Ya no hay complejo mesoamericano que valga ante la pujanza de las nuevas voces de la literatura mejicana, atrás quedó la sutil problemática de la flexibilidad de los límites fronterizos de Kirchhoff, o las ciertas similitudes etnográficas culturales esbozadas por Alfred Kroeber a principios del siglo pasado. Más allá de todo eso, el paso del tiempo ha devuelto el esplendor a una de las literaturas más prolíficas y relevantes del entorno de nuestra lengua. Desde ese nuevo amanecer que supuso La espiga amotinada, la literatura mejicana nos ha brindado un elenco de poetas de nuevo cuño de peso específico incendiario y realidad atronadora, crecidos entre las páginas de numerosas revistas literarias, con el vértice infinito de la sombra del gran Octavio Paz. Valentín Sobrado es un ejemplo más a añadir a esta semilla volcánica que late en el corazón de México D.F., la no mañana indigesta para algunos, que funde el grito del pueblo atiborrado de mala baba con la extensión de la poesía salida del corazón a prueba de balas. Los escritores son la maldición del mundo, dice el poeta, la poesía es la maldición del engaño, añado yo. La muerte no es signo de nada, el verso es tan bello como humano a este lado del charco. Boris Rozas.
Nació en la Ciudad de México en 1984. Escribe desde que tenía 20 años. Estudió derecho en la Universidad Autónoma de México (UNAM) y fue titulado con una licenciatura de Creación Literaria.