Homenaje
12 2 2004
“Diez Instantáneas de Julio Cortázar” por Guillermo Schavelzon
La foto de Cortázar sentado en el piso de su última casa, cámara en mano, conversando con su gato que quedó del lado de afuera de la ventana, expresa con creces toda la calidez y la ternura que caracterizaba a Cortázar. Se requerirían muchas páginas para trasmitir lo que esta imagen fotográfica logra en un instante. Basta mirar su expresión transparente, cálida, afectuosa. La actitud de un señor mayor, escritor famoso, capaz de sentarse en el suelo con desparpajo para jugar un rato. Jugar con la fotógrafa, con el gato, con su propia cámara en la mano. El gato también juega: le habla, le dice que quiere entrar, y sabe que no lo dejará afuera. No es una foto posada, es una instantánea. Fue to mada por la holandesa Manja Oferhaus, amiga de Cortázar y fotógrafa aficionada. Esta imagen no es algo excepcional. Así era Julio Cortázar siempre. Como una fotografía instantánea.
"...el placer de revolcarme en el pasto con Teodoro, que es una actividad que los dos valoramos por encima de casi cualquier cosa." [J.C. en La vuelta al día en ochenta mundos.]
Año 1979. Julio Cortázar llega a México para presentar —por primera vez— la edición local de sus obras. En la plaza central de Coyoacán, un antiguo barrio colonial del sur de la ciudad, habíamos organizado una lectura de textos al aire libre. La respuesta a la convocatoria fue espectacular: una manzana llena de gente joven para escucharlo, para que les firme los libros, para conocer al héroe literario de los jóvenes de los años 70. Jamás habíamos imaginado que tantos mexicanos conocieran a Cortázar, y que quisieran escucharlo. Una multitud al aire libre produce un efecto especial; se crea un clima algo mágico, donde la emoción se confunde con el homenaje. Pero fue el segundo acto público el más espectacular, verdaderamente apoteósico. Se trataba de otra lectura de textos que Cortázar haría en el auditorio Che Guevara de la Universidad Autónoma de México. Cinco mil personas se apretujaban desde tres horas antes en una sala que parecía reventar. Cortázar tuvo que entrar por una puerta trasera, desde la que se llegaba al escenario. Subió unos escalones, una mano amiga corrió una cortina, y de golpe ya estaba en el escenario. Hubo un instante, unos pocos segundos de desconcierto y silencio. Nadie esperaba que, sin ningún anuncio previo, sin juegos de luces ni locución, Cortázar apareciera de pie en el medio del escenario. Pasado ese instante, el auditorio entero estalló en aplausos. Más que aplausos aquello fue una verdadera ovación. Cerrada, fuerte, estruendosa. La de cinco mil personas en forma simultánea. No podría decir cuánto duró, pero fueron varios minutos. La gente no podía dejar de aplaudir, y Cortázar, los ojos húmedos, desconcertado, sin saber qué hacer, comenzó él también a aplaudir al público que lo ovacionaba. Sus editores, los organizadores del acto, las autoridades de la universidad, el público y el mismo Cortázar, todos callábamos paralizados por la emoción. Nadie podía decir nada. Jamás habíamos imaginado algo así. Era Julio Cortázar en el auditorio Che Guevara. El nombre de los dos argentinos con mayor capacidad de convocatoria entre los universitarios mexicanos.
Carol Dunlop, la mujer de Cortázar, buscaba por toda la casa una banqueta, un par de sillas, unos almohadones, algo que le permitiera agregar un suplemento a los pies del sofá-cama en que ella y Julio dormirían esa noche en mi casa mexicana. Esa era la mayor complicación cada vez que salían de viaje: encontrar una cama lo suficientemente larga como para que a Julio no le quedaran los pies afuera del colchón.
