Madrid. Una galería de arte. Domingo de invierno. La lluvia se apodera de hombres y mujeres que caminan por las calles. Historias personales, conflictos, obligaciones. Nada extraordinario. Aparenta ser un día más, sin que nada altere el ritmo habitual de descanso. Recorro por horas las imágenes que se suceden de grandes escritores del siglo XVII al XX, ambicioso proyecto para acercar a los lectores apasionados al arte. Recuerdo frente a cada uno de ellos, sus textos, su compromiso con la literatura, sus conceptos sobre la vida, la muerte… De pronto levanto la vista y me asombro. No entiendo. Pienso, hay un error; alguien se equivocó al colocar las imágenes. Esta alteración rompe la línea del tiempo como eje de la muestra. Un retrato y una fotografía. Nunca pueden estar a la par el aristocrático Quevedo y el bohemio Cortázar. Pertenecen a siglos distantes y nada los une, salvo su amor por la literatura. Ese no es motivo valedero para alterar el orden preestablecido. Me impacta la contraposición de figuras: dos hombres, dos rostros: uno joven y enteramente bello, apuesto, varonil, con su estirpe de masculinidad, alto y con unos ojos que invitan a amar; el otro, bellamente feo, obeso, miope, rengo, hasta ridículo pero con linaje desde la cuna; deslumbrante en sus escritos, para compensar la injusta naturaleza humana que lo hizo tan poco agraciado.
Siento una gran confusión y decido irme para volver en otra oportunidad. Camino unos pasos; algo me detiene y acepto la imperiosa necesidad de regresar. Sí, regresar para enfrentarlos y preguntarles porqué están allí, ¿qué se proponen?, ¿pretenden confundir el ánimo de sus lectores? Enojada opto por calmarme y recordar sus vidas, sus escritos; una justificación para entender este acercamiento, este juego absurdo. Trato de comprender e imagino que tal vez ellos, durante la noche han decidido irónicamente burlarse del público acercándose, y dadas las circunstancias aprovechar para conversar, intercambiar ideas y compartir lo que los une. El tiempo real no existe en este lugar. Todos conviven en un mismo ámbito: Borges con Cervantes, Lope de Vega con Sábato, Sarmiento con García Lorca, entre otros. Nuestra visión estructurada los organiza, los agrupa por movimientos literarios. Ellos no comprenden la obsesión por contextualizarlos, porque están en otro tiempo y otro espacio. Todos son uno: un mundo de palabras que crearon e inventaron como estrategias para brindar su mirada sobre el ámbito que los rodeaba, los atormentaba; ahondar en la psicología del alma humana. Poesías, relatos, novelas, dejaron sus testimonios, sus críticas sagaces, sus polémicos conflictos con sus adversarios en lo político-social y en lo literario. Construyeron lugares secretos, recorrieron túneles, caracterizaron con maestría figuras de todos los estratos sociales, las cuestionaron, se rieron de ellas satíricamente para verse reflejados en sus defectos, ambiciones y vicios. Jugaron con las palabras, sí, juagaron hasta lograr que cada una de ellas ocupara el lugar exacto en sus metáforas e imágenes. Con agudeza originaron estilos únicos e irrepetibles, que los convirtió en referentes indiscutidos. Dejaron huellas perdurables en sus seguidores y futuros discípulos que se atreverían a continuar sus pasos.
