Narrativa
2 11 2005
Ella, por Efraim Medina Reyes
Como en el relato de Poe fue el maullido de un gato lo que permitió encontrar el cadáver. Estaba seis metros bajo tierra, encerrado en una especie de celda subterránea donde el oxígeno llegaba a cuentagotas a través de un largo túnel cuya única entrada estaba disimulada por matorrales y piedras. Un niño de la vereda cercana que había perdido a su mascota la escuchó maullar primero en el bosque y después “dentro de la tierra” y llamó a su padre. Les tomó horas encontrar la boca del túnel, rescatar al gato y avisar a la policía que “olía a muerte allí abajo”. El túnel se habría formado a través de los siglos de forma natural; por el contrario la celda, con puerta de hierro, era obra de la inagotable ferocidad humana. Los forenses, después de analizar el cuerpo, dijeron que había muerto dos semanas antes del hallazgo. El hambre y la deshidratación habían sido la causa; Ella, en la desesperación de las horas finales, se había comido sus propias uñas y mechones de pelo, también llegó a causarse una herida para beber su propia sangre. Nadie duda de la exactitud de los forenses: es indiscutible que Ella murió en esa celda, pero no fue esa la única vez que murió. Seis meses atrás, en una playa de Yucatán, empezaron a matarla. Justo allí, mientras tomaba el sol del atardecer, aparecieron dos hombres armados que la llevaron a rastras hasta una camioneta, la metieron en la parte de atrás y escaparon a toda velocidad dejando a los impávidos testigos envueltos en una polvareda. Cuando llegó la policía la playa estaba desierta. Una de las hipótesis que manejan los investigadores es que se trató de un “malentendido”; el secuestro iba a dirigido a otra persona, la hija de un millonario que también estaba en ese sector de la playa y cuya descripción se asemeja mucho a la de Ella. “Confundieron gato por liebre” decía un burlón titular de prensa. En vez de una heredera millonaria se habían llevado a una humilde estudiante de literatura. Según la policía los secuestradores dejaron en la celda agua y alimentos para una semana que era el tiempo en que pensaban regresar (como sobrevivió Ella tanto tiempo es un misterio que todavía no descifran los forenses). Ninguno se quedó vigilando porque estaban seguros que nadie podría encontrarla y, sobre todo, desconfiaban el uno del otro. Es posible que cuando llamaron a casa del millonario para exigir un cuantioso rescate un risueño mayordomo les haya respondido que “los señores y su hija están fuera del país”. Y entonces las bestias, heridas en su amor propio, hayan decidido vengarse dejándola allí para siempre. Sobre el tipo que conducía la camioneta la policía dijo que en muchos casos de secuestros al conductor se le paga por su trabajo y queda fuera del “negocio”. Si antes dije que a Ella empezaron a matarla esa tarde en la playa es porque creo que por más terrible que haya sido su muerte no puede compararse al horror del secuestro. Basta imaginar a la pequeña y frágil mujer enterrada viva, imaginar los segundos que se vuelven eternos, la oscuridad que consume sus ojos, el miedo a las alimañas, su mente aferrada al recuerdo de su familia, el terror de olvidar o ser olvidada, las lágrimas que se escurren y que nadie compartirá. Y luego el silencio, la fiebre y la locura. La soledad es física, duele en los huesos y la hace desear ver a sus verdugos; los teme y los añora porque son su única conexión con el mundo, pero tampoco ellos dan señales de vida. ¿Cuántas veces la asesinaron? Es imposible ponerse en su piel, el cadáver consumido encontrado en la celda es apenas un pálido reflejo de lo que debió sufrir Ella. Imagino cómo deben sentirse quienes la amaban, lo que jamás se explicaron que había pasado con Ella pero tenían la ilusión de verla regresar sana y salva. Imagino a su madre, la soledad sin fondo, las infinitas noches de angustia que ya nadie podrá curar. En los días que siguieron al hallazgo del cuerpo seguí las noticias sobre la investigación por internet y luego todo se fue diluyendo porque quienes hablaban de Ella perdieron el interés y la noticia de su muerte fue borrada por otras muertes. Durante unas semanas evité seguir el rastro y traté de olvidar aquella historia, pero Ella seguía allí, aferrada a mi mente y decidí que era mejor afrontar el fantasma. Nuevas páginas habían surgido sobre el caso, la mayoría con las consabidas frases de “algo así no debe volver a pasar” o “las autoridades están haciendo su mayor esfuerzo para dar con los culpables”. Sin embargo, lo más escalofriante fue encontrar aquel párrafo donde se hablaba de la autopsia y se aseguraba que en el momento del secuestro Ella tenía por lo menos un mes y medio de embarazo.