Poesía
4 12 2002
"Del Averno hacia los montes fértiles" por el poeta Danilo Sánchez Lihón*
NAVEGANTE FÚNEBRE (…) Ningún personaje se menciona tantas veces en Arte de navegar y más aún el ambiente donde mora como Caronte.- "...el viejo blanco con antiguo pelo"; el "... anciano de precario pelo»; « …ese anciano de lanoso rostro conduce vehemente / tanta acritud, que la otra riba configura falaz toda esperanza». Y con él, el trance de navegación de su barca, siendo el símbolo de esa navegación de donde deriva, en gran medida, el nombre del libro. (…) Caronte, en nuestras conversaciones con Juan, ejerció siempre en él y nosotros una fascinación subyugante. Él era el navegante por antonomasia en la mitologia personal de Juan; el navegante símbolo, el que une mundos opuestos, aunque su destino sea fatal y abominable. Es el nudo, y creo que, en el fondo, Juan era la encarnación de esa divinidad descalabrada. Es en las aguas de pesadilla, densas e insondables, de dicho río lago en verdad, por su anchura; de ondas pardas y negruzcas, profundas también por la pena que en ellas cunde, donde estallan rojizos los relámpagos y se oye el estallido y retumbar de los truenos, sólo interrumpidos por los acompasados golpes de los remos del barquero donde Juan abisma su poesía; quizá por eso también tan olvidada, pues se conoce al Aqueronte como el Río del Olvido, porque quien se sumerge en sus aguas olvida en ellas quién es y todos se olvidan de él o ella para siempre. Siguiendo esta ruta o camino, Arte de navegar es un descenso a la morada de los muertos, una peregrinación por el mundo subterráneo y de los infiernos, adonde Juan proyecta la realidad común y corriente, es decir, la vida cotidiana, con sus grandezas pero más con sus ausencias y miserias: Yo siempre he morado en el infierno Y de la vida sólo conozco un rostro destrozado: El rostro de la niebla más dura que los sueños inútiles. MAR APOCALÍPTICO El mar u océano en la navegación de Ojeda no es, por eso, ningún mar externo. Ni el de los Sargazos, que hollaron por primera vez con la proa de sus naves los descubridores del "Nuevo Mundo", ni el fragoroso Indico, tan caro a Luis de Camoens, autor dilecto para Juan. Tampoco se trata del Océano Pacifico, ante el que Balboa dijera, según el poeta Juan Gonzalo Rose: "Por esta porqueria te dejé, Teresiña"; y menos puede ser el Mediterráneo que inspiré a Homero y Virgilio y que fuera tan añorado por Ovidio al sufrir ignominioso exilio en el Ponto Euxino. Tampoco, como se podría suponer, es el mar frente a la bahía de Chimbote, ni su espectral Isla Blanca, pese a las amanecidas de Juan bajo el farol titilante de la lancha de pescadores que enrumbaba saliendo desde ese puerto, lugar de su nacimiento. La masa acuática que evoca es la que en gran medida determina nuestro destino de peregrinos de este mundo: el río doliente de la muerte, antesala del infierno. Su travesía es por el Aqueronte y sus afluentes: el Cocito, el Flegetonte y la quieta laguna Estigia, donde el marinero traspasa las almas hacia el Hades, y reina Plutón, el más cruel e implacable de los dioses, hijo de Cronos el tiempo. (…) Ahora bien, a veces desaparecen las orillas, también la barca y su timonel; y es como si se, estuviera pasmado en alta mar; donde no hay paisaje ni historia, ni personajes, ni sus consecuentes emociones. Tampoco expectación ni sucesos. ¿Qué ocurre? Es que nos enfrentamos solos ante el misterio, a la incertidumbre en la que navegamos, frente al destino desolado, a la ausencia de Dios y al vacío existencial: Esa quieta cesación del sentido... Aconte como cuando estamos en alta mar, en donde es muy lejano mi origen e ignoto mi punto de llegada; estoy solo con el precario mundo que cargo y, con el otro que me compone desde dentro, donde soy un desterrado, un expatriado. Y siento que únicamente el agua y el aire me componen e integran, siendo mi único sustento; no la tierra estéril y empobrecida, tampoco el fuego que anima y apasiona; son el agua y el viento, que baten o detienen a su arbitrio nuestra nave. Y los demás elementos contemplan ajenos, con roles supremos y soberanos: son el sol, la lluvia y la noche que se acrecienta. De allí que se necesitará unción del alma para ingresar al rigor de estos versos, debiendo primero curar y sanar nuestro espíritu, porque ésta es morada de muertos; no poesía para la complacencia, ni para adornar el mundo y solazar la vida. Quizás si para recomponer la historia, pero más para meditar y alcanzar una premonitoria y urgente sabiduría que tanto requerimos en estos tiempos agraces. (…) Juan, en toda esta alegoría, es