Jueves 18 | April de 2024
Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Teatro
3 3 2005
Leyenda celeste (fragmento de drama en dos actos) por Carlos Meneses
Personajes en orden de aparición: Mujer, presentadora, derrochando simpatía. Joven, de figura agradable. Hombre, de más de una treintena de años. Dando la misma sensación de simpatía que su pareja. Celeste, una mujer cuya edad oscila entre los 23 y 29 años. Teresa, bailarina como la anterior, unos dos o tres años mayor. Pato, un zambo o mulato corpulento cercano a los cuarenta años, siempre mal vestido y de aspecto descuidado. Roberto, marido de Celeste, un hombre de unos 30 años, huidizo y pusilánime. Guillermo, igual edad que el anterior. Bastante seguro, sobrio, destaca por encima de los demás por su clara visión de lo que le rodea. Juana, madre de Celeste, mujer de edad próxima a los sesenta años, vestida de negro y con aspecto fúnebre pero capaz de rápidos cambios de humor. Braulio, hombre de algo más sesenta años, muy acicalado y que denota más que seguridad dureza en su comportamiento. Otros personajes menores. PRIMER ACTO Antes de que se levante el telon aparecerán dos personajes (Hombre y Mujer) que son los presentadores. Ambos visten de negro como para acudir a una fiesta. MUJER . – Todas las historias pueden ser interesantes y lo que verán cuando se levante el telón será una historia con evidentes momentos de interés. HOMBRE .— Que ya es mucho. Pero como mi compañera ha dicho antes, las historias pueden ser interesantes, depende de cómo se cuenten. MUJER .— Ustedes juzgarán si la historia es buena o mala, si ha sido bien contada o todo lo contrario. HOMBRE .— y dicho lo que han oído lo único que queda es pedir que se eleve el telón y, por supuesto, que ustedes disfruten de la historia. Los presentadores se retiran y el telón se levanta. Cámara gris. En el escenario un confesionario, un diván, un escritorio y una mesa estrecha con una máquina de escribir. Otros efectos : un quepis o casco de policía; una enorme pluma de escribir; una sotana y una bata de médico. También un asta de bandera puesta de pie. La zona del fondo (también puede ser la de un costado del escenario) queda a oscuras y sólo se ilumina en determinados momentos, en ella hay un tocador con espejo rodeado de lucecitas de colores, una mesa redonda de un cabaret, un sofá normal de una casa cualquiera, y otros muebles y objetos que se irán indicando de acuerdo al transcurrir de la obra. (En determinados momentos algunos personajes pasarán de la zona iluminada, que se apagará cuando ellos la abandonen, a la zona oscura que se iluminará cuando ellos entren en ella.) Antes de levantarse el telón aparecerán una mujer y un hombre ambos vestidos de negro como para asistir a una fiesta. Son los presentadores de lo que vendrá luego, y quienes también reaparecerán en escenas posteriores y sobre todo en las escenas finales de la obra. MUJER .— Señoras y señores, como la vida es una farsa hay que recubrirla de humor. HOMBRE .— Pero como en todo no conviene exagerar. Todo exceso es un error. MUJER .— Ya se sabe en medio de la sonrisa surge una lágrima y en pleno llanto puede brotar una carcajada. HOMBRE .— El triunfo no nos pertenece sólo nos queda la derrota que es el morir. MUJER .— No hay que creer nunca en las historias que sólo sirven para hacer reír porque la vida no es así. HOMBRE .— Hay que rechazar siempre los cuentos enteramente tristes porque la vida es mentira que sea una sucesión de lágrimas y lamentos. MUJER .— Pero podría serlo. Hay quienes así lo afirman. HOMBRE .— Aquí les presentamos gente hecha en un molde normal, gente de todos los días, que ríe y llora, que aplaude y maldice, que sueña y se decepciona. MUJER .— Y ellos aseguran que no se trata sólo de contar una historia, que lo que pretenden es dar una pequeña lección. HOMBRE .— A lo mejor aciertan. Ustedes juzgarán. Ambos hacen mustis tras cumplidas venias. En cuanto desaparecen se levanta el telón. (Una mujer de alrededor treinta años está extendida en el diván. Se supone que habla con el psiquiatra a quien no se ve. Solamente su bata blanca de médico se iza en un mástil como demostración de que la escena se realiza en la consulta de un psiquiatra). CELESTE .