También, y como consecuencia de que el campo de la literatura artística ha ido ampliándose cada día, prestando atención a géneros marginales que nunca antes habían sido considerados fuentes, surge la novela del artista (véase La novela del artista, de F. Calvo Serraller), a medio camino entre el género biográfico y el puramente literario, y donde el artista, como héroe novelesco, se convierte en protagonista principal o secundario de una historia inventada aunque en muchas ocasiones inspirada en hechos o personajes reales.
Un ejemplo de este tipo de novela lo tenemos en La obra maestra desconocida (1831), de Balzac, donde a través del enigmático artista Frenhofer, se nos da una visión del artista como héroe antisocial y desdichado, que en un arrebato de desesperación puede llegar a suicidarse. Según Dore Ashton (A fable of modern art), dicho personaje podríamos identificarlo con artistas como Cézanne o el propio Picasso, e incluso con el protagonista de El pintor de la vida moderna (1863), de C. Baudelaire.
Ni que decir, que los artistas de carácter apasionado o con trayectorias complejas no sólo han propiciado biografías más noveladas, sino que éstas han servido de inspiración a cineastas que han acabado llevando su vida al cine; pensemos, por ejemplo en la película, basada en el pintor Vincent Van Gogh, El loco del cabello rojo (1956), dirigida por Vincente Minnelli y protagonizada por Kirk Douglas, o en Sobrevivir a Picasso (1997), dirigida por James Ivory y protagonizada por Anthony Hopkins, inspirada en el pintor malagueño y en las memorias de la que durante diez años fue su compañera, la joven pintora Françoise Gilot.
También hay fuentes que incluso trascienden el campo normativo para introducirse en el literario, como es el caso de William Morris y su obra Noticias de ninguna parte (1891); un texto que, situado en el límite del material artesanal, en una fuente clave de carácter preceptivo para el mundo del diseño.
Pero en general la literatura artística no tiene por qué hablar de arte, sino ayudar a entender el contexto ideológico donde se produce o la situación del propio artista. Aunque hay quien duda de que la literatura pueda considerarse fuente historiográfica, de ahí que deba utilizarse con prudencia, lo cierto es que en muchas ocasiones ofrece una serie de datos o referencias que no se encuentran en la historia del arte, y que viene a demostrar que no hay una separación tan rígida entre arte y literatura.
Obras como Rojo y Negro (1830), de Stendhal; La Comedia Humana (1842), de Balzac, o Tiempos difíciles (1854), de C. Dickens no sólo aportan muchas claves sobre el ambiente socioeconómico que nació como consecuencia de la revolución industrial, sino que nos transmiten una ambientación y un paisaje urbano lleno de denuncia y de fuerte simbolismo.
Lo mismo ocurre en el siglo XX, donde, más que nunca, es impensable concebir la vanguardia artística separada de la vanguardia literaria, sobre todo porque cantidad de movimientos artísticos siguen naciendo al calor de cenáculos literarios; basta pensar en movimientos como el Surrealismo que surgió como grupo literario en torno al poeta André Breton. A esto hay que añadir que también hoy la literatura sigue siendo una fuente de gran interés para el arte, dado que una simple novela, un relato o una poesía pueden aportar datos sobre el artista o sobre su ambiente, o darnos pistas de hasta qué punto las ideas de una corriente literaria concreta han condicionado su producción plástica. No olvidemos que muchos artistas eran amigos de literatos o colaboraban estrechamente con ellos. Una relación e influencia que también se acusa a la inversa, pues, por ejemplo, una obra como En busca del tiempo perdido (1919-1927), de M. Proust, además de inaugurar la narrativa moderna, se nos muestra repleta de alusiones a las artes plásticas".
[Introducción al capítulo II.7. Fuentes literarias o de invención].
"VAN GOGH, V., Cartas a Théo, [Vincent van Gogh, Brieven aan zijn broeder. Deel 1 (ed. J. van Gogh-Bonger) Mij. voor goede en goedkoope lectuur, Amsterdam 1914, 3 vols.], edición a cargo de Mauro Armiño (prólogo), Madrid, Jucar, 1991.