el ánima viva, el ser consciente que ha visto, que sabe, compara y ausculta. Y que ha vuelto. Y que al final, con su muerte, testimonia lo que gravemente nos decía. Y, eso si, reconociendo que moría más solo y desamparado que el Dante premunido de poderosos guías: Virgilio y Beatriz. Juan no tiene báculos ni hombros donde apoyarse; ni nombre de mujer o novia difusa, que pronunciar en los labios. Tampoco una voz de consuelo, arisca o indulgente, de algún maestro. Y hemos evocado al Dante porque el capítulo del Infierno, en su excelsa Divina Comedia, es a lo que más se parece la poesía de este santo o genio demoniaco, trashumante en los reinos de lo oculto, que fue Juan Ojeda. RIBAS DIALÉCTICAS Otro elemento recurrente en la poesía de Juan Ojeda es la continua referencia a las "ribas» ou orillas, el lugar de donde se parte y adonde se llega, donde termina la tierra y empieza el mar, y viceversa; símbolo de ese desgarramiento y alumbramiento dialéctico que es su poesía. Ellas no son un mero enunciado, ni un recurso retórico y menos un simple telón de fondo. Las «ribas» son, inclusive, más que el puerto atrabiliario y congestionado, más que el conglomerado citadino y comercial —elemento estridente de la modernidad y del mundo de los vivos—. Las "ribas" son el símbolo del lugar por donde avanza la humanidad doliente que tiene que traspasarde una a otra orilla. En ellas el paisaje es neblinoso, como una realidad difusa que se pierde en las sombras. Porque a ese brillo y fulgor que deviene de la luz incierta de las aguas del Aqueronte, a ese sonido que hace el golpeteo del oleaje acompasado del río en los flancos de la barca que transporta a las almas afligidas —que dejan la vida fugaz por la otra interminable— se proyecta en las ribas el reflejo de los actos vividos, empañadas como un telón de fondo pasmado e inescrutable, en las orillas del río, se divisa el hambre, las enfermedades, los vicios, el dolor. Allí la estación siempre es invernal, y es donde surge dejando a un lado o superando a Caronte el persortaje esencial de Juan, que es la humanidad doliente. Sean los- inspiradores o referentes a partir de quienes se habla: Mencio, Boecio, Swedenborg, Leopardi, Van Gogh, o la coétánea Suely Rolnik todos ellos son puertas abiertas para sumergirse en el hombre como especie, como realidad antropológica y hasta como entelequia. Y tiene, siempre al fondo, la niebla como el típico paisaje de los ríos infernales, porque ella es el halo natural de lo angustiado, deformado y esperpéntico. En la niebla se esbozan los seres horrendos, y a la piadosa niebla vuelven para poder soportar el breve instante de ser contemplados: Así, para el que despierta, todo es niebla quieta Que el viento arrastra entre los duros cepos El lugar del castigo eterno, en la literatura griega y latina, es el infierno, lóbrego, oscuro y subterráneo, adonde tenían que ir las almas después de muertas; lugar de fuego y escarnio en la doctrina cristiana. Sin embargo, el infierno de Juan es más tremendo: es la ausencia de sentido, la quiebra de la racionalidad, el desquiciamientoy, más aún, el vacío, la uniformidad y el tedio: Y todo allí será crujiente abismo sentirás estremecerse aullantes esferas rígidas: impenetrable río tiempo inmóvil pavoroso rostro de lo hueco (…) EL DESCENSO Y LA CAÍDA ¿De dónde deriva la noción, y hasta el sentimiento de tragedia en Juan? Quizá de la convicción de que estuvimos hechos para ser dioses y hemos rodado a una condición banal y efímera: expulsados del paraíso y después perdiendo día a día inocencia y sabiduría hasta caer despojados de todas las virtudes en el pozo ciego y perverso de la futilidad y, consecuentemente, en la condena al infierno. Tierra de los dioses que el hombre habita. y bajo el murmullo del tiempo una muerte segura En la proyección del tiempo pasado, presente y futuro, Ojeda encuentra una línea de descenso, caducidad e ignominia. He allí la clave de su desencanto, de su desilusión y consecuente fatalismo. Y así es como vamos descendiendo en la niebla hueca de la vida humana Hay una direccionalidad de descenso y caída. Desde una infancia hacia un lugar perdido, desde una plenitud hacia una caducidad, desde el vientre materno a la fosa sepulcral. Somos ángeles expulsados y expatriados del reino. Hemos perdido la verdadera casa, el divino útero materno, la morada imperecedera. Somos desterrados del paraíso de la inocencia y la divinidad… ¿Conocerán el tiempo otro? Tal vez una inocencia oscura accedería, como dolorosa llaga, en la raíz de lo vivido, el tiempo deviniendo bajo inmóvil materia. Pero nuestra pureza