Mata Hari.- ¡Falso! Todas las acusaciones que hacen contra mí son ¡Falsas! Nací en Lima, no en Miraflores, ni en Monterrico, ni en San Isidro. En Malambito. (Mirando al público) ¿Quién conoce Malambito? ¿A ver quien ha ido a ese barrio, quién ha vivido en él? Nadie, nadie quiere aceptar que como yo nació en ese sitio. ¿Les debe dar vergüenza? Si hubiera dicho que nací en La Molina, cuántos levantarían la mano y dirían “¡Yo también!” seguro que muchos. Me estoy excitando y quiero estar tranquila. Pasé unos años encerrada, injusticias de la vida. Otros con un marido neurótico. (Hace pausas y se adelanta hacia el público) Más años luchando contra los aprovechados. Me veían bailar y creían que yo era tierra libre, como barra libre.
(Hace una pausa algo más larga y va a sentarse en la única silla que hay en escena) enciende el toca discos, se escucha una melodía suave).
MH.- Sí, la música calma a algunas fieras, al león, al tigre, a la pantera. Pero a los dueños de los bancos, a los que se preocupan por saber los secretos de Wall Street, a los que suben los precios de las mercancías sin tener en cuenta que hay millones que no tienen plata para comprar, y a los que han fabricado esta crisis que es peor que la del 29. Bueno, estoy repitiéndome, quién no sabe eso. Pero hay que decirlo. (Se levanta de hombros, mira a los espectadores como si viera banqueros en toda la platea)
(Lleva el compás de la música con una mano, luego con la cabeza y hasta con un pie. Se levanta bruscamente y se sitúa en mitad del escenario)
MH.- Me apetece bailar. Bailar para mí siempre fue como tomar un centenar de píldoras relajantes. De esas que te hacen soñar y olvidar las penurias de la vida. ¿A quién se le ocurriría inventar las penas? Grave error. Y también inventar la prohibición. “NO pienses así. NO hables contra los señores que mandan, contra los que manejan el dinero, contra los países poderosos que no ayudan a los países humildes” (Imita una voz de vieja asustada). ¡Qué tonterías estoy diciendo! Repito todo lo que he venido diciendo desde que tengo 10 años. ¡Quiero bailar! ¡Qué suba el volumen de esa melodía!
(Hace un movimiento con una mano e inmediatamente se escucha más alto la melodía. Ella inicia el baile solitario y de vez en cuando habla sin detener sus movimientos de danza).
MH.- Ya estoy soñando. Ya estoy embriagada. Tuve una antepasada, yo heredé su nombre. (Ríe con estridencia) ¿Quién me va a creer? A una loca que estuvo presa nadie le cree ni media palabra. No preguntan por qué estuve enjaulada. Sólo piensa: una ex presidiaria, una delincuente, una pervertida. (Acompasa lo que va diciendo con sus movimientos de baile) Se acordarán de lo que le dije a un diputado, de la carta que le escribí al presidente, de la cachetada que le dí al sinvergüenzaque me propuso el oficio de espía. Se detiene un instante y luego vuelve al baile) “Te metes a su cama y verás cómo ahí canta todo lo que queremos saber de él” me dijo el muy. ¿Quién ha inventado a ese tipo de gente? ¿Quién, me lo puede decir? (Mira al público esperando respuesta. Al no haberla continúa bailando).
(Un momento después deja de bailar. Queda en posición de firmes en el centro del escenario, como si estuviera tratando de recordar algo)
MH.- Ya me acuerdo. Era delgadito, bien vestido. Vivía con su mamá a los 34 años. (Niega con una mano) No, no crean que era de esos que sólo conocen una mujer, la mamá. No. Buen chico, buena pinta, en las fiestas las muchachas se lo disputaban porque bailaba como Fred Astaire. Algunas decían que era un ángel. Otras que era el mismo Satanás. Porque la mamá no le ponía peros si invitaba amigas a tomar el té en casa. Incluso la vieja servía el té, con pastitas, y cuando veía que la conversación se empezaba a calentar se hacía humo. Una mamá modelo. Pobre vieja. Se quedó sin hijo. No, no se lo robaron las chicas. Una bala certera y a otra cosa mariposa. Desgracias de la vida.
