«Crónicas de bar» es un fresco a través del cual el autor nos coloca frente a ese espejo del que hablaba su sabio pariente; aquéllos, cuyas imágenes cada vez nos imitan menos:
“…y el mar será una magia entre nosotros”. Jorge Luis Borges.
El bar es una ventana abierta que borra de un plumazo todas las fronteras del mundo; en él convergen, tuteándose, sobreponiéndose —voz con voz, hallazgo con hallazgo— las ciencias y las artes, los barcos y las fresas, los duendes y los contertulios. Fuera de él, la realidad es un simple artificio del recuerdo, memoria de otros tiempos y otros sueños que se baten entre el azar y lo posible; “es el confesionario más democrático de todos los que existen”, nos dice Edgar Borges en sus Crónicas de bar (Milrazones, 2011), luego de su dilatado vagar de bar en bar por las noches de Asturias.
El libro, conformado por 21 crónicas, en las que desfilan una serie de personajes tan reales e inciertos como La Maga y Paulina Rubio o Pablo de Tarso y Eduardo Galeano, el cronista va de lo real a lo imaginado sin cambios bruscos de tonalidades ni de mundos (esa lección de ambigüedad tan clara que nos legara Cervantes), en un constante zigzaguear lleno de luces aún dentro de las más lacónicas penumbras:
“En los cafés, como en los bares, se intenta arreglar el mundo; en cada mesa, así como en las barras, van y vienen las soluciones del día (mientras, otros nos enredan la vida a puertas cerradas)”. Pág. 37. “Si en las escuelas se enseñara jazz, el planeta sería un lugar más libre y armónico”. Págs. 35 y 36. “…Si el manicomio de las megaciudades sigue en auge, los bares (o cafeterías) serán las trincheras de los vagabundos de la palabra…” Pág. 90.
¿Paradójico? La sarta de utilidades inútiles con las que la tecnología nos ha ido acomodando el mundo no hacen otra cosa que aumentarnos las falencias; cada día es más reducido el número de palabras que utilizamos para comunicarnos con los escasos amigos o conocidos con quienes tenemos la dicha de compartir; del Light hemos pasado al Mix y ya casi ni siquiera sabemos si es de gandul con fríjoles o de café, la cafeína que nos venden realmente por el Drive Thru de las grandes cadenas con las “que la estupidez nos está arrebatando el siglo…”
“¿De quién escucharemos cuentos el día en que cada quien quede atrapado en su pedazo de isla?” Pág. 31. “…la Cultura en mayúscula será guardada por unos cuantos para recordar la estupidez de este tiempo como la alcabala que nos pusieron quienes manipulan los hilos de la historia”. Pág. 69.
Crónicas, relatos. Igual da, Crónicas de bar es un fresco a través del cual el autor nos coloca frente a ese espejo del que hablaba su sabio pariente; aquéllos, cuyas imágenes cada vez nos imitan menos, confirmándonos una vez más que nadie puede escapar a ninguna parte y que «frente a la confusión mundial, lo mejor es esconderse en casa y mirar hacia dentro». Pincelada tras pincelada, pieza tras pieza, las 21 estaciones que nos llevan noche a noche por los bares asturianos, se las arreglan para ponernos en contacto con un infinito mundo de ambientes y lugares que cubren y descubren cientos de ciudades y lugares conocidos y por conocer. Y vaya con los contertulios, los que acuden al llamado del autor que va libreta en mano alborotando albas y ocasos o los que aparecen, simplemente (Franz Kafka, Javier Solís, Marilyn Monroe, Che Guevara, Daniel Santos, Dalí, Paul Auster, Ana Karenina, Errol Flynn, Neo o Eddie Palmieri), derramándose de la copa de la imaginación, creando formas: «Hace rato que el peso de la realidad aplastó a los mitos, ahora va por las personas».
Así se lee; casi creo que se oye, Crónicas de bar se escucha en tecnicolor como la radio de antes, la que narró los primeros viajes a la luna. Puedo oír, sentir y hasta palpar los bordes de las cucharillas y los platos; contar los pliegues de los afiches del Che y de Marilyn o sentir cuando entran, furtivos, juguetones, Cortázar, Charlie Parker y el Inquieto Anacobero de Borinquén. Vi el gusano de Kafka, husmear y arrastrarse entre las copas y apurar un carajillo. Es mi opción, “en Homero la poesía y la narración resultan lo mismo”, ha dicho García Ponce. Cada bar habita y es habitado por todos los bares anteriores y en ellos se encuentra y se reproduce, en vivo y a todo color, una forma sintética del mundo en el que queremos vivir (o por lo menos leernos).
René Rodríguez Soriano. (Constanza, República Dominicana, 1950). Poeta, periodista y crítico literario.
Edgar Borges (Caracas, 1966) escribe sobre el encierro verbal. El espacio de su ficción puede ser una calle, un apartamento o una existencia. En 2008, con ¿Quién mató a mi madre?, fue finalista del III Premio de Novela Ciudad Ducal de Loeches (España). En 2010 obtiene con "La contemplación" el I Premio Internacional de Novela Albert Camus (España). El autor define su nueva obra con la siguiente frase: “Contemplar el cuerpo desnudo en medio de la nada”. Su nuevo libro, "Crónicas de bar" (Editorial Milrazones, 2011), es el recorrido de un observador que, cuaderno de apuntes en mano, se lanza a transitar las vivencias de los bares.