ya la hemos perdido, o mora en un dominio de pavorosos gestos. Arte de navegar es paradójicamente la elegía de un naufragio, la rapsodia de una catástrofe. Una desgracia fatal ha convertido todo en ruinas y se avizoran solamente los despojos. Sólo permanecen las ruinas de lo que ha sido casa, palacio y ciudad. La mirada conturbada desciende a las regiones del espanto, de las ruinas putrefactas, del abandono de Dios. Los desgarrados, esos que recogen, sin saberlo, la pavorosa carencia del mundo y, transfigurados, soportan el misterioy habitan una soledad deforme. (…) EL DIOS AUSENTE La poesía de Juan Ojeda es el vacío de Dios, es la estructura ausente. Y la enajenación de Dios no es porque éste sea distante e inasequible sino peor porque no es habido, porque al regreso de la anhelante búsqueda la respuesta de Juan es que el lugar que ocupaba está vacío, es hueco y yace abandonado. Dios ha huido dejando su creación desamparada: Sobre la tierra una ausencia de dioses". Ha explorado todo, ha sometido todo a un arduo proceso de verificación. Ha destejido y vuelto a tejer verdades antiquísimas y nuevas. -Es bucador infatigable de bases y principios. Pero el resultado es que no hay nada. Todo es pavor, horror y miseria. Habitamos el cadáver de un Dios. El mundo ha devenido así en un páramo, en un espacio inerte y sin sentido. No hay nada que produzca felicidad ni alegría. No hay ninguna razón valedera, porque nada se mantiene en pie: todas las efigies han caído corroídas. (…) TESTIMONIO: UN LIBRO DENTRO DE OTRO LIBRO El rasgo más notable de esta obra es la impresionante percepción que se obtiene respecto al complejo y tormentoso proceso interior de elaboración y expresión que caracterizó a Ojeda en toda su producción y, particularmente, en Arte de navegar, en donde se entremezclan en genial fusión elementos psicológicos, místicos y metafísicos; emociones, razones e intuiciones; ilusiones, pesadillas y furores. Sin embargo, hay un elemento más, cual es la reminiscencia histórica, que se suma a los anteriores en el poemario Elogio de los navegantes, libro autónomo dentro de la obra mavor y que fuera escrito por Juan entre los 19 y 21 años. Elogio de los navegantes, como lo expresara Juan en una entrevista, es el poema introductorio a un ambicioso proyecto de escribir un canto nacional como la Eneida o Los Lusíadas, proyecto que compartimos como producto de nuestras largas caminatas en las playas de Lurín y Chilca. Pensamos hacer juntos el libro y nos pusimos a trabajar en él tomando yo como punto de partida un Acllahuasi incaico derruido, donde moraban, como sombras laceradas y estremecidas, algunas Acllas vejadas que eran testigos de los sucesos pasados, presentes y futuros de nuestro devenir histórico. El tema con el que inicié esos cantos fue el de las guerrillas de la década del sesenta, avizorando el advenimiento de un mundo nuevo, corolario de la revolución socialista. El resultado de ese trabajo, por parte mía, fueron los cantos que después integraron mi poemario Las Actas. En el caso de Juan, el libro que escribiera es Elogio de los navegantes, que luego presentó al concurso de los Cuadernos Trimestrales de Poesía de Trujillo. A él le atraía indudablemente, por su adhesión al mundo de la navegación, la época colonial del Descubrimiento y la Conquista, de ahí que en el poema Elogio de los navegantes aparezcan imágenes y evocaciones, muy genéricas, de aquellos sucesos históricos, pues se trataba del prólogo del libro que, entre muchos otros aspectos cosmogónicos también se ocuparía de travesías y batallas. Con Elogio de los navegantes Juan inaugura un léxico distinto, propio e intransferible, nunca escuchado en el proceso de la poesía peruana ; donde las palabras son marmóreas y dramáticas, bajo el imperio de la trisílaba, honda y sin compasión. Funesto el mar de eternos elementos, morada del linaje humano: Oscuras cuevas, huesos de marsopa, obstinados helechos crecen Interminables en las ribas Allí el paciente cuervo ha tiempo Malicia la carroña. Estos son nuestros dominios: los pedruscos Resecos, las raíces podridas y la tierra estéril. (…) DESTINO DE POETA (…) Impertérrito, sin dar ninguna explicación, levanta la arquitectura de su obra sin permitirse una digresión, una debilidad de postura, un gesto de cansancio, de hastío o de flaqueza. Y nos enseña a asumirla sin ceder posiciones, sin seguir las modas de la época y sin reemplazarla por ningún empleo. Juan nunca se empleó en nada, salvo su consagración a la poesía. Conocía la tradición poética de manera completa y acendrada. Nadie como él para dominar más poesía y