Me sigue la nada que devora tanto a la estrella más hermosa como al campesino más humilde, aquello que consume mundos y galaxias, que vuelve al hombre un puñado de huesos sin voz ni memoria, que hace de la tierra un funeral de escombros y del sol una tumba de fuego azul. Tengo la apariencia de un humano pero siento que no pertenezco al laberinto cartesiano, a la mitología de lo real: ni los discursos lumínicos de la razón ni los engaños del misticismo, pueden explicar la paradoja de mi existencia, de lo eterno vengo, en lo trivial me hallo y en el nihilismo habré de fundirme para siempre con el fuego de lo irreal o quizás, con el esplendor ignífero de una ontología más allá del teorema, del tiempo y de la poesía.
Desconozco el rumbo que estoy tomando, siguiendo la melancólica cartografía que me heredaron los alquimistas del alma, los filósofos de la muerte los cuales en antaño recorrieron aquel mismo inframundo donde no hay un mañana y el pasado es solo ceniza, donde el zodiaco se pierde en un remolino de oscuridad y el hombre se vuelve una leyenda de viento y luz, un canto de lágrimas y recuerdos que se desvanecen como luciérnagas fatigadas que dejan de brillar entrelazadas con el silencio de una hojarasca nocturna. Más allá del alba escarlata que se vislumbra tras una cordillera ennegrecida de gélidas montañas, gobiernan los emperadores del mito, los faraones que inventan ángeles y profetas y bajo el hielo sobre el cual camino ensangrentado y sudoroso, se escucha el murmullo boreal de las sirenas que Homero soñó, un poema formidable, de versos que encapsulan lo infinito, que atrapan lo eterno en el legado cultural, en la resonancia religiosa, en la fertilidad metafórica, en el pasado onomatopéyico y en la esclavitud gramatical de todas las lenguas del mundo fundidas en una misma arcilla que le da forma a la locura, a la fría racionalidad y a las pasiones Universales de la humanidad.
El recuerdo vivido y abrumador de un millar de muertes en calabozos de tortura y en las hogueras de la inquisición, el himno ignífero de incontables espadas empuñadas por causas injustas, armas usadas en nombre del fascismo, el estruendo de las bombas que llueven sin clemencia sobre incontables inocentes así como el reflejo desesperanzador de ciudades y naciones enteras carcomidas por las llamas, devoradas por la destrucción más atroz a la orilla desolada de un río repleto de cadáveres, en el infierno de la guerra, en medio de aquella histeria que deshumaniza y enloquece; llegan a mi mente y lo único que puedo sentir es odio, tristeza e indignación, conforme un sinfín de soldados de todos los bandos y civiles de todas las razas y épocas, de inocentes y culpables reducidos a cadáveres sin rostro afloran como rosas negras en un jardín celestial profanado por la toxicidad del olvido, de entre las profundas y huracanadas arenas que atravieso, cruzando en silencio un mundo de hielo para adentrarme en un desierto de soledad prehistórica, llameante e inmenso como un Cosmos ambarino, buscando algo más allá del engaño de los Dioses y de la tragedia del hombre, algo que no sea inmortal pero tampoco efímero y sujeto al olvido, mi búsqueda me conduce lejos de los axiomas de la razón y de las paradojas de la irracionalidad, lo que quiero está fuera de los confines de la realidad y del sueño.
Cuando era hombre de carne y pensamiento, de sueño y poesía, como una sombra de sangre y lágrimas, como un fantasma de recuerdos entrelazados con la nostalgia de una existencia sin sentido; solía recorrer los bosques de la tierra fértil y juvenil, su geografía encantadora y bella incorrupta y sublime, bajo los rayos de un sol primigenio, entre inmensos jardines semejantes a los Campos Elíseos, por entre cavernas prehistóricas que recordaban la morada de alguna Ninfa Homérica. Recuerdo que por aquella época albergué en mi alma, el destello bermejo del más intenso afecto dirigido hacia una mujer que ahora no puedo sino confundir con el mito, que sin embargo como un delirio magnifico consiguió hace tiempo cautivar mis sentidos, que se convirtió en la emperatriz de mis pensamientos, hace tantos años o quizás siglos que a duras penas puedo recordar la simetría de su rostro y el brillo incandescente de su mirada. Escucho su voz paseándose por entre los senderos pedregosos, por entre la cartografía Dantesca del mundo miserable y desolado que recorro, soy capaz de sentir la resonancia de su canto navegando por entre un viento caliente como el fuego y súbito como el relámpago, taciturno como el incienso letárgico de un funeral olvidado y como si el recuerdo de una vida pasada irrigara mi conciencia, siento remordimiento y vacío al pensar que el destino nos ha separado para siempre; nunca habré de conocer su paradero, el desenlace de su historia, ni tampoco podré sentir ya la poesía de sus labios.
La tierra hace ya milenios que se ha desvanecido en un trágico funeral de llamas y el sol imponente y ancestral, brilla cada vez más sin clemencia ni remordimiento como un tirano senil, devorando con implacable apetito y vigor, cualquier mundo que ose acercarse: la luna se ha ido en un adiós neurálgico, en una lluvia plateada y todo lo que queda del Universo, el recuerdo de sus átomos y de sus constelaciones se encuentra plasmado en el cristal magnifico de una esperanza que aún poseo, aunque la muerte que oscurece la vía láctea me sigue a cada paso, aunque las huellas que imprimo sobre la arena del mundo lejano que atravieso cual nómada cósmico, desaparecen como vidas que se pierden en la dictadura del cementerio, en el totalitarismo de la inexistencia; sigo avanzando, sin religión ni patria, sin cultura ni memoria, persigo una paz que mi subconsciente esboza y que mi corazón anhela. Tal vez soy alguna imagen fantasmagórica exiliada de un sueño ajeno perdido en los basureros del olvido, tal vez soy un delirio errante, una anomalía del tiempo y del espacio, o simplemente soy el último de los hombres y quizás el primer ángel, un profeta sin eternidad ni devenir, un artista del zodiaco pero sobre todo, un Prometeo del lenguaje, un esclavo de la metáfora que inventó al humano, de la poesía que volvió a un primate mítico un hombre de civilización, ética y conflicto: soy el heraldo de una memoria colectiva, de un sentir lastimosamente marchito como una hermosa rosa que muere bajo la tiranía del invierno, de una especie que alguna vez contempló los astros, dio explicación al átomo, a la conciencia, al tiempo y hasta inventó un mundo abstracto y paralelo habitado por Dioses y sirenas, por héroes mitológicos y razas sobrenaturales.
Camino por un planeta lejano y sin nombre, ya no soy humano ni tampoco soy inmortal, la gloriosa melodía de una literatura trascendente e independiente de la mortalidad y del olvido, aquella que imaginó a la humanidad; guía mis pasos y alimenta el cuerpo prestado con el cual existo en la dimensión en la que alguna vez soñó el hombre.
Mi nombre es Nicolás Esteban Fajardo, tengo dieciocho años de edad, vivo en Tunja, Colombia, y desde hace un tiempo, he venido escribiendo poemas y cuentos cortos en inglés y en español. Viví cuatro años en Inglaterra donde comencé a crear historias y a explorar el lenguaje, adquirí un gran gusto por la lectura. He dictado conferencias donde comparto mi experiencia con la literaria en Expociencia y en la UPTC, actualmente soy estudiante de primer semestre de filosofía. Mis escritos se fundamentan en la política, la cultura y en diversos temas de filosofía e historia, de ciencia y surrealismo que utilizo para construir la trama, los personajes y el argumento de mi narrativa.