— No, ahora no quiero recordar la noche del cine Excelsior, doctor. Tampoco las discusiones con mamá o mis escapadas nocturnas. Usted considera que es muy importante tocar esos temas pero dejémoslos para más adelante. Me siento muy cómoda en este diván, es muy confortable, aunque levantando un poco las piernas me sentiría mejor es mi postura favorita. Mire, doctor, prefiero empezar por el cabaret, es algo muy importante en mi vida y lo recuerdo con gran claridad. Ahora mismo cierro los ojos y lo estoy viendo. (Se oye música ligera, afrocubana) Sabe que ese lugar es muy importante en mi vida. Años después de dejar ese trabajo volví para visitar a mis amigas, ¡qué decepción! Mi memoria me mostraba siempre un lugar enorme, elegante, muy bien iluminado, y me encontré con una sala estrecha, oscura, con una barra diminuta a un costado y con apenas unas doce mesas. ¿Cómo nos metíamos nosotras entre las sillas, los clientes, las mesas? Me pareció imposible y sin embargo lo hicimos montones de noches. Recorríamos la habitación bailando, pisando pies, resobándonos con la gente, dando empellones y recibiendo toda clase de toques de manos desconocidas. Comparado ese cabaretucho con los nigth club que conocí después daba pena, como para ponerse a llorar a gritos. Y ya no hagamos comparaciones con “El Cisne”, la boite que yo abrí. Hasta me dio vergüenza recordar que yo había trabajado tanto tiempo en ese sitio y que encima llevaba un nombre horroroso : “La bomba”. Quedaba en Santa Beatriz. Un barro medio residencial donde estaba antes el hipódromo. (Ha cambiado de postura sentándose en el diván) UNA VOZ EN OFF.— (Sólo dice y en tono moderado) No se mueva. CELESTE .— (vuelve a recostarse en el diván) Pero a “La bomba” sólo iba gente de medio pelo. Yo era casi una niña cuando me contrataron, doctor, y la noche del debut estuve tan nerviosa que casi me caigo me sujetó a tiempo otra chica que se convirtió en mi mejor amiga, la llamaban Sonia, pero ese no era su verdadero nombre, el suyo era Teresa. A mí no me cambiaron el nombre. Al empresario le gustó y me lo dejó (La música siempre afrocubana va pasando de rumba a mambo, a guaracha, merengue, calipso etc,) El señor Calixto era un fresco, para saludar en vez de dar la mano daba una palmadita ahí detrás. Yo me ofendí la primera vez. Teresa me aconsejó que tuviera paciencia. Ella siempre me daba buenos consejos. Se ilumina por un momento la zona oscura y se oscurece la del diván. Se ve una mujer vestida como una bailarina de cabaret. Se oyen los compases de una rumba cubana. TERESA .— No te molestes, Celeste, el señor Calixto es así, muy campechano. Pero no es mala gente. Ha ayudado a muchas chicas (lleva el compás de la música mientras habla pero sin moverse del sitio que pisa). A la Jessica le consiguió un buen alojamiento, que luego se aprovechó, (se levanta de hombros) la vida es eso, pues, hija. Nadie hace nada gratis. A la Nancy le arregló su problema con el banco. Tiene cosas de buena gente. Ya lo verás. Se vuelve a apagar la luz de la zona donde estaba Teresa y se ilumina la del diván. CELESTE .— Poco a poco me fui acostumbrando a esa forma de saludar de don Calixto. Lo malo es que si no se le frenaba a tiempo la mano quedaba olvidada en las posaderas de todas nosotras, las del coro, porque a las vedettes no se atrevía a tocarlas. (pausa en la que ella levanta algo las piernas y se remueve en el diván) De eso han pasado diez años, doctor. En esos tiempos soñaba con un novio rico (cambia la música, se escucha muy bajo la marcha nupcial de Mendelhson) que pagase todos mis caprichos. Les tenía envidia a las estrellas, a la Mara, a la Betty, a la Anacaona. A ellas les llegaban flores mandadas por sus admiradores. Me daba rabia y le decía a Teresa : Quisiera un novio pintón como Clark Gable y con mucha plata para que me regale flores, joyas, vestidos. Que me lleve de viaje por todo el mundo, sobre todo a Buenos Aires para conocer a Libertad Lamarque, a Hugo del Carril, a Sandrini. Ya había muerto Carlitos Gardel, yo era chiquita cuando se cayó el avión en que viajaba. También ir a New York,. Pero lo que me atraía no eran los rascacielos si no poder conocer a Clark Gable, a Errol Flynn a Gary Cooper.