Instrucciones para comer un huevo frito. Una vez, en el Café Bonaparte, abajo del edificio en que –se dice— que vivió Sartre, frente a la librería Le Divan (que hoy no existe más) y en diagonal con Saint Germain des Prés, Julio me contó sus dudas sobre cómo comer un huevo frito, en una conversación digna de sus mejores libros misceláneos. Era invierno y hacía frío. Julio llevaba un horrible pasamontañas sobre la cabeza, con ese desparpajo con que la gente se puede vestir en cualquier ciudad del mundo que no sea Buenos Aires. El había pedido un Croque Monsieur, un tradicional sandwich francés que trae un huevo frito arriba. "Siempre se me enfría mientras decido cómo empezar. Si lo corto con cuchillo y tenedor, la yema se desparrama por el plato, el sandwich queda todo pegajoso, y el sabor del huevo se diluye entre el del queso y el jamón. Si mojo un pancito con la mano, lo disfruto mucho más, pero después me tengo que comer el sandwich sin huevo, que es lo que más me gusta del Croque Monsieur". Dicho esto se decidió por el cuchillo y tenedor, mientras yo retenía la explicación para anotarla poco después. Y con todo pudor, le tomé una foto. Se ve a Julio comiendo el huevo frito. La foto es muy mala, pero la tengo guardada.
Quien vaya de vacaciones a los "Bungalows La Urraca", en Zihuatanejo, una playa sobre el Pacífico mexicano, podrá ver una placa azul de cerámica que dice "Aquí vivió y escribió Julio Cortázar. Verano de 1980". Durante dos meses Julio y Carol Dunlop pasaron sus vacaciones leyendo y escribiendo, y fue allí, en varios atardeceres prolongados por gin-tonics, donde iniciamos una serie de conversaciones (en realidad se trataba de que hablara él), sobre tres temas previamente acordados: la presencia de la música en su obra, la experiencia del exilio, y su relación con Cuba y la revolución. Una parte de una de esas charlas (grabadas con fondo de mar), se publicó en el suplemento cultural del diario Clarín de Buenos Aires. Zihuatanejo es una playa que conservaba un estilo tranquilo, rústico y poco sofisticado. Por eso lo eligieron Julio y Carol para sus vacaciones. Los días previos a la llegada fueron algo tensos, no muy agradables. García Márquez se había enterado que Cortázar pasaría las vacaciones en México, y de inmediato me llamó para decirme que había que Julio sería nombrado "huésped oficial" del gobierno de México. Le ofrecían un hotel de cinco estrellas en la playa, coche con chofer, y todo a cargo del gobierno. La influencia y la generosidad de García Márquez con sus amigos eran proverbiables, pero Julio me pidió que con la mayor amabilidad dijera que deseaba vacaciones sencillas y privadas, y siendo el costo de los bungalows bastante moderado, prefería hacerse cargo por su cuenta. Frente al mar cálido, transparente y siempre inmóvil de la Bahía de Zihuanatejo, Cortázar escribía sentado en la veranda de su bungalow, en pantalón corto y con el pecho descubierto. Se calzaba unos anteojos enormes, y se lo veía con dos largos dedos escribiendo con una Lettera 22 durante toda la mañana. La tarde —después de la siesta— era para leer en la playa bajo un techo de paja. Al bajar el sol, llegaba el momento del gin tonic, y de sentarse a conversar.
Uno de esos atardeceres, hablando de cómo había comenzado su afición por la música, me contó un recuerdo de cuando tenía cinco o seis años de edad. Vivían en Mendoza, y su padre llevó a casa un invento reciente: una radio a galena. Con una punta de metal había que ir tocando sobre una piedra, buscando hasta sintonizar la única trasmisora de radio que existía. Esa radio de galena era el primer y primitivo receptor de ondas radiofónicas. De niño, Julio pasaba horas enteras jugando con ella y escuchando música. Unos años después, la madre, que era una apasionada melómana y lectora (lo siguió siendo hasta la vejez), comenzó a hacerle escuchar, en una vitrola a cuerda, discos de ópera. Décadas más tarde, ella misma me contó que hacía eso para distraerlo, porque desde los cuatro años, cuando aprendió a leer, Julito pasaba la mayor parte del día encerrado con sus libros. Cuando la madre salía, la tía en lugar de ópera le hacía escuchar tangos, y cuenta Cortázar que desde entonces le quedó el gusto por esa extraña combinación de géneros que amaba: la ópera, el tango y el jazz. Hace poco, encontré estas declaraciones a la Paris Review: "...yo crecí en una atmósfera de tangos. Los escuchábamos por radio, porque la radio empezó cuando yo era chico, y después fue un tango tras otro. Había gente en mi familia, mi madre y una tía, que tocaba tangos al piano y los cantaba... El tango se convirtió en parte de mi conciencia y es la música que siempre me devuelve a mi juventud y a Buenos Aires". Sin embargo Cortázar tenía su opinión: "creo que el tango en general, y especialmente si se lo compara con el jazz, es una música muy pobre. Es pobre pero es bella".