filosofia de todas las épocas, espacios y culturas. Para leer agotadoramente en varias lenguas. Y estudiar con igual pasión libros de arte como de ciencias. En ese bagaje, dos poetas peruanos fueron leídos e incorporados plenamente a su universo: César Vallejo y Martín Adán. ¡Cómo no!, frecuentaban nuestra charla Eguren y César Moro. Sin embargo, su poesía se presenta distinta, original y única, sin vínculo alguno ¡en absoluto! con la moda de la época. (…) Poemas como la vida, que contienen todas las preguntas y, como la vida, por ser vida, contiene todas las respuestas a todos los interrogantes. Poemas sombríos, espeluznantes, bajo el designio de algo que no nos corresponde cuestionar, ni siquiera preguntar; pero inevitables en el sentido que siquiera uno en el mundo tenía que formularlos y obtener respuestas, aunque sucumbiera ante ellas. Poesía del alma, que ingresa al mundo íntimo y esencial de la condición singular que tiene el Hombre, donde hay un paisaje de fondo muy adusto y lato: unas ribas, una arcada, una fuente, una edificación muy antigua y el mar insomne. Su lenguaje y su talante son oceánicos, insondables y en vigilia constante. Poesía de vocablos densos, con herrumbre de siglos, como de arrancadas y destejidas lonas de mástiles expuestos al misterio, con el lenguaje del mar ciego y piadoso, que tiene el ritmo del oleaje golpeando las rocas y muriendo en playas ignotas pensándose y amándose a sí mismo. Al leer los poemas de Juan formulémonos una pregunta sencilla: ¿Hay, en todo el contexto de la poesía peruana actual, poesía de la calidad, de la magnitud, de la profundidad y de la estatura de la poesía de Juan? Entonces, ¿por qué el rezagamiento, la marginalidad, el anquilosamiento en que se le tuvo y se le tiene? ITINERARIO DE UNA LOCURA (…) Hay poemas que dan círculos, que son concéntricos, repetitivos, pavorosos por el mareo, la oquedad y la sensación de caída que producen. Lo que de allí se recoge es sensorialmente el apabullamiento y el absurdo. El libro, en cierto momento, es el propio infierno de Juan. La tierra monda, arrasada y yerma que él tanto invocara. ¡Y atrozmente quieta! ¡En el hastío! El paisaje de ruinas, neblinoso y desértico, con la sequedad donde la respiración es dura y agitada. Polvo derruido, síntesis de ruinas; estableciendo la relación con el inar que lo obsede, de esta manera: Ouien se ahoga en un océano si despierta en un desierto". (Marcus, en el "Osario marítimo) Juan va nombrando los asuntos con indolencia y desidia, como si ya nada le importara. Dice en "Portrait of a Blind Poet": En el lucro de la umbría venático río de oro.- Nave sin ojos, oh Noche, diamante signado al origen — Ebrios labios de pórfido en una estatua inútil, Crecer fardos de liquen plateado: bruma insigne. Ydel reposo que, tremante, calcina al abismo— Inerte fuego, los designios— canta el polvo hirsuto. (…) El libro mismo, en su proceso como escritura, es la quiebra de sentido, es el absurdo y el caos, en donde el lenguaje deja de tener cuerpo orgánico y se torna delirio; deja lo que salva y redime y quizá como en la mente de Juan sólo se vuelve conflagración y abismo de las cosas, de los seres, y al final el vacío. En él se confronta al lector con la atroz ruptura, con el mundo cayendo en la aberración y la quimera. Arte de navegar es, también, el itinerario de una locura, siempre con majestad y tragicismo, como la de Friedrich Nietzsche, y también con vehemencia y conmiseración, como la de Vincent Van Gogh. HACIA LOS MONTES FÉRTILES (…) Y así como Juan era candoroso en el amor pues le hacía vibrar el amor núbil, ingenuo y virginal, así creo que son las olas de la esperanza que él avizora como rasgo final de su obra memorable, hecho que se grafica en el orden que ocupa en la obra el poema Elogio de la Infancia. En esto Ojeda quiso seguir la pauta del Dante, quien inicia la Divina Comedia con el Infierno y concluye con la redención y la aspiración de una vita nuova, que en el caso de Juan es representada por la infancia de una nueva humanidad. ¡Oh infancia de futuros siglos, ya se escucha la humana muchedumbre, se insinúan los tiempos de un orden nuevo! * Danilo Sánchez Lihón nació en Santiago de Chuco (La Libertad), 1944. Es co-fundador de la revista "Piélago). Ha editado "Las Actas" (1969) y "Scorpius" (1971). Su tercer poemario "Elegías de la Matriz" permanece inédito. Realizó estudios en la Universidad de San Marcos. Dirige la Colección de Poesía "Gárgola" y ha publicado un valíoso ensayo: "El Libro y la Lectura en el Perú" (1978). galería
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2 10 2020