¡Qué churrascos!, como dicen los argentinos. Aunque después supe que esos actores siempre estaban en Hollywood y que éste sitio quedaba lejazos de Nueva York. Se apaga por un momento la luz y al volver se verá que ha desaparecido la bata de médico y en su lugar se ha izado una pluma de tamaño suficientemente grande como para que se vea con claridad. (Un hombre— Pato —, está sentado de perfil al publico en una esquina umbría. Se ve sólo la sombra del otro hombre que es quien escribe en la máquina y se sabe que fuma por humo del cigarrillo) PATO .— Claro que conocí y muy bien a Zaspárez, era mi jefe y estuve a sus órdenes varios años. Por supuesto que conocí a esa muchacha que dice usted. ¡Cómo no la iba a conocer si yo fui quien se la trajo al viejo! Mire, déjeme que sea yo quien ordene mis recuerdos. No me hago de rogar, lo que pasa es que hay cosas que no voy a decir. Yo soy hombre de principios, ¿sabe?. Pueden haberle hablado mal de mí, siempre hay basura suelta. Además trabajaba para el hombre más temido y más odiado del país. Pero yo siempre fui muy derecho— Yo sabía que a Zaspárez siempre tenía que obedecerle y al pie de la letra. Si me portaba bien con él hacía la vista gorda de algunas de las cosas en las que yo me metía. No me pregunte qué cosas, eso no lo voy a contar nunca. No eran chanchullos, sólo cachuelitos, porque el sueldo no era una maravilla y había que ayudarse, pues. Usted debe saber eso, porque a los periodistas tampoco les llenan los bolsillos cada fin de mes. Se han apagado las luces de la zona donde estaba el pato y se encienden las de la otra zona. (Un hombre fornido en mangas de camisa parece estar dando órdenes a otros que se supone se llevan muebles hacia la calle. El hombre que habla como rugiendo a veces esta de espaldas, otras de frente o de perfil. Se supone que hay una puerta, que no se ve, por donde se van llevando los muebles hacia afuera) HOMBRE EN CAMISA .— ¡Vamos, carajo, más rápido! En cinco minutos no debe quedar ni una astilla en esta habitación. Todo al camión y del camión directo a la dirección que ha dado el Pato. ¡Entendido! (pausa) No preguntar nada, se meten los muebles en la dirección que les he dado y sanseacabó. El Pato ya verá lo que hace con todo esto y con todo lo que tiene depositado desde hace tiempo en ese sitio. La penumbra cubre la zona donde se transportaba muebles y vuelve a iluminar la figura del Pato y la del periodista al que no se vé pero que escribe a máquina y fuma. PATO .— De acuerdo, yo acepté esta entrevista con usted por cuarenta libras, poca cosa, pero los tiempos son malos por eso le dije sí. Desde que Zaspárez dejó el ministerio todo se me ha puesto cuesta arriba. Ahora hay nuevos jefes, piensan de otra manera, tienen su gente de confianza. Y como yo he sido mano derecha de Zaspárez, me creen soplón, traidor, falso, si me lo han dicho a la cara y yo no les rompo el hocico porque sería peor. Mire, le voy a ser sincero, yo no soy del cuerpo pero con Zaspárez era como si lo fuera. El me llevó al ministerio, me dio misiones muy difíciles y yo cumplí. Eso sí, le fui leal hasta el último minuto,. Por eso cuando se fue vinieron contra mí. Me botaron como a un perro. ¡No hay derecho a eso, hombre! Como si yo hubiese sido el causante de todo lo malo que dicen que hizo el General. Vuelve a producirse el apagón en la parte donde conversaba el pato con el periodista y se ilumina la otra zona. (…)
acerca del autor

Carlos Meneses, nació en Lima. Estudió Letras en la Universidad de San Marcos. En Europa desde 1961, se instaló en Mallorca en l964. Periodista de profesión y escritor. En 1958, obtuvo el premio Nacional de Teatro del Perú con "La Noticia". Obtuvo 3 accesit en concursos de cuentos. Publicó cuatro novelas: “La muchacha del bello tigre” (Gijón, 1983), “Bobby estuvo aquí” (México, 1990), “El amor según Toribia Ilusión” (Barcelona, 1994), “Huachos rojos” (Lima, 1996) y “A quién le importa el prójimo” (México, 2000). Ha escrito muchos libros de investigación sobre la vida y la obra de Vallejo, Borges, Asturias, J. Guillén y Rubén Darío. Su novela "Edén moderno" obtuvo en 2004 el Premio de Narrativa Vicente Blasco Ibáñez-Ciudad de Valencia. Su libro de cuentos "Lo que puede un pianista" recibió en 2005 el Premio Ciudad de Peñíscola de cuentos.