De pronto la soledad me invade; todos los ocasionales visitantes se retiraron y la luz de la gran sala se vuelve tenue, generando el ambiente ideal para un encuentro. Ya es hora de partir… de pronto escucho voces, extrañas ellas, como llegadas desde otros tiempos y presencio lo que tanto he imaginado. Soy testigo de un acercamiento misterioso. ¿Pero qué se dirán? ¿Quién comenzará la conversación? ¿Podrán utilizar la misma lengua castellana, aunque largamente cambiada en su evolución? Escucho a Cortázar con su castellano dulce y afrancesado decir que son considerados revolucionarios en el mundo de la literatura porque rompieron con los moldes establecidos y se atrevieron a innovar, generar una nueva escritura. Vivimos fuera de nuestro tiempo histórico, por eso nos rechazaron y no muchos nos aceptaron. Mi país de origen aún hoy no termina de comprometerse con mis textos, aunque le haya quitado solemnidad a la literatura introduciendo lo cotidiano en lo fantástico; en cambio, mi Francia adoptiva siente una profunda admiración por mis letras desde que llegué a París, en la posguerra Y Quevedo con su lengua culta del siglo XVII, remarca que ambos fueron obsesivos por desenmascarar un mundo hostil y mentiroso que sólo convocaba al desencanto y al aislamiento, como respuesta a una sociedad enmarañada en lo político, social y religioso; fuimos hombres letrados y multifacéticos, con amplio manejo de las lenguas clásicas, como así también del francés y el italiano, por lo que nos fue dada la responsabilidad de mantener viva la memoria de los tiempos vividos.
Yo, dice Cortázar, amé los elementos oníricos y el antiguo mundo griego y sus dioses inmortales de mi amada Ilíada, que llegaban para sumergirme en un realismo descarnado… tal vez eso lo aprendí de usted, leyendo sus poemas que mucho me enseñaron y me mostraron caminos impredecibles y contradictorios. Siempre sostuve que pasé mi infancia en una bruma de duendes, de elfos, con un sentido del espacio y del tiempo diferente a los demás.
¿Sabe don Julio que nuestras vidas tienen mucho en común?, en mi niñez quedé huérfano y me educaron los Jesuitas de Madrid, a quienes les debo infinitamente sus enseñanzas, el amor por la lectura y la capacidad de observación crítica, que marcó mi transcurrir por la tierra. También sé que usted, fue abandonado por su padre y se crió en un mundo de mujeres que lo sobreprotegieron, aunque eso no le impidió ser un solitario y empedernido lector. Algunos de los que se especializan en buscar en nuestros textos, lo que nosotros no imaginamos, sostienen que me acerqué al expresionismo del siglo XX, cuando en el tratamiento de mis personajes llevo a cosificarlos y animalizarlos. A veces pienso que sus mentes tienen más turbulencias que la mía.
No se preocupe don Francisco, a mí me asocian con el surrealismo, porque aseguran que llevé sus rasgos fundamentales a mis cuentos y novelas, por el uso que hago del recurso del sueño, los pasajes y el umbral que marca el límite entre lo real y lo fantástico. Además se encargaron de nombrarme junto al maestro de maestros, Jorge Luis Borges, como un innovador del cuento latinoamericano del siglo XX, por las originales técnicas literarias que pusimos en práctica. Para tranquilidad suya, me atrevo a agregar que nadie puede negarnos, que nuestras herramientas fueron el humor, la sátira y la ironía en los discursos jocosos y agudos que nos permitieron denunciar comportamientos ridículos y contradicciones de la figura humana.
Lamentablemente don Julio, mi fama quedó vinculada a mi obra satírica de suma creatividad verbal, en la que denunciaba los abusos de las relaciones mercantilistas de mujeres pedigüeñas esquilmando galanes, o actividades políticas delictivas que caracterizaron a mi decadente España. No pude salir en mi vida terrenal de ese rótulo que me adjudicaron, y por más que mis nuevos textos tomaron otros rumbos, donde mostré mis facetas de pensador político, grave teólogo, moralista, poeta amante, historiador y humanista, nada alcanzó para cambiar las opiniones sobre mi producción literaria.
No es para arrepentirse, porque de esa manera, pudimos cuestionar hasta las raíces los abusos de poder, el favoritismo político y reclamar los derechos del pueblo; usted en su España controvertida que lo llevó a defender como dirigente político la monarquía absoluta y cumplir distintas misiones diplomáticas, para terminar desterrado y encarcelado; y yo como antiperonista acérrimo, criticar la figura de un general que se decía democrático vistiendo uniforme, mientras adhería a ideologías de ultraderecha y masificaba a la clase obrera. Y no me quiero olvidar que esa rebelión intelectual me llevó al autoexilio en Francia, desde donde manifesté mi compromiso crítico con la Revolución Cubana.
