen, “enfardaré mañana si es que hay sereno”. Algunos dicen……”si hay buen sereno”, y con el “buen” que le ponen adelante hacen más fuerte el sustantivo. Le ponen mayor claridad a la necesidad de tener “un algo”, mañana para poder trabajar.
Tuve precaución, en poner que las “hojas de la alfalfa son tiernas” pude haber puesto “… Son débiles” y eso contribuiría a la confusión de la mirada. Nada de la Naturaleza es débil. Si no, con toda la mugre y el veneno que el poder económico y el poder político le meten a la Tierra, al Aire y al Agua, viviríamos ya, en una superficie pelada como una carretera y boqueando. Sí, poco tiempo. Los dos por avaricia y los dos por ignorancia. Esto lo digo, poniendo lo que siento en simpatía con la paciencia del sereno. O con la Serenidad del sereno.
Serenidad es un concepto distinto, que el de paciencia. Serenidad es constitutiva del Espíritu, “paciencia” es una actitud momentánea, exterior, de uso. Que tal vez sea pariente de la amabilidad. O sea: un objeto de la Sociabilidad.
Cuando yo digo: hay que esperarlo un rato. Estoy expresando una situación en conceptos que se oponen al ser del sereno. “Esperar”, remite a un vacío, a un vacío entre una acción y otra acción, a “una pérdida de tiempo” y eso es una desgracia para una vida tan corta como la que tenemos los Hombres, aunque esto no lo pasemos permanentemente por la Consciencia. Y, “un rato” remite a un acto de medición, que es una generalización de qué número, de qué cantidad medimos en el reloj, para definirla. “Esperar” y “un rato” remiten al mismo desasosiego. Aprendido, incorporado, del ámbito del cálculo (“en una ausencia de apreciaciones de cálculo y de estadísticas” dice, el sereno). Aun, nos pone frente al otro en condición de reclamo o de acreedor, ambas condiciones que pertenecen al mercado. Calles por donde no transita el sereno.
¿En qué situación estamos, cuando nos encontramos, más o menos, a una cuadra de él…?
Inclusive: el “no se distrae”, también remite a ese modo impuesto de considerar la cotidianeidad. “No se distrae”, es: no se sale de…, no se saca de… no se trae de… y el “de” es ese lugar que desconocemos, que no podríamos intervenir, seguramente, ni describir, porque no es determinado por el “uso” del tiempo, por los costos, o porque hay que llegar a “un fin”.
¿Será por algo, de lo que dije, que al oficio del hombre que durante una jornada de trabajo debe “descuidar” su propiedad para “cuidar” la propiedad de otro, le llamemos “sereno”, porque esa jornada de trabajo no es la elaboración ni la transformación de algo, sino “una espera” sin “distraerse”? —Así, el significado de “sereno” es puesto en el dominio del cálculo.
¿O será que al rocío, se le llama “sereno” por la constancia de bajar toda la noche a mojar la Tierra, en silencio, como si el beneficio que produce proviene de la serenidad y del silencio? —Así, el significado de “sereno” es puesto desde el camino de “el sereno”.
Grosero, absurdo, sería llamarle “sereno” al rocío, porque baja durante la noche, como, generalmente, tiene su jornada el que cuida la propiedad del otro. —Así, el significado de “sereno” es puesto, doblemente, en el dominio del cálculo. Esto expondría las ataduras a la ignorancia, de quienes hicieren esa comparación.
Dicen que el nombre propio del “sereno”, es Juan. Otros dicen que lo suponen.
Miguel Montoya, escritor y filósofo, nació en San Juan (Argentina), 1948. Estudio Ingeniería en la UNSJ y se pos-graduó como diplomado superior en Ciencias Sociales, mención Sociología, y después como Magister en Ciencia Política y Sociología en la FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales). Además cursó posgrados de Psicología Social y de Psicoanálisis; entre otros. Profesor Titular Exclusivo en la Universidad Nacional de San Juan. Ha publicado libros, de filosofía, de psicología social, de educación y ha participado con sus cuentos en convocatorias nacionales e internacionales. Ha escrito para semanarios provinciales y revistas de Sociología.