El autor nos ofrece las diversas reflexiones sobre su país, las relaciones entre letrados y las reminiscencias de su infancia y su juventud. Están presentes también los retratos de los personajes que ha conocido, sus meditaciones sobre los poetas, la poesía y la belleza. Se destacan sus cavilaciones sobre Colombia que ha sufrido tanto de la violencia desde los años cuarenta, luego de las guerrillas y del narcotráfico: “En este país todos estamos cansados de la guerra: ya no hay ni un solo hombre que quiera ser soldado, carne de cañón (…). Nadie quiere trincheras sino surcos para cultivar.” Y más adelante: “Todos queremos libertad para creer y crecer (…). En una palabra, todos queremos paz en la mirada”. Sobre las relaciones entre los literatos o intelectuales escribe: “Campoamor: «La envidia es la polilla del talento». Y es que la envidia arrebatadora florece como cactus en el desierto de nuestro medio, serruchando relaciones, anquilosando ideas, incinerando proyectos, quebrando trayectorias.” Y para terminar, retrata dos ciudades simbólicas entre los intelectuales latinoamericanos: París y Buenos Aires. De la ciudad luz señala: “París es un mito de que allí se hacen los escritores, una fiesta movible que cada uno lleva dentro de sí…” Y sobre la capital argentina: “…Cuando visité la ciudad maravillosa del fin del mundo con edificaciones ornadas de arquitectura inglesa, española e italiana, mientras el amigo Guadi Calvo, reconocido crítico de cine, era mi cicerone. Sus habitantes continuaban siendo tan amables como en los días afortunados de la década del veinte cuando cada familia honorable realizaba su tertulia nocturna…” Andrés Perales..

• Silva de varia lección por Rubén López Rodrigué