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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
3 10 2011
La matriarca (fragmento) por Guillermo Presti

...Señor de 65 años, con residencia en Barcelona, culto y de buena presencia, busca señora elegante y autoritaria, que viva sola, para ser su asistente privado, no remunerado, a cambio de alojamiento y comidas. Experto en cocina y tareas domesticas. SIN SEXO. Solo sumisión y servicios personales. Responder por correo electrónico. Alfredo...

Genoveva leyó el anuncio una y otra vez. Parecía cosa de pervertidos. Pero no estaba publicado en una web de contactos, ni de servicios sexuales, ni en una revista de sadomasoquismo. Era un recuadro destacado, tampoco muy grande, en uno de los principales diarios de España. Habrá costado sus buenos euros. Analizó el texto. Suponía con acierto, que quien coloca semejante anuncio tacha y corrige innumerables veces. Elige bien cada palabra. Haría lo mismo, pero al revés.

Parecía dirigido a ella exclusivamente, faltaba que dijera... llamada Genoveva. Era justamente... una señora elegante y autoritaria que vive sola... de elevados ingresos y posición social; 46 años, de muy buen ver, alta, morena y espigada, directora ejecutiva de una empresa de seguridad nacional, fabricante de armas ultra modernas. Genoveva concurría diariamente al gimnasio instalado en la empresa para uso exclusivo de los directores, seis en total. Ella era la única mujer. Sentía sobre sí las miradas de sus colegas. No les hacía el más mínimo caso, pero le gustaba. Dos veces divorciada, tenía un hijo de cada matrimonio. Actualmente eran grandecitos y vivían con sus padres, uno en San Diego, Estados Unidos y el otro en Sydney, Australia. Una vez al año los visitaba o venían ellos. Desde su último divorcio sufría una especie de rechazo por el amor, el sexo y... los hombres. El anuncio, que estaba leyendo, le caía justo a medida. Un asistente personal —no un macho— en casa, a su servicio y sin sexo. ¡Aleluya...! Envió el mail de respuesta sin dar demasiada información, tan solo la que pedía el anuncio. Firmó con su nombre, Genoveva..., era tan ridículo que cualquiera pensaría en un seudónimo.

A los dos días, cuando las exigencias del trabajo le quitaron las fantasías de la mente, encontró un mail de Alfredo en su casilla. Ratificaba lo dicho y destacaba su voluntad de servicio exclusivamente. Sugería una entrevista personal y adjuntaba una fotografía de cuerpo completo. Un apuesto caballero, alto, vientre plano, vestido con un traje de buen corte, cabello canoso, algo plateado y de ojos azules. No estaba en pose. Parecía una foto recortada de otra donde estaría con otras personas. Genoveva se decidió. Era lo que precisaba. Ojala fuera lo que estaba imaginando en su mente. Estaba hastiada de vivir sola y tener que hacer ella misma los quehaceres domésticos. Si daba órdenes en la empresa y era obedecida en el acto, no veía razón para no darlas también en el hogar... y gratis. Además era súper cool eso de tener un asistente personal. Redactó en el acto la respuesta..., pero no la envió hasta el día siguiente. Mejor no aparentar impaciencia. Propuso un coqueto bar en la zona alta de Barcelona.

El encuentro resultó muy satisfactorio. El hombre insistió en que solo le interesaba servir a una mujer atractiva y autoritaria. A la pregunta sobre el sexo respondió que si bien estaba subyacente en muchas actividades de la vida, a él no le interesaba. No podría servir a una mujer hermosa si el impulso sexual lo dominaba. Esta observación a Genoveva le pareció muy prudente y razonable. Además, según dijo, carecía de erecciones. Tuvo tres matrimonios y, a su manera, estaba hastiado del sexo. Aseguró haberse liberado de los dos demonios que le atosigaron en su vida: el sexo y el dinero. Ahora no tenía ni uno ni otro... ¡Aleluya! Su satisfacción frente al sexo era estética. Veía la sexualidad del cuerpo femenino como una danza erótica. Admiraba el salvajismo de los instintos que surgen de un cuerpo tan hermoso y delicado, un organismo casi perfecto. Deseaba servir a la mujer y no al hombre, al que consideraba un objeto del placer femenino. Si eventualmente —agregó— se sentía excitado, cosa casi imposible, podía masturbarse en privado sin causarle molestias a ella. Quedaron en hacer una prueba. Ella no vio nada en su exposición que indujera a sospechar intenciones ocultas. El sujeto la consideraba como una entidad cuasi divina y debía rendirle culto. Genoveva no se anduvo con vueltas. Ya que tenía la oportunidad, la aprovecharía sin remilgos. Preparó una lista de actividades.

