Narrativa
4 10 2005
Como rosas en armaduras (cuento) por Juan Manuel Faccio
La última de las rosas murió en sus manos, la savia de la vitalidad se le escurrió entre los dedos, y desde el charco acusador a sus pies, un grito de reclamo se reflejó en la imagen del rostro allí atrapado. Se sabía culpable, pero era consciente también, de que la necesidad de que esto se llevara a cabo, tenia un carácter de urgencia mayor que cualquier culpa que pudiese sentir en ese momento. El dolor por el acto cometido, le escocía en los ojos y rodaba por sus mejillas en forma de heladas lágrimas, la amargura se hizo cargo de su alma y la acunó en su traicionero regazo, un salvaje jinete de plomo se montó en sus hombros, y clavando sus duras espuelas de desesperación, lo acicateó a dejar aterrorizado la escena del crimen, esa escena de la que era el creador. Cada paso se convirtió en una tortura, pero ahora que había comenzado no podía echarse atrás, tenía y debía seguir hasta el final, lograr su meta a cualquier costo, aún a merced de su propia vida. Cada parpadeo era un tormento, trayéndole a su mente la imagen de una cama sucia, destendida; una mujer escuálida y débil postrada en su interior, forzando una sonrisa de aliento a último momento cuando giraba para despedirse, por última vez, antes de verlo partir hacia su destino. Enferma, con el reflejo de una belleza pasada, aún brillando muy suavemente en sus ojos verdes, dándole palabras de cariño y consuelo en su despedida y lo que podría ser su postrero adiós. El sol bajaba ya en el horizonte, el caballero seguía sumido en sus pensamientos, caminando como un autómata, cuando notó que el terreno se le hacía familiar, ya faltaba poco, el final se acercaba. Una nueva preocupación se hizo cargo de alejar la debilidad y cualquier otro sentimiento que lo embargara, era el miedo, el terror a que fuese demasiado tarde. Lentamente, arrastrando los pies a cada paso, entró en la aldea donde lo esperaban. El cielo estaba oscuro y un único ojo amarillo lo miraba malignamente desde las alturas, el pensar que tantas veces había sido ese mismo ojo quien arrullara su amor, lo saco de sus sombríos pensamientos por un instante, pero hoy, apuntándolo con un dedo acusador por su tardanza lo devolvió a la realidad. Entró pausadamente en la casa, y cayó arrodillado al piso, aliviado al ver que el pecho de la mujer en la cama todavía se movía, aunque muy lentamente, un vaivén que contaba cada uno de los últimos momentos de vida que le quedaban, como un macabro reloj, deleitándose con la cara desesperada de la víctima que espera aterrado el instante final, cantándole cada segundo que pasara y riéndose de su terror. Casi a rastras llego hasta el costado de la cama, y despacio pasó su mano por el rostro tibio, acariciándolo, con tanto cuidado como si el simple roce pudiese romperlo, y los ojos verdes se abrieron, una sonrisa iluminó el rostro, y por un momento, toda la vitalidad que alguna vez allí habitó volvió con ese gesto a las facciones. Ella trató de decir algo pero estaba demasiado débil para articular palabra alguna, y por medio de señas logro hacerle entender que se sentara a su lado. Fue entonces cuando se decidió a mostrar lo que tenía en la mano, era la rosa, la ultima de las rosas, su rosa. La emoción la obligó a soltar algunas lágrimas, que rodaron lentamente por sus mejillas, odiaba que lo viese llorar, pero era una ocasión especial. No se resistieron más, y rompiendo la inercia del tiempo que habían pasado separados se unieron en un abrazo, y abrazados lloraron, así se durmieron; abrazados, unidos el uno al otro, como habían vivido, unidos por lazos más fuertes que cualquier palabra, y así amándose los encontraron a la mañana siguiente. Ambos con una sonrisa en sus rostros, fríos, por el beso de la muerte. Abrazados se deshojaron pétalo a pétalo, tallo con tallo. galería
acerca del autor
Juan Manuel Faccio nació en Bragado, pueblo de la provincia de Buenos Aires, en 1982. A los cuatro años, su familia se instala en Neuquén, y allí vive hasta el día de hoy. En esa ciudad ha cursado sus estudios primarios y secundarios. Siempre fue adepto a la lectura, instado desde chico por su familia de docentes. Sus autores favoritos son Julio Cortázar, Ernesto Sábato, Gonzalo Arango, Charles Bukowsky, etc. Ha publicado cuentos en varios portales de la web.
indice
2 10 2020