El barco de ébano, inscrito en la colección Novela Histórica de la editorial que lo publica, se escapa a la definición estricta de ese género. Ello por sus puntos de fuga con lo estrictamente ficcional y con lo pura y disciplinariamente concebido como "histórico". Al mismo tiempo, puede ser entendido como una interrogación, justamente, al vínculo entre la narración histórica y el discurso literario. Desde una mirada postmoderna, que disuelve los sitios estancos de los géneros, podríamos simplemente entenderlo como un "relato" y, como tal, no debería ser juzgado desde los parámetros tradicionales de los cánones históricos o literarios, sino más bien desde las intertextualidades que propone. No me detendré en un análisis de ellas, sino en una lectura sobre su argumento, comprendiendo su materialidad (su escritura) como un texto "histórico-literario".
Navegar en este Barco que ha construido Ricardo Gattini es un traslado a la historia de la esclavitud negra, a las resonancias entre lo global y lo particular —digo "global" por cuanto, desde fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, la empresa transnacional del tráfico de seres humanos desterritorializó los mapas del capital y se instaló en diversos puntos del mundo— y también a los nexos entre hombres "blancos" y mujeres "negras".
El personaje central, un ebanista inglés, emerge como el símbolo de un nuevo sujeto: aquel que intentó, en los albores del siglo XIX, despojarse de los prejuicios raciales y participar de una ética de la libertad. Los aires de las nacientes repúblicas latinoamericanas y los avances en la abolición de la trata de esclavos constituyen el ontexto que rodea a este hombre que, limitado todavía por los nudos que lo atan a una tradición de discriminación y de anulación de la humanidad de algunos —los esclavos y esclavas—, ejerce un deseo de ruptura con el orden establecido. Quizás porque es un momento liminar le está permitido ese gesto y porque ocupa una posición que lo dota del poder para hacerlo.
Pero ese deseo de ruptura del carpintero no nace de una determinada capacidad de reflexión ni de una postura filosófica frente a las estructuras de dominación de la época, sino que está indisolublemente ligado a la pulsión amorosa que él siente por una esclava. Es el amor el hilo de esta trama que nos hace viajar en el barco esclavista desde las islas Comoro —en el Índico africano— a Argentina, y desde ahí, en carretas y caballos, hasta Valparaíso. Este último periplo conforma una narración notable acerca del usual paso fronterizo y los avatares del cruce cordillerano, sus abismos y la condición de los antiguos arrieros argentinos y chilenos, suerte de bisagras entre ambos territorios, sutilmente diferenciados, pues comparten un mismo lenguaje, los mismos saberes de vericuetos y senderos. Ese camino quedó marcado a fuego, durante los siglos coloniales, para los esclavos y esclavas negros que lo padecieron hasta arribar a los lugares de destino, pero también para quienes lograron escapar del mismo, fugándose por los desfiladeros o las montañas andinas.
Como dijimos, es la pulsión, en medio de algo que termina (será el último viaje del barco, los últimos años de coloniaje americano), la que trastorna el indefectible curso de las cosas. La relación entre el ebanista y la mujer esclava hace que ésta no sea simplemente una "negra", sino una "dama": "Él, desde un principio, se refería a las mujeres escoltas denominándolas, sin más, como 'negras'. A ella, en cambio, la definía como 'tan', es decir,'tostada'...Ella, alta y fina, siempre al medio, la mujer grande pegada atrás a su izquierda y, un paso más adelante, a su derecha, la más pequeña". Así hay "una negra" que adquiere un nombre y, por lo tanto, se la mira (o desea) como sujeto. Es distinta a las demás, es excepcional, es una "noble" (proveniente del Reino de Aksum), como sabremos al final del texto. Será esa excepcionalidad la que cautive al carpintero, la que lo haga protegerla —junto a sus cuidadoras— y "destinarla" para sí, ya no dentro de las reglas clásicas de la violación, sino del matrimonio.
Una delgada línea entre la racialización de los vínculos amorosos y su negación será la que atraviese el relato de Gattini, pese a él mismo y a las declaraciones que su personaje plantea sobre la libertad de la mujer que ha elegido. Es así por lo estereotipado que resulta su deseo: solo una esclava negra excepcional —por su belleza y prestancia— es la que puede "salvarse" del sino establecido. Si la "dama tan" no hubiera respondido al imaginario femenino de la hermosura y la "nobleza", sin duda que el ebanista no habría posado sus pulsiones en ella y su vida habría terminado como la de todas sus congéneres: subalterna en el universo doméstico de alguna familia hispano-criolla. Por otro lado, la persona "tan" era cristiana y esa pertenencia, sin duda, la hacía aún más digna a los ojos del occidental. En este sentido, es que El barco de ébano puede leerse como una representación del "género de la esclavitud": un hombre blanco cuyo poder define la suerte de una mujer esclava y sus acompañantes, y, mas allá de eso, la construcción de una feminidad "negra", pero bella y de alto linaje, cristianizada que, por lo mismo, deja de ser entendida como tal y se "blanquea". Deja entonces de ser el lugar oscuro de la alteridad, "lo otro", para constituirse en un "objeto de deseo" legítimo, en tanto blanqueado. Y digo objeto porque la persona "tan" nunca habla sino a través de otros, nunca es activa en su relación con el carpintero: siempre obediente a los proyectos del hombre, jamás se rebela contra nada y es sumisa a sus designios.
El barco de ébano propone entonces un modo de acercarse a la historia del esclavismo desde una perspectiva en la cual el género masculino y occidental es el protagonista. El autor recrea con minuciosidad y conocimiento documental la vida en los barcos negreros, la sociedad de comienzos del siglo XIX en Argentina y Chile, la discriminación étnica (haciendo una referencia, por ejemplo, a María Graham y su mirada etnocéntrica) o el desarrollo urbano del puerto de Valparaíso. Es quizás en esa recreación donde encontramos la mayor solidez del texto que comentamos; no queda el lector indiferente a las descripciones de época y los puentes que sus imágenes tienden con el presente, sobre todo en lo referido a los espacios sociales y naturales. Pero, también su argumento —con todas las consideraciones realizadas— incita a conocer las formas en que se despleg6 la esclavitud negra, llama a indagar en los modos con que se instaló en Chile y a desvelar su "género", en suma: abre una pregunta sobre esa "oscuridad" que hemos borroneado de las páginas de la historia oficial.
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