Estaba sentado en el vestíbulo cuando franqueó la puerta principal del hotel desde la Plaza de la Lealtad. Arrellanado en uno de los sillones señoriales, estilo belle époque, situado junto a dos majestuosas y llamativas columnas de mármol cromado, hojeando el ejemplar de El Mundo, de esa misma mañana, que llevaba en portada la salida de Bárcenas, el extesorero del Partido Popular, de la cárcel de Soto del Real. Hasta que le vio aparecer y se levantó para saludarle.
—Te iba a esperar en la terraza echándome un cigarro, pero hace un día bastante desagradable… —comentó, después de estrecharle la mano, volver a sentarse e invitarle a que hiciera lo propio.
Alex se desabotonó el abrigo, se aflojó la bufanda y se acomodó en otro sillón a su lado.
—Bueno, desembucha… ¿De qué va esa historia que, según tú, es flipante? —dijo.
—Tomemos un café y te voy poniendo en antecedentes —le respondió el policía.
Ambos, el redactor jefe de Crónica Zero y el subinspector de la Comisaría del Retiro, se dirigieron hasta el bar del Ritz. Una vez en este, se acomodaron junto a una mesa, sobre un flamante sofá color grana liso, que se hallaba pegado a una pared de la que colgaban los retratos legendarios y glamurosos de personajes míticos de la gran pantalla como Sinatra, Richard Burton, Liz Taylor, Ava Gardner, Rita Hayword o James Stuart. Pidieron un cortado largo, el uno, y un manchado, el otro, antes de entrar en materia.
—El pasado domingo apareció muerto en la habitación 321 de la tercera planta un caballero americano… —empezó refiriendo Sánchez, después de tomar el primer sorbo de su taza humeante y secarse la comisura de los labios con una servilleta de papel.
Alex se sentía incómodo por tanto exceso de exquisitez y lujo a su alrededor y por la mirada poco amable que le dedicó el camarero que se ocupó de atenderles. Aunque al mismo tiempo se sentía fascinado. No tanto por la magnificencia de la decoración como por el toque de película que a la estancia en la que se encontraban daban las fotos en blanco y negro de aquellas viejas glorias de Hollywood. Detalle este que solo podía valorar en su justa medida un cinéfilo como lo era él. La verdad es que no había entrado nunca allí, porque jamás había tenido motivo para hacerlo, pero el palacio destinado a hospedaje de la crème de la crème era como se lo había imaginado. Había leído alguna que otra de las leyendas que se contaban sobre la admisión en aquella casa de huéspedes centenaria, poniendo de relieve su carácter aristocrático, superexclusivo, y era evidente que ninguna exageraba.
—…Un tío de mediana de edad, semblante pálido tirando a lívido y una cara rarísima de muñeco feo como la que suele tener todo el que abusa de la cirugía plástica —continuó el subinspector, sin dejar de observar con atención la reacción de su amigo el periodista—. El tipo fue hallado tendido desnudo y boca abajo sobre la cama por una de las señoras de la limpieza. Su cuerpo, que todavía se encuentra en el anatómico-forense y bajo custodia de la autoridad judicial, no muestra ningún signo de violencia. Excepto las marcas de unos pinchazos de jeringuilla, como los que presenta cualquier pobre y vulgar yonqui, en ambos antebrazos. Los análisis llevados a cabo por los muchachos de la científica concluyen que murió como consecuencia de un infarto, después de administrarse una droga, de muy extraña composición, que se autoinoculó, no sabemos si con la intención de matarse, o le fue inoculada por alguien, con o sin su conocimiento, no sabemos si con la intención de mandarle al otro barrio. Aunque mi intuición —apostilló el policía— me dice que no estamos ni ante un accidente ni ante un suicidio.
—¿Se sabe de quién se trata? —preguntó Alex, no muy convencido aún de que aquella historia pudiera suscitar su curiosidad y menos aún la de sus lectores.