Su casa era un espacioso ático de la zona alta de Barcelona. Confortable, lujoso, con aire acondicionado y terraza. Las dependencias de servicio, baño y dormitorio, estaban alejadas del cuerpo principal. Alfredo las ocuparía y se mantendría allí hasta que su presencia sea requerida. Ella haría sonar un clicker de los que se usan para adiestrar perros. Asistiría a Genoveva en todas las actividades personales, cualquiera que fuese. Cuidaría de toda su ropa, incluso la interior y calzados. Cada mañana llevaría y traería las prendas y zapatos que ella deseaba probarse para su trabajo. Obviamente haría la limpieza de la casa, lustrado de pisos, el lavado y planchado, la compra diaria y la cocina. Al atardecer debía solicitarle por teléfono el menú que deseaba para la noche. En la ducha la asistiría para fregarle la espalda y luego secarla. Seguidamente se quedaría junto a ella y a su disposición, hasta que termine de vestirse. Incluso podía llegar, a petición de la señora, a masajearle el cuerpo y aplicarle cremas hidratantes. Tendría que arrodillarse para calzarle los zapatos hasta que elija los que más le gusten. Los desayunos deberán ser servidos en el momento. Ella no espera. Amasaría bollería casera para que esté fresca cada mañana. En su presencia debía guardar silencio salvo que ella le dirigiera la palabra. Le daría el trato de señora y nada de tuteo. El acceso al cuerpo de la señora, si bien sería libre, debía ser ejercido con tacto, mucha discreción y atento a los deseos que ella insinuare o manifestare abiertamente. Cualquier disgusto de la señora sería de su exclusiva responsabilidad. Ante la más mínima muestra de erección o deseo propio..., sería despedido en el acto.

Alfredo se instaló en casa de la señora y cumplió eficientemente con la lista de tareas. Con el trascurso de los días, el ansia de placer de Genoveva en su vida domestica, le trajeron otras nuevas. Debía ahora acariciar a la señora mientras miraba televisión, recortar, limar y pintarle las uñas de pies y manos. Quitar y aplicarle el maquillaje diario, el peinado, los postizos... También podía vestirla o probarle accesorios, bisutería o bolsos —todo de la mejor calidad— mientras ella, de pié o sentada, se miraba frente al espejo del dormitorio. El cuidado de los zapatos de tacón era de particular devoción. Ella se probaba varios pares antes de decidirse. La acompañaba cuando iba de tiendas asesorándola en las compras y cargando los bultos. A veces Genoveva le compraba un par de calcetines, un perfume que a ella le gustase o ropa de servicio, generalmente kimonos... Alfredo hizo veloces cursillos instructivos para cumplir con algunas tareas, como el peinado o el masajeado de los pies, espalda, cuello y cervicales.

acerca del autor
Guillermo

Guillermo Presti, Nacido en Buenos Aires. Estudios de literatura, filosofía y filología. Ex-empresario, militante político y aventurero. Radicado con su familia en España desde 2002. Escribe cuentos, novelas y ensayos. Entre otros: Mención de honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). Primeros premios en diversos concursos literarios de Argentina y Bolivia. Mención especial Centro Cultural Gardel (Medellín, Colombia) y Accésit en el Ateneo Augusto C. Sandino de Managua (Nicaragua). En España, ha recibido el 1º Premio en el concurso de cuentos del Ayuntamiento de Torre Pacheco, Murcia (2009).