Es un orgullo presentar esta exposición antológica de Roberto Plate en el comienzo de mi gestión como Director del Museo Nacional de Bellas Artes. La muestra se propone como un homenaje a la trayectoria de un artista insoslayable de nuestra historia, ligado a los vaivenes de la vida social y política del país desde los años sesenta, que padeció censuras, exilios y exclusiones del sistema de circulación de las artes, y debió realizar la mayor parte de su obra en Europa, donde el reconocimiento a su mirada innovadora no tardó en hacer de él una figura singular en la escena artística. Ya desde su título, “Buenos Aires – París – Buenos Aires”, la exposición cierra un arco de reparación histórica al reabrir la pregunta por nuestra mirada extrañada, que siempre retorna. Asimismo permite al público de nuestro país la posibilidad de acceder al original universo poético de Roberto Plate y apreciar la compleja articulación de todas sus líneas de trabajo que, como artista polivalente que es, van de la pintura a la escenografía, de la performance a la instalación, construyendo un interrogante radical a nuestra época desde diversos registros.
Podemos considerar su corpus de obra como un proceso de búsqueda e indagación constante sobre el sentido de un mundo en mutación. El artista le toma el pulso a cada época, la condensa, la conjura, le mira el revés de la trama; irreverente ante la historia, vive intensamente en la más pura contemporaneidad. De espíritu joven y desestructurado, hace de su curiosidad una inquietud vital que no se arredra ante los más audaces cambios sino que los vuelve la materia prima de su obra.
Roberto Plate desplegó desde los años sesenta acciones performáticas e instalaciones que labraron el género, como por ejemplo su memorable instalación de baños públicos, que aquí recreamos, que presentara originalmente en la muestra “Experiencias ‘68” en el Instituto Di Tella, y que abriera un espacio de libre expresión en plena dictadura militar, que concluyó con la clausura de la exposición.
A la vez Plate dio curso a una prolífica obra pictórica focalizada sobre todo en la representación de la propia praxis artística, en la que retrata fragmentariamente elementos y acciones de su entorno cotidiano y profesional. Obras en las que plasma un mundo poblado de objetos, instrumentos y personajes del mundo del arte —y en las que en ocasiones se incluye a sí mismo—, que conviven con otras de fuerte impronta abstracta, en las que prevalece el lenguaje de la pintura.
Paralelamente desarrolló una enorme y reconocida labor como escenógrafo, en puestas de Alfredo Arias, Claude Régy, Pierre Constant, Marguerite Duras y Jorge Lavelli, creando espacios de inscripción visual para obras dramáticas a las que dotó de un aura personal que le dio reconocimiento internacional y que presentara en los principales escenarios del mundo como La Scala de Milán, la Comedie Francaise y el Palais Garnier de París y el Teatro Colón de Buenos Aires.