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Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
13 2 2006
Esperanza vuelve a la vida (fragmento de novela), por Felipe Aaron Montenegro
—¡Eres el peor hombre sobre la tierra! ¡Te odio! ¡Te odio!
—¿Quién? ¿Yooooooooooooooooooooooooooo....? —Tú, infeliz, tú. Quién más se encuentra aquí. —El gato. —Es un gato. —Pero es hombre. —No es hombre, es un gato. Aparte de estúpido, ignorante. —Bah... Mira pues, aquí está la prueba. Y Chapulino Mendoza alzó el gato verde (¡Un gato verde! ¡Qué cosa más inicua!), lo puso panza para arriba y lo enseñó a su mujer: —Oh, burro. Quita eso de mis ojos. ¡Cochino! Cómo vas a avergonzar así al pobre animal. —Tuve que hacerlo para que te des cuenta. ¡Ay mujer! Tú siempre fregando la vida. —Ahora yo friego.... —No ahora, siempre friegas. —Mira cómo hablas bruto. —Hablo como te mereces. Estoy harto de ti. Todo el día friegas, friegas, friegas... ¡Cánsate! —Yo no friego. Sólo saco en cara las tonterías que haces. —¿Tonterías? —Sí, tonterías. O qué diga tonterías... burradas. Porque los burros hacen burradas. —Ahora soy burro. —Siempre has sido burro. Desde que te conocí. —¿Por qué no me dejaste entonces? —Me dabas pena. Creía que podías cambiar por mí. —¿Cambiar? Si yo estaba muy bien. —¿Bieeennnnnn? ¿Le llamas vivir bien a escribir en periódicos amarillos? ¿Le llamas vivir bien a mendigar cabezas de pescado en el mercado para poder pasar el día? ¿Eso es vivir bien para ti? Mientras su mujer expectoraba estas preguntas, Chapulino recibió en el corazón el balazo de la muerte. ¡Nadie tenía el derecho de mancillar su pasado! ¡Nadie! Y menos ella, la muy estúpida. Le había costado sudor y enfermedad ser lo que era ahora. Y más le había costado amoblar aquella habitación: lecho de reina empastado con edredones de seda y bordes de oro, alfombra persa de esquina a esquina, tocador de caoba con espejo italiano, doscientos nueve adornos monárquicos de once naciones equidistantes, aromas de oriente que nunca se extinguían, y lo más reciente en tecnología japonesa del entretenimiento para dormitorios. Pero más le costó reacomodar aquella mansión, ¡sí reacomodar!, cuando llevó a su esposa y la condenada le dijo que no le gustaba nada. Tuvo que mandar rehacerla desde los cimientos, porque la luz no entraba por donde ella quería, o la luna le daba en la cara mientras dormía, o el viento le levantaba la falda cuando comía. ¡Más y más y más dinero! Y siempre aquel recuerdo irrumpía en su mente cada vez que volteaba el rostro y contemplaba la catarata de luna que ingresaba por la ventana, la misma que modificó para ella. Siempre discutían a la misma hora, en la misma posición, ella en la cama, él cerca de la ventana. Y claro, rodeados de todo lo que las parejas luchan por tener, para poder ser ¿felices? ¡Qué ironía! “Se supone que todas estas porquerías de reyes la harían feliz”, pensó Chapulino. “Pensé que me dejaría de joder, pero no. ¡Ahora jode más que antes!” Y en medio de sus cavilaciones, otra vez sintió el graznido mujeril de su tortura: “¿Eso era vivir bien para ti?” —Era feliz. Hacía lo que quería, y la gente me amaba por hacerlo. —¿Te amaban? Ja, ja, ja, ja, ja, ja. Déjame que me ría en tu cara. ¿Amarte quiere decir ir a la cárcel? —Me metieron los milicos, no el pueblo. La gente me quería. —No me vengas con esto, que por tus tonterías de escribir te enjaularon dos años. —Pero me soltaron, al final me soltaron. —Y a qué precio. ¿No te acuerdas? —Cinco panes y dos peces. —Ja, ja, ja, ja, ja. ¿Qué te crees?, apóstol de Cristo. —Estoy hablando en tono poético, tú no entiendes porque no sabes. —Yo no sé porque no tengo tiempo para andar pensando en la inmortalidad del zancudo. Ni para haraganear leyendo poemas escritos por otros haraganes. —¿Haraganear? ¿Haraganes? ¡Genios! ¡Genios! Hablas porque tienes lengua. —Y con qué más voy a hablar. —Con la cabeza, se habla con la cabeza. —¿Quéeeeee? Estás insinuando que no tengo cabeza. —No. —Maldito infeliz… —Ah mujer, basta ya. —No basta, noooooooooooooooo. Eres el peor hombre del mundo. No debí casarme contigo. —Pero si no estamos casados. —Cómo que no, aquí están los papeles. —Y qué son los papeles, mujer. ¡Qué michi son los papeles! ¡Qué significan los papeles! —Pues eso, buuuuuuuuuuuuuurro, eso. —Ahhhhhhhhh mujer... —No digo que eres un burro. —Hablo en sentido figurado, mujer. ¡Qué diablos significan esos papeles! —Pues que estamos casados, que nos jodimos el uno al otro cuando éramos jóvenes. —No, no, no, no, no, no, y no. Los papeles no significan nada. El matrimonio real se lleva dentro. En el corazón. —Pero están los papeles... —Los papeles no interesan. ¿Cuántos divorcios hay en los países desarrollados? Son papeles, ceremonias, vainas de mujeres. Pero el amor no hay en ellos. Ese es el matrimonio actual. —¿Y dices que nosotros somos de esos? —Lo digo y lo redigo, mujer. —Pero es porque tú no haces nada, pues. Te pasas el santo día haciendo lo que no debes hacer. —Es mi trabajo. —¿Trabajar le llamas a eso? A rascarte la panza mientras lees idioteces de otros haraganes. —Mujerrrrrrrrrrrrrrr, ¡basta! —No voy a dejarte en paz hasta que hagas lo que tengas que hacer. —¡Y qué tengo que hacer! —Ser un hombre, un verdadero hombre. —Pero lo soy, mira. Y Chapulino se bajó los pantalones, sacó la pistola de cartílago con la que perforó tantas cavernas, y se la mostró a su esposa.
acerca del autor

Felipe Montenegro Duarez nació el 24 de julio de 1982, en Trujillo (Perú). Ingresó a la facultad de Economía de la universidad de dicha ciudad. Fundó con otros compañeros la revista universitaria “El Espectador”. Ha colaborado para diversas revistas y periódicos locales, entre ellas “El Tiempo”. Ha publicado cuentos, ensayos, y la novela “De vuelta al comienzo”. También ha escrito obras teatrales, tales como: “El hombre y las decisiones”, “Una navidad como cualquiera”, y en esta última la ha dirigido y protagonizado. Cursa estudios de teología y filosofía de la religión. En la actualidad, está terminando su última novela cuyo tema principal es la esperanza.