(Vuelve a la silla, junto hay una mesita pequeña. Toma unos dados bastante grandes como para que se vean desde la platea. Juega con ellos, los lanza, mira el resultado y se lleva las manos a la cabeza. Vuelve a lanzarlos y ríe feliz)
MH.- No es mi día, acerté una vez y perdí cuatro. Amadeo, el chico que bailaba como Fred Astaire, jugaba a los dados cuando terminaba de bailar. Le dije un día, ¿ganas en esas partidas? No respondió con palabras, sólo movió la cabeza. Una noche poniendo cara de pillo me dijo (imita la voz de Amadeo) “si me acompañas a mi casa te cuento mi secreto” Me hice de rogar. Pero terminé acompañándolo. Qué pierde una chica que ya estaba cerca de la treintena, nada. Si el chico era entretenido, bien acicaladito, educado. Y me lo contó todo sin ahorrar palabra. Pero como era cara de ángel y alma de diablo, me confesó todo después que yo le dije amén a cuanto él me proponía. No me pesa haber accedido a sus demandas, fue una noche de las que difícilmente se olvidan.
(Enciende un cigarrillo y fuma con fruición. Se pasea de un lado a otro del escenario, a ratos parece meditar, en otros da la sensación de que está recordando lo que le dijo Amadeo y tanto sonríe como pone rostro agrio).
MH.- La clave era la mamá. ¿Quieren saber qué le pasaba a la mamá? Que no era una vieja cursi. Bien vestidita, bien arregladita, todavía erguida, debió hacer suspirar a varios en su juventud. Bueno cuento lo que me dijo el Fred Astaire nacional. (Vuelve a imitar la voz de Amadeo)” juego porque quiero comprarle una joya a mamá”. Me pareció rarísimo. La verdad, no le creí y protesté como si me hubiese estafado, vine a tu casa y dije sí a todo lo que querías porque me prometiste contarme la historia completa. Me calmó con palabritas almibaradas. Me acarició, aunque ya lo había hecho momentos antes. “Mamá sueña con una esmeralda. Desde jovencita quiso esa piedra verde como sus ojos”. Le creí. Nos despedimos sin acaramelamientos, ya habíamos tenido unas horas edulcoradas. Al día siguiente, ¿qué leí en los diarios? ¡El tiro! ¡La bala que le traspasó la cabeza¡ ¡Maldición! Grité esa vez, ¿por qué? ¡Con qué derecho le llegó esa bala! Todavía grito igual cuando lo recuerdo.
(Se dirige al tocadiscos y pone música ligera. Lleva el compás con todo el cuerpo de espaldas al público).
MH.- Necesito estar alegre. Nada de tristezas, nada de lágrimas. Que la vida no me imponga sus rigores, yo se los tengo que imponer a ella. (Mira hacia el público) Ya saben no dejarse dominar por la vida. Se hace la mansa pero es peor que una manada de leones hambrientos. Pero estábamos en la bala de Amadeo. Como las que mataron a Bolognesi, a Allende, al Ché Guevara. ¡Balas malditas! (Como una profesora que se dirige a sus alumnos) Daré paso a otro asunto luego volveré a la bala de Amadeo. ¿De acuerdo? La conocí en París, sí, he estado una temporada en París. Muy elegante, muy segura de sí. Siempre presumiendo de ser amiga de lo mejor de lo mejor del mundo, sí, del mundo porque por París pasa lo mejor del planeta. Se llamaba Josette, tendría unos treinta y cinco años. Un día me presentó a un coronel. Muy buen mozo, muy amable no con las palabras con las manos. Había que estar esquivando como en el fútbol. Contaba sus recuerdos de la guerra de Vietnam. Al principio resultaban interesantes pero después de cinco minutos cada palabra pesaba una arroba.