En cambio, mis actos y la defensa de mis ideales tratando de mostrar con ellos la naturaleza engañosa del mundo, los valores inequívocos, la fugacidad del tiempo y la imperfecta condición humana, me castigaron duramente con la prisión y los tormentos durante cuatro años. A pesar del deterioro físico fue la etapa más lúcida y brillante de mi creación. Le confieso algo muy íntimo: me hubiese gustado conocer y tal vez vivir en su Buenos Aires y el de Borges con sus arrabales, el tango y los compadritos; ese que usted reconstruye con nostalgia desde su París amado, para no olvidarlo, para seguir recorriéndolo y sufriéndolo. Pero no lo puedo imaginar viviendo en Madrid o Valladolid, en mis tiempos convulsionados de graves crisis morales; seguramente se hubiese forjado más enemigos y contrincantes que yo, aunque debo ser honesto y decir que con algunos de ellos como Góngora me ensañé, lo combatí y lo cuestioné obsesivamente. Mis juicios hacia él fueron exagerados, por sobre todo cuando me atreví a juzgarlo de indigno jugador y homosexual. Pienso que no tenía derecho y me arrepiento.
Sabe, don Francisco, que entre tantos temas que abordamos, aún no hablamos del amor y creo que le estamos huyendo porque los dos lo vivimos, lo padecimos y nos enfrentamos a él en nuestros escritos. Sí, me refiero al amor en todas sus manifestaciones: el pasional, el enfermizo, el cortés, el obsesivo, el infiel, y el loco amor. Le quiero confesar que muchas mujeres entraron y salieron de mi vida, pero sólo tres: Aurora, Ugné y Carol fueron las que marcaron mi existencia y las distintas etapas de mi literatura. Cada una aportó y colaboró desde su mirada y con sus influencias. Pero sólo tuve un gran amor, secreto y frustrado amor, que con mi pasión por él moldeé mi creación al extremo de llevarla a la improvisación, a la libertad absoluta de pensamiento generando un estilo musical en mi obra. El Jazz fue mi musa y mi amor incondicional, que con sus acordes sirvió de guía y me enseñó el ritmo en mi estilo de escribir. Me permitió romper las barreras para buscar otra cosa, pasar al “otro lado”. En cambio usted con su vida turbulenta en amores, nunca le dejó de escribir, presagiando su existencia aún después de la muerte. Eso lo señala como el gran poeta amante, que en la intensidad de sus versos desgarrados confunde amor y muerte, sangre y herida, como un todo al que no le alcanzan las palabras para definirlo. Desde su mirada barroca, el amor es pasión que ennoblece, pero también es engaño, pecado, deseo, cuerpo y alma que se unen y encuentran su verdadero tiempo en la superación de la muerte. En cambio para mi contrariada personalidad, el amor está en la naturaleza misteriosa de la pasión, en la savia de los sueños de bohemia y en el deseo que brota de los huesos y se hace carne y espíritu…
Las primeras luces del alba asoman, y de pronto el silencio se apodera del lugar. Estoy sola, ellos enmudecieron… tengo que salir sin ser vista. ¿Quién se atreverá otra noche a presenciar un nuevo encuentro? ¿Tal vez García Lorca visite a Borges, o García Márquez a Cervantes? Alguien tendrá la oportunidad de vivir mi experiencia ¿fantástica o real? El juego continúa y todos estamos invitados, sólo hay que atreverse.
La primavera de 1958 vio nacer a Susana Merke en la llanura santafesina (Argentina). Hizo sus estudios primarios en la escuela Simón de Iriondo y luego para el Bachillerato en el antiguo Colegio Nacional de la ciudad de Rafaela. Su inquietud por las letras la llevó a trasladarse a la capital de la provincia, Santa Fe, donde ingresó en la Universidad Nacional del Litoral para obtener el diploma de profesora en Letras. Partió a la Capital Federal, Buenos Aires, en dicha ciudad dictó cátedras en Literatura Argentina, Americana y Española durante trece años, y a fines del siglo XX regresó a su tierra natal. Enseñó en escuelas medias y desde hace varios años sintió el llamado de la escritura. Recibió distinciones en concursos literarios, y el 16 de junio presentó su primera novela “Las voces del pasado no mueren”.