—He ahí el quid de la cuestión —le respondió Sánchez cuando se disponía a tomar un nuevo sorbo de su café—. Todavía no hemos podido determinar la identidad del individuo, porque, según hemos podido comprobar, se registró con nombre y apellido falsos. Pero —el subinspector volvió a clavar su mirada en la de su amigo, para deleitarse con la expectación que deseaba despertar en el ánimo de este— si te digo lo que sospechamos… ¡no te lo vas a creer!
—Prueba y lo verás. Por fortuna para mí, la capacidad de sorprenderme aún no se me ha agotado del todo.
Sánchez apuró el contenido de su taza y se tomó unos segundos.
—Te vas a pensar que me burlo —empezó a decir—. Te vas a pensar que me burlo —repitió, para volver a callar otro instante, como sopesando si revelar o no el secreto mejor guardado de aquel extraño caso a su interlocutor.
—Puedes estar seguro de que me voy a burlar me digas lo que me digas —le replicó con ironía Alex, al que ya le reconcomía la impaciencia.
—No te lo puedo asegurar hasta que no tenga en mano los informes y los vea con mis propios ojos, pero, según me ha soplado ya por teléfono un colega del laboratorio…
—Abrevia, cojones, que me va a dar algo…
—El muerto que fue hallado el domingo en la habitación 321 del Ritz podría ser…
—¿Esperas acaso que resuenen los redobles de tambor antes de pronunciar su nombre?
—Podría ser… —hizo una pausa para alimentar el suspense—. Podría ser… ¡Michael Jackson!
—¿Quiéeeennn?
—¡Michael Jackson! ¡El Rey del Pop! —recalcó el policía.
Alex enmudeció primero y después soltó una sonora carcajada.
—¡Déjate de chorradas, Fran, y dime de una puñetera vez quién se supone que es el guiri ese que encontrasteis aquí!
—¡Ya te lo he dicho!
—¿Me tomas por idiota?
—Ya te avisé que ibas a flipar en cuanto te lo dijera…
—¿Cómo habéis podido llegar a esa absurda conclusión y tan rápidamente?
—El dato, como te decía, aún no está confirmado. Se está cotejando su ADN con las muestras de ADN que archivan en sus bancos de datos el FBI e Interpol. Aunque, según me han adelantado, el perfil genético parece que podría coincidir con el que los americanos conservan del menor de los Jackson…
Alex se levantó de su asiento. Se giró sobre sí mismo y miró a su alrededor. Trataba de procesar y asimilar lo que Sánchez acababa de contarle, porque seguía sin creérselo.
—¿Pero eso que me estás contando sobre los bancos de ADN no va en contra de la ley? —observó cuando volvió a sentarse.
—¡Y a ti qué leches te importa si va en contra de la ley o no! —objetó el subinspector—. Lo que debe importarte es si es verdad o no cuanto te estoy refiriendo —añadió tajante—. ¡Y, por mis hijos, te juro que no te miento!
—¿No hay posibilidad de que se hayan equivocado los analistas del Instituto de Medicina Legal o tus colegas polis del otro lado del charco? ¿No podría tratarse de un pariente? ¿Un hermano desconocido tal vez?
—Ya sabes, querido amigo, que el margen de error en esta clase de análisis es prácticamente ínfimo…
Alex se debatía interiormente entre dar y no dar crédito a lo que Sánchez le exponía. ¿Cómo puñetas podía ser aquel tío hallado tieso en el Ritz Michael Jackson si el Rey del Pop llevaba ya muerto y enterrado casi seis años? Claro que inverosímil, lo que se dice inverosímil, no era que lo fuera. Lo mismo la gran estrella afroamericana de la música no falleció en 2009 y lo de su muerte —vete tú a saber— fue todo un montaje. ¿Cuántas veces no se ha especulado con leyendas urbanas sobre gente célebre, ya oficialmente finada, que, no obstante, continuaría gozando de la existencia entre nosotros en el más absoluto de los anonimatos? ¡Cuántas veces no se ha rumoreado, por ejemplo, que Elvis, el Rey del Rock, sigue vivo! Pues igual resulta que con el caso del menor de los Jackson Five ha podido ocurrir algo de eso. ¡Menudo bombazo!