(Del aparato de radio sale una voz potente que anuncia: “Atención, se pide a todos los ciudadanos que tomen sus precauciones. Un asesino armado con una metralleta recorre la ciudad. Ya ha matado a diez personas”. Ella ha dejado de hablar y quedado como petrificada).
MH.- Los mata con metralleta. (Dice llena de estupor) Será la última moda, matar desconocidos, gente que no te ha hecho nada. Al primero que pasa, ¡pum! El balazo mortífero. O si su cara te desagrada o tiene la ropa mal planchada, ¡Pum, pum! Y al otro barrio. Habrá que salir con coraza. O llevar también metralleta y contestarle. Me lo encuentro en la plaza San Martín, veo cómo brilla su metralleta, ¡zas! Me adelanto y lo dejo quieto. Me hace acordar a lo que me contó el coronel retirado aquel, (imita una voz áspera de sargento) “había que fusilarlos porque si no lo hacías ellos te fusilaban a ti” Bueno, ya que he recordado al coronel les diré por qué me lo presentó Josette.
(Vuelve a escucharse música. Esta vez es algo así como una rumba, no la de Ravel, más bien cubana. MH da unos pasos siguiendo el ritmo y canta).
MH.- (sin dejar de bailar) “Ay Mamá Inés / Ay mamá Inés, todos los negros tomamos café”. Se detiene bruscamente, Canción de finales de los años 20 del siglo pasado. Ahora es pecado, sí señores, faltar el respeto a una raza es pecado. Los que no quieren al Alianza Lima pecan. Pero no se rían, eso está bien para Europa, para Norte América, Amadeo respetaba a los indios, a los negros, decía que había que tratar a todos por igual. Yo también pienso así. ¿Y la bala fue por eso? ¡Ay! Qué miedo, me dan escalofríos de pensarlo. Pobre Amadeo, y más pobre la mamá de Amadeo, se quedó sin hijo y sin esmeralda. La Josette aquella de París, tenía encima todas las piedras preciosas que se pueda imaginar. ¿Qué feo, no? No me refiero a las piedras, a que ella sea una joyería andante y la mamá de Amadeo esperando una aunque sea chiquitita toda su vida. A la vida hay que cogerla de una oreja por mala. Y mi buena amiga Mercedes Sosa dándole gracias a la vida. Es lo único que no me gustaba de ella, todo lo demás es como para aplaudirla hasta que se caigan las manos.
(No se escucha música afrocubana. Ahora se oye un vals criollo de Felipe Pinglo. MH da unos pasitos, zapatea sin moverse del sitio. Parece feliz en ese momento, pero vuelve a poner cara ingrata).
MH.- ¿Qué haría Felipe Pinglo si viviera ahora? ¿Lo dejarían ser bohemio como en aquellos tiempos? Porque sin bohemia no hay buenos valses. Ahora tenemos cada mal individuo que se pasea por el mundo como Pedro por su casa. Como el matarife ese que anda con metralleta. Como el coronel que mataba a diestra y siniestra. Y la bala de Amadeo que no la olvidaré nunca. Ni a Pinglo, ni a Vallejo, ni a Arguedas. Ya no hay sitio para ellos. Las localidades para la actualidad están vendidas. No hay derecho para que pase algo así. ¿Nacerá gente como ellos ahora, más adelante, cuándo? ¡Qué delicia pensar en otro Vallejo¡ Mejor en el mismo redivivo (recita al principio bajito, luego alza la voz) “Hay golpes en la vida tan fuertes…Yo no sé!” (Enmudece, parece que temblara, luego queda quieta como una estatua). Claro que hay golpes, tremendos golpes, ¡A quién le echamos la culpa de esos golpes! (parece que se le acabara la voz).