Las Cartas a Théo constituyen la principal fuente escrita para poder conocer y documentar la vida y la obra del pintor holandés, Vincent Van Gogh (1853-1890), que, junto con Cézanne y Gauguin conforma la triada más destacada de artistas postimpresionistas. Vincent Van Gogh, el mayor de los seis hijos del matrimonio Van Gogh-Carbentus, siempre mantuvo una relación distante con su familia, con una sola excepción: su hermano Théo, verdadero apoyo moral, profesional y económico del artista en los últimos años de su vida. Y así lo prueban las más de 750 cartas que, a lo largo de casi veinte años (de 1872 a 1890), Vincent envió a su hermano menor. Cartas, escritas en tres idiomas (inglés, francés y holandés), que, pese a estar redactadas con una caligrafía tan confusa que en ocasiones dificulta su lectura, nos acercan tanto a sus convicciones estéticas como a su vida, a sus esperanzas de ser entendido, al terror y desconcierto que le producían sus desequilibrios mentales, a sus penurias económicas, a su soledad. . El año 1890, el mismo en el que pintor se suicida, se había iniciado con buenos augurios: Théo tiene su primer hijo, al que pone el nombre de Vincent; en febrero Théo le comunica que ha vendido La viña roja (1888) (Pushkin Museum) (primer y único cuadro que venderá en toda su vida); y además, por primera vez un crítico, Albert Aurier, habla elogiosamente de su pintura (“Les Isolés. Vincent van Gogh”, Mercure de France, enero 1890, pp. 24-29) Pero nada parece mejorar su estado físico y mental. A finales de julio de 1890, Théo acude a ver a su hermano agonizante, encontrando entre sus ropas una carta dirigida a él (fechada el 29 de julio), aún sin terminar. La muerte de Vincent le produce tal impacto que seis meses más tarde, en enero de 1891, muere aquejado de demencia y parálisis. Hoy los dos hermanos reposan juntos en Anvers-Sur-Oise. En cuanto a las circunstancias que rodearon la publicación de esta documentación epistolar única, sabemos que un mes después de la desaparición de Vincent, Theo quiso publicar una pequeña biografía de su hermano, acompañada de algunas cartas, su muerte le impidió hacerlo. Unos años después, entre abril de 1893 y febrero de 1895, Émile Bernard irá publicando en el Mercure de France algunas cartas de Vincent dirigidas a Théo y a él mismo. Pero no será hasta 1911, esta vez de manos del marchante Ambroise Vollad, cuando salga a la luz la primera recopilación de la correspondencia del artista, bajo el título Lettres de Vincent van Gogh a Émile Bernard. Sin embargo, la iniciativa más importante partirá de Johanna van Gogh-Bonger, viuda de Théo, que tras el fallecimiento de los dos hermanos empezó a trabajar en estrecha colaboración, con los marchantes de arte y editores alemanes, Paul Cassirer y su primo Bruno, apoyando con obras y documentación las primeras exposiciones que se dedicaron al artista holandés en Berlín. Asimismo fue crucial el contacto que desde el principio mantuvo con Émile Bernard, interesado también en promover la pintura de Van Gogh. La culminación de todos sus esfuerzos fue la publicación en 1914, simultáneamente en Holanda y Alemania, y en 3 volúmenes, de Las cartas de Van Gogh a su hermano Théo, acompañadas de un prefacio de Johanna van Gogh-Bonger, titulado: “Memoir of Vincent van Gogh. By his sister - in - law” (“Memoria de Vincent van Gogh. Por su cuñada”). [Otras ediciones recientes en castellano: Cartas a Théo, Edicomunicación, Barcelona, 2002; Cartas a Théo, Alianza Editorial, Madrid, 2008]".
[II.6. Fuentes de carácter biográfico. II.6.5. El artista y su entorno familiar: notas, cartas y recuerdos personales].
Laura Arias, doctora en Historia del Arte y Master en Museología por la Universidad Complutense de Madrid, actualmente es profesora Titular de Historia del Arte Contemporáneo en dicha universidad. Miembro de la Asociación Española de Museólogos y de la Asociación Española de Críticos de Arte, su labor investigadora se ha centrado en el arte español del siglo XX. Es autora de libros como “Permanencia e innovación artística en el Madrid de la postguerra: la iglesia de Santa Rita” (1953-59) (2000), “Del Greco a Tàpies, un recorrido por la pintura española a través de sus protagonistas” (2005), 2008 (2ª ed.) o “Juan Antonio Morales, de la vanguardia al retrato de sociedad” (2005). Ha publicado en diversas revistas de España. Actualmente forma parte del Grupo de Investigación de la Universidad Complutense: Proyecto SU+MA [Universidad+Museo]: Historia del Arte, Educación y Museos.