Jueves 10 | Octubre de 2024
Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
6 10 2014
Venganza por Xaro Cortés

"Lo reconocí al instante. Él a mí, por el contrario, no.
Fue un encuentro fortuito, una más de las casualidades de la vida. Y para mi sorpresa allí estaba él, sentado en una mesa de la misma cafetería que yo frecuentaba.
Leía el periódico de la mañana, ajeno a cuanto sucedía a su alrededor, frente a una humeante taza de café que removía distraído de vez en cuando sin llegar a beber el negro líquido.
Quizás el descaro con que lo miraba fue el detonante, o tal vez fuese que algo en mí le resultó familiar. El caso es que antes de que yo pudiera reaccionar lo tenía frente a mí, haciendo gala de la mejor de sus sonrisas y preguntándome si podía sentarse en mi mesa.
Yo pensé rápido, tratando de evitar una reacción de pánico que me pusiera en evidencia, o peor aún, que pudiera delatarme.
—No veo por qué debamos compartir mi mesa —argumenté con aparente naturalidad y tratando de disimular la conmoción que me producía su presencia.
Sin perder la sonrisa respondió que le hubiera resultado imposible no percatarse del modo en que llevaba varios minutos mirándolo con insistencia.
Tras mi disculpa insistió en compartir mesa y café a cambio de su perdón.
—Detesto hacer el ridículo —alegó—. Y estoy convencido de que si ahora regresara a mi mesa la gente comenzaría a especular acerca de tu rechazo. De manera que tu penitencia será soportar mi compañía por espacio de... ¿digamos media hora?
Eché una rápida mirada alrededor para cerciorarme de que había más personas allí reunidas y esbocé una sonrisa a modo de asentimiento.
Y ahí comenzó todo.
La media hora se me hizo eterna. Él hablaba sin cesar Con el único objetivo de impresionarme. Me contó que había estado más de veinte años en el extranjero, trabajando como asesor financiero en un trust internacional. Que sólo hacía unas semanas que había regresado y que contaba con un sueldo vitalicio que le permitiría vivir con holgura el resto de su vida y no sé cuántas sandeces más.
Mientras él se daba a su interminable cháchara yo me limitaba a observar detenidamente cada uno de sus gestos, incluido el más imperceptible. Profundas líneas de expresión enmarcaban los penetrantes ojos, de un gris indefinido. Un cálculo mental rápido para discernir su edad actual, equiparándola con la mía, dio como resultado la cifra aproximada de cuarenta y dos. Cuarenta y tres a lo sumo, aunque aparentaba varios años más.
Cuando advirtió mi silencio y que sólo me limitaba a asentir de vez en cuando se disculpó por su torpeza y falta de tacto.
Acto seguido comenzó a interrogarme acerca de mí, de manera que aquel fue el momento idóneo para consultar mi reloj y esgrimir una excusa para alejarme de allí. Él insistió en invitarme y acompañarme hasta la puerta.
El frío de la mañana se había atemperado pero yo continuaba temblando sin poderlo remediar.
—¿Tienes frío?
—No, pero mi piel es muy sensible a los cambios bruscos de temperatura -mentí-. Se me pasará en unos minutos.
Y antes de separarnos insistió mucho en volver a verme de nuevo, argumentando para lograr una respuesta afirmativa de mi parte que mientras yo conocía toda su vida él lo desconocía todo de mí.
—De mi vida no hay mucho que contar, la verdad.
—Eso sí que no me lo creo. Todos tenemos un pasado. Aunque en tu caso salta a la vista que no puede ser muy extenso.
Terminé aceptando la servilleta que me ofrecía; en la cual había garabateado su nombre y su número de teléfono, aunque sin promesas.
Me alejé de él lo más rápido que me permitieron mis temblorosas piernas y dos calles más abajo tomé un taxi, a cuyo conductor di una dirección ficticia. Toda precaución me parecía poca para evitar que aquel fantasma de mi pasado se colara en mi presente.
Cada noche despertaba presa del pánico, creyendo sentir su presencia y recordando la imagen de su rostro junto al mío. Regresaron las pesadillas y el aletargado recuerdo de la violación estaba ahora más vivo que nunca. Aquel sujeto no había perdido ni un ápice de su atractivo y el recuerdo de su mirada me sumía irremediablemente en un inexplicable hedonismo.
Había saldado su deuda con la sociedad pero no conmigo. Veinte años de prisión no podían cambiar a un monstruo. Él me había matado en vida y cercenado en un único y salvaje acto mis sueños de futuro.
En mi delirio llegué a la conclusión de que el motivo de nuestro reencuentro era que la vida me concedía la tan ansiada oportunidad de vengar aquella dolorosa afrenta.
Tardé dos semanas en reunir el coraje suficiente para volver a enfrentarme a él y durante la cena complací su curiosidad repitiendo el discurso memorizado de antemano, dándole la mayor verosimilitud posible.