MH.- ¿Dónde nos habíamos quedado? Ah, ya recuerdo, Josette y el general, no, lo estoy ascendiendo. Y a lo mejor ni era coronel ni nada, un matarife bien vestido y punto. Ni París se salva de esa gente. ¿Qué hacía ese fulano con por lo menos 70 inviernos metido en una empresa cinematográfica. ¿Y por qué esa Josette, entre abrigos de Visón, piedras preciosas y ropa mandada a hacer especialmente para ella, sólo decía, (la imita) dile que si, Matita, lo que dice el coronel es como bajado del cielo. Me decía Matita la muy. Menos mal que no sabía mi segundo nombre que para mi familia era el primero: Hermenegilda. Ni hubiese podido pronunciarlo. ¿Pero que quería el coronel ese?.
(Se escucha el sonido de una corneta llamado a formar. MH da pasos militares y se cuadra ante una sombra como si se tratara del coronel).
MH.- (Ya en el centro del escenario) Lo primero que me dijo fue: (vuelve a imitar su voz) “Tiene usted una figura preciosa”. Lo medí inmediatamente, pensé: ¿éste carcamal que pretende, meterse a mi cama?. Tras una intervención sofisticada de Josette que le abría camino, el individuo siguió: (lo imita otra vez). “En el cine quedaría maravillosamente”. ¿Adónde quería llegar el matusalén ese? Y siguió, los contratos son muy buenos. Y las chicas la pasan muy bien porque los muchachos que contratamos son verdaderos tarzanes”. No necesitaba más palabras. ¡Así que cine porno!. Salí del café de la Paix como un relámpago pero maldiciéndolos. No soy una mojigata, pero una propuesta de ese tipo Nola aguanto ni aunque sea en París.
(Se oye sollozar a alguien. Una música triste y emitida muy débilmente, llama la atención a MH. Hace un gesto de extrañeza. Luego parece descubrir el misterio y mira resuelta hacia la platea).
MH.- Lleva meses llorando la pobre mujer. Si sus lágrimas se convirtieran en perlas tendría una fortuna. Pero lo único que tiene son deudas y soledad. Ella decía que su hijo lo mataron porque siempre ganaba en el juego. La policía daba como razón de la muerte de Amadeo amistades turbias, incluso mencionaban posibilidad de tráfico de drogas. Yo no creo ninguna de esas versiones. Para mí la verdad es otra, me la dijo Pepucho, un vago simpático que era muy amigo de Amadeo. Claro me llevó a su departamentito que es como un dedal pero bien arregladito, sin mamá, sólo con amigas de paso. La cama era cómoda. Y ahí soltó todo: (imita voz de hombre) “Se metió en lío político, descubrió unos corruptos y los denunció. Lo perseguían” Y se detuvo como una llama cansada, no quería seguir contándome. Y no siguió, yo lo averigüé por mi cuenta. Lo obligaron a jugar a la ruleta rusa, veinte veces hasta que salió el premio. Supe algo que me dio náuseas, Pepote estuvo presente. Un traidorzuelo ese vago que ya no me cae nada simpático.
(Se oye una música ligera. MH combina pasos alegres siguiendo la melodía con rostro amargo por la actitud de Pepote).
MH.- Ya no se puede creer ni en los amigos. La traición está en todas las esquinas. Los de la metralleta no descansan. Los que no quieren que se sepa de sus corruptelas son cada vez más. ¡Qué hacer en esta situación! No hay hacia dónde mirar. ¿Dedicarme al baile? ¿al canto? ¿Volverme poeta? ¿Buscar novio? No me atrae lo de la ruleta rusa como Amadeo. Y si me dijeran que denunciara a esos que lo hicieron jugar hasta que salió el tiro. No tenía escapatoria, media docena de matarifes pistola en mano lo estaban rodeando. O te pegas el tiro tú o te lo pegamos nosotros. ¡Qué miedo! En este mundo todos se han vuelto malos. Al único bueno que quedaba lo mandaron al otro barrio.
(De la radio sale una voz vibrante que dice: “la vida es maravillosa. Todos debemos querer mucho a la vida. La vida nos ofrece de todo. Qué suerte haber nacido en la tierra y no en Marte”).