"Una noche en que Lester [Young] llenaba de humo y lluvia la melodía de Three Little Words, sentí más que nunca lo que hace a los grandes del jazz, esa invención que sigue siendo fiel al tema que combate y transforma e irisa. ¿Quién olvidará jamás la entrada imperial de Charlie Parker en Lady, be good?". [J.C. en La vuelta al día en ochenta mundos.] El jazz le gustaba —decía Cortázar— porque era como su escritura: se comienza a tocar sin saber nunca cómo va a seguir, ni con qué se va a terminar. "A veces sale bien, a veces no. Lo mismo me ocurre a mí al escribir".
Sentado en un pasillo del Hospital Saint Louis, Julio Cortázar hacía guardia en la puerta de la habitación donde estaba internada su mujer, Carol Dunlop. Una deficiencia inmunológica la tenía aislada en una "burbuja" aséptica, con un diagnóstico poco claro y un pronóstico peor. "Hace un año ella me salvó de la muerte a mí" —me escribió en esos días desde el hospital, haciendo referencia a una hemorragia gástrica que él había tenido. "Ahora la voy a salvar yo". La aseveración me dio miedo. Él mismo estaba enfermo, aunque Carol se lo ocultaba. Conociendo a Julio, yo estaba seguro que había leído los resultados de sus propios análisis, y sabía cuál era el diagnóstico; me lo imaginaba en la biblioteca de cualquier hospital de Paris leyendo sobre su enfermedad. Si fingía no saberlo, probablemente era para darle el gusto a Carol, que ocultándole la verdad creía cuidarlo y protegerlo. Curioso entrecruzamiento ese, de enfermedades y protecciones mutuas, que terminó tan mal para los dos. Un tiempo después Carol, que parecía tan sana con sus cuarenta recién cumplidos, estaba internada y al borde de la muerte. Los problemas inmunológicos son complicados, hubo diversos intentos de cura, trasplantes, pero fue inevitable que un virus suelto, uno de cualquier cosa (gripe, algo así), la atacara y su organismo no lo pudiera combatir. Con la muerte de Carol, Julio se desbarrancó. Deprimido, triste, solo, se descuidó, comenzó a adelgazar, y su enfermedad avanzó. Pese a los esfuerzos que hizo Aurora Bernárdez, que al verlo en ese estado se instaló con él en su casa, cuidándolo durante varios meses, Julio empeoró. "Por mi letra te darás cuenta de mi estado de ánimo. Llámame, por favor", me escribió en una breve nota manuscrita, enviada poco tiempo antes de morir, y que yo recibí en México unos días después de su muerte. Desde entonces estuve convencido que Julio Cortázar murió de tristeza. Está enterrado junto a Carol, en el cementerio de Montparnasse. Las veces que lo fui a visitar, vi sobre su tumba papelitos con mensajes que le deja la gente, algunas flores, y de vez en cuando una bolsita de la frutería que le lleva algún amigo, que sabe cuánto le gustaban las cerezas a Cortázar.
"Y así termino de bajar el sendero tarareando una canción criolla que cantaban Gardel y Razzano y que de niño me llenaba de una tristeza sin nombre: Ya mis perros se murieron y mi rancho quedó solo. Falta que me muera yo para que se acabe todo." [J.C., "Uno de tantos días en Saignon", Último Round.)
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acerca del autor
Guillermo Schavelzon nació en Buenos Aires hace 58 años, es un agente literario con oficinas en Buenos Aires y en Barcelona, que representa escritores latinoamericanos como Ángeles Mastretta, Marcela Serrano, Laura Esquivel, Ernesto Sabato, Mario Benedetti, Jorge Castañeda, Tomás Eloy Martínez y Olga Wornat, entre otros. También a Paul Auster para la lengua castellana. Durante 35 años ha sido editor y director de Alfaguara y Ediciones El País en Madrid, el grupo Planeta en Buenos Aires, y editorial Nueva Imagen en México, donde residió diez años. Fundó y dirigió hasta 1986 Cepromex, Centro de Promoción del libro Mexicano en el exterior del país. Escribe sobre temas profesionales de la edición en periódicos y revistas de varios países.
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2 10 2020