Ciñéndome a un premeditado plan, me negué en rotundo a que él me acompañara a casa, aunque accedí gustosa a tomar la última copa en la suya; un pequeño estudio en el centro de la ciudad del que pormenoricé hasta el más mínimo detalle mientras soportaba su patético ritual de aproximación. Excitación que escindí en cuanto sentí que perdía terreno. Aparentando confusión me marché dejándolo con la miel en los labios.
Dos semanas más tarde, y con un minucioso plan trazado en el que no había dejado ninguna posibilidad al azar, me presenté en su estudio de improviso con una botella de cava y vestida únicamente con un abrigo largo, lencería fina de lo más provocativa y unos zapatos de tacón de aguja.
Tras la sorpresa inicial que le produjo mi inesperada presencia se prestó de inmediato al juego, como no podía ser de otra forma.
Cuando se ofreció a traer dos copas para el cava me quité el zapato derecho alegando con inusitada sensualidad que no era necesario.
Entre brindis y sorbos del sabroso líquido, me prodigaba todo tipo de caricias y carantoñas que cesaron en cuanto el veneno comenzó a hacer efecto. Los músculos del hombre se tensaron mientras él, incapaz de moverlos, me miraba con una expresión a medio camino entre el dolor y la confusión.
—¿Qué me has hecho?
—Tu zapato estaba impregnado de cicuta —respondí sin inmutarme.
—¿Por qué? —ahora su expresión era de pánico.
—Por venganza.
—¿Vengarte de mí? ¿Por qué motivo?
—Aunque tú hayas olvidado a todas las mujeres que violaste, yo a ti no. Ni a ti ni a ninguna de tus perversiones.
—¡No!
—Tardé cinco largos años de terapia en superar el odio, el miedo y el resto de sentimientos negativos que sembraste en mí aquella noche. Nuestro fortuito encuentro me brindó la oportunidad de vengar personalmente el agravio sufrido hace veinte años, tres meses y cuatro días.
—Cometes un error.
—Los años que pasaste recluido no son suficientes para mí ¿sabes? Yo estoy obligada a vivir recordando aquel momento y sabiéndome muerta en vida. Lo cierto es que todavía no puedo soportar que ningún hombre me toque. La sola idea me produce náuseas.
—¡No fui yo, lo juro! Todo lo que te conté el día en que nos conocimos era cierto. Pero olvidé comentarte que tenía un hermano gemelo idéntico a mí. Ahora, y gracias a ti, ya sé dónde estuvo durante tantos años.
—¡Oh, Dios!
—No creo que Dios tenga nada que ver en todo esto, preciosa.
-¡Vas a morir! -exclamé horrorizada.
Pereció solo unos minutos más tarde. En mi zapato derecho todavía quedan restos del polvo de cicuta".
Eliseo no daba crédito; su amiga de la infancia terminaba de confesar un crimen a sangre fría tomándose la justicia por su cuenta.
—Lo tienes jodido, amiga. Ningún juez te eximirá de la pena.
—Lo sé pero no puedo soportar la idea de haber matado a un inocente.
—A eso lo llaman conciencia.
Un policía excesivamente alto y muy bronceado irrumpió en el despacho del comisario jefe.
—Disculpe, señor. ¿Podría salir un momento?
-No te muevas de aquí -me susurró al oído mientras me quitaba los zapatos para llevarlos al laboratorio.
 Dos minutos más tarde, Eliseo volvió a entrar en la estancia. La expresión de su cara delataba una gran pesadumbre.
—No me andaré con rodeos. Tu violador no tenía hermanos y en este informe dice que se graduó en psicología mientras cumplía condena. Salió el año pasado y hace poco le comunicaron que padecía un cáncer en fase terminal. Apenas le quedaban unos meses de vida.
—¡No es posible!
—Lo lamento, amiga.
—¡No!
—Los hechos apuntan a que has sido tú y no él la víctima de una venganza milimétricamente calculada. Quizás aquel encuentro no fuese tan fortuito después de todo.
Pese a su agilidad felina, Eliseo no llegó a tiempo de evitar que la mujer se desplomara, golpeándose la cabeza contra el frío suelo al perder el conocimiento.

acerca del autor
Xaro

Xaro Cortés nació en Ontinyent, Valencia (España), en 1968. En 2008, publicó "Avistamiento Ovni", novela infantil versada en astronomía. En 2010, apareció "Próximo destino: Marte", una novela de ciencia-ficción. Su relato corto: "Alcántara" fue escogido junto a otros veintinueve para formar parte del libro: "Casco histórico toledano" editado en 2013. En el mismo año publicó la obra juvenil "El legado de los héroes". Fue galardonada con el premio internacional "Juan Valera" de narrativa con la novela histórica "Amargo triunfo". En 2014, publicó "La inmensa oscuridad", novela que tuvo acogida y es la más intimista de la autora. Entretanto ha escrito y publicado diversos relatos cortos, algunos de ellos difundidos en varias emisiones radiofónicas de un programa de ámbito español dedicado al mundo literario.