MH.- (Hace un ademán de desprecio a lo que ha oído). Ese no conocía a Amadeo ni a su mamá que seguirá llorando. Ni sabe que hay gusanos como Pepote o el coronel que me presentó en París Josette. Ni que los pobres de todo el mundo nos estamos comiendo las uñas porque a un grupo de millonarios les pareció que había que ajustarles las clavijas a los de sueldos ridículos. Bueno, y también a los no tan pobres. ¿Quién se llevará la poquita plata de los pobres? (De la radio sale otra voz que dice: “los ricos”) Claro, qué tonta soy de hacer esas preguntas. Mi mamá me decía siempre, tienes que pensar en un hombre con posibilidades. Yo lo de posibilidades no lo entendía bien, y no sé por qué no me atrevía a preguntar. Creía que se estaba refiriendo a posibilidades de lo que pasa entre marido y mujer, más claro: posibilidades en el lecho nupcial. Pero no, ella se estaba refiriendo a la money (hace gesto con la mano) Muy práctica mi mamá.
(Nuevamente voz de la radio, es una mujer que informa: “se necesitan señoritas no mayores de 30 años para ir a la India, a Haití, al Congo, como voluntarias para cuidar de niños abandonados”).
MH.- ¡Ay, no!. Hacer de madre Teresa no está en mi libreto. Yo ni santa ni vampiresa, aunque a veces esto último me tira un poco. Pero no al extremo por eso planté al coronel o lo que sea. Por eso odio a Pepote. Como toda persona tengo mis ilusiones, mis ideales. Por ejemplo cambiar la vida, que no haga llorar a nadie. ¿Pero cómo se consigue una cosa así? Porque sé que hay muchos a los que les va bien la vida tal como está. Y que ha habido montones de valientes que lo han intentado y ahora están con dos metros de tierra encima y cuatro balas en el esqueleto. Pero hay que hacer algo, lo peor es quedarse sin dar un paso por lo que se quiere conseguir. Pensándolo bien, el que quiere cambiar la vida no significa que quiera que desaparezca la música, los viajes, los versos, menos los besos (suspira feliz) y los muchachos de buena pinta, como Marlon Brando, como Paul Newman. Ay, que tonta me estoy volviendo, si acá hay de esos, no serán rubitos, ni de ojos azules, pero hay unos como para desmayarse en sus brazos, claro. Porque desmayarse y caer al suelo ¡qué idiotez! Todo eso y el cambio. Voy a aprender a cambiar la vida. Mi antepasada lo quiso hacer, mentira que enamoraba políticos y les tiraba de la lengua para contárselo al enemigo. Y ya saben lo que le pasó a la pobre. ¡Al paredón!
(Se proyectan fotos de Paul Newman, Gary Cooper, Tom Cruise, Marlon Brando).
MH.- Prefiero otro como Amadeo, era morenito pero tenía sus cosas bien puestas, denunció a todos esos sinvergüenzas por eso lo obligaron a jugar a la ruleta. Buscaré Amadeos, no puede ser que sólo haya uno. Si ese cae enseguida otro más. Si el siguiente pide perdón, no juega a la ruleta y hay bajada de pantalones, ¡fuera! Yo sigo la búsqueda. Otro, y otro y otro, hasta que encuentre a uno que haga jugar a la ruleta rusa a los que mataron a Amadeo (de la radio o del fondo viene el sonido de varios balazos.) ¿Y si matan al tercer, al cuarto Amadeo, Yo ocuparé su lugar. Ya para entonces habré perdido el poco miedo que me queda.
(Se escuchan trozos de la ópera de Verdi. Ella baila y canta, a veces vuelven los balazos, ella hace como que le han caído se tambalea pero como la música sube de volumen vuelve a bailar y a reír. Coge una pistola que hay sobre la mesa y dispara hacia el fondo de donde se supone vienen los tiros. Sale corriendo del escenario disparando a un lado y a otro).