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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Literatura
2 1 2020
Rubén López Rodrigué: “otras estéticas que me atraen son el cine, la pintura y la música”

¿Qué fascinación tienen para usted y cómo intervienen o no en su escritura otras estéticas? ¿Cuál, cuáles y por qué, en qué dimensión, en qué sentido?
Otras estéticas que me atraen son el cine, la pintura y la música. Estos son temas sobre todo para mis ensayos. Desde niño he sido un cinéfilo. El cine nos ayuda a recordar y a revivir el asombro. Lo poético de las imágenes y diálogos, si despiertan el temor y la piedad, nos puede ocasionar una catarsis o descarga emocional, nos permite entrar en contacto con los deseos más reprimidos y las pulsiones más prohibidas. La pintura analiza y muestra la realidad, no como una reflexión sobre lo que ven los ojos, sino como una exploración de lo que sabe nuestra memoria. Esa huella que deja el pintor por su experiencia de la realidad nos enfrenta con los contenidos de la propia conciencia. Y la música compensa las frustraciones y decepciones de la realidad. Siempre he pensado que la música nos salva de la locura; pero no solo ella, el arte en general.

¿En qué orden o caos le da poder a sus sentidos para percibir la realidad y extraer de ella los elementos que necesita para sus relatos?
Estimo que entre más sentidos entren en la escritura, mayores serán sus alcances. Trato que todas las formas de la percepción expresen con naturalidad el color, el sabor y la música de lo que desean. Uno debe tener en cuenta que el ser humano tiene cinco sentidos.
Sin embargo para mí hay un sentido que prima sobre todos los demás: la visión. Goethe decía  que «El órgano con que yo he comprendido el mundo es el ojo». Es con los ojos muy abiertos, y el ánimo suspenso, que me convenzo de la realidad de una cosa. Solo cuando mi mirada tropieza con un fenómeno es que me doy cuenta de la realidad. Hay que abrir los ojos y ver el mundo exterior tal como es y no como uno quisiera que fuera. Lo ideal es mirarlo con ojos nuevos y asombrados, como los de un niño que descubre su mundo.
Un libro de Werner Heisenberg, titulado La imagen de la naturaleza en la física actual, nos enseña que la realidad es, tal vez, muy distinta de la que perciben nuestros sentidos. La noción de «cuerpo independiente» fue refutada por la física cuántica, que se ocupa del mundo subatómico, de las partículas elementales. Si entro a un teatro puedo ver cien personas sentadas, las sillas, las cortinas, el telón. Pero si me pongo unas gafas especiales que me permitan ver la realidad subatómica del lugar, solo percibo electrones, protones y neutrones girando o danzando. Esto quiere decir que no existen límites entre los cuerpos y los objetos.
Pero ¡atención! que no basta con abrir los ojos como si la percepción dependiera solo de un sentido orgánico, como si percibir fuera suficiente para revelar la naturaleza de un fenómeno. Se requiere de un lenguaje para ver desde él. Aquí hablo de los ojos del alma.

¿Cómo y desde donde involucran en su obra la dimensiones de la naturaleza, las sensaciones del inconsciente y el carácter o inclinación hacia un erotismo velado o no?
En el fondo me siento como un adorador de la belleza: en la naturaleza, en ciertas mujeres, en la arquitectura, en escritos literarios, en obras de arte, especialmente en la pintura: un Rembrandt, un Van Gogh, un Renoir. Admiro esa belleza que brota, espontánea y plena, en poetas y escritores como Flaubert que siempre la persiguió con ferocidad, por ejemplo en una obra como Madame Bovary. La finalidad del arte es, ante todo, producir lo bello; por eso lo amo.
En cuanto al inconciente, más que decir que la persona actúa, diría que es actuada por el inconciente. Como el mundo inconciente es impronunciable al lenguaje y la comprensión, entonces hay que simbolizarlo. Parto de que Freud se propuso demostrar que el hombre es un ser irracional gobernado por su propio inconciente. En esta esfera psíquica le otorga un lugar privilegiado a Tánatos, la pulsión de muerte, que se mezcla con el Eros o la pulsión de vida. En este sentido el erotismo aparece velado en mi obra, no me gusta expresarlo abiertamente.
Kafka decía que «Escribir es una actividad funesta, es abandonarse a las fuerzas sombrías, descender hacia las regiones subterráneas». Con lo de fuerzas sombrías y  regiones subterráneas seguramente se refería al inconciente; aunque para mí el escribir no es una actividad funesta, al contrario, es placentera. En «Borges y yo», el escritor argentino dijo que él era dos Borges. El otro yo del que habla es el inconciente y este poema corrobora que uno es vivido por el inconciente, por ese otro yo bárbaro, salvaje, que está reprimido en lo más recóndito de nuestro ser.

¿Podría decirnos cómo transcure una noche en su vida y cómo realiza este trayecto hacia su obra, como la mueve y la llena, la expande o cierra?
Durante muchos años sentía cierta fobia por la noche puesto que la asociaba con la soledad. En buena medida he superado esa fobia, sin tener que acudir a la bohemia como antes. ¿Cómo? Antes que todo reconciliándome con la soledad como condición para la creación; además mirando y respondiendo correos por Internet, leyendo literatura y en ocasiones viendo películas de cine arte. Casi nunca veo televisión y aunque me gusta bastante la música no la disfruto en la noche. Además porque comprendí por el budismo zen que la noche es inseparable del día, que hay que superar esa clase de dualismos al estilo del ser y no ser. La realidad es que somos y no somos a la vez. Algunas veces estas actividades nocturnas arrojan luz sobre alguna idea de un texto que tengo en mente o en proceso, entonces la escribo de inmediato.
    
Para el poeta gottfried benn, las palabras son el falo del espíritu: ¿para usted qué son las palabras, qué halla o no en ellas y cómo se comunica entre ellas?
Las historias están hechas de las palabras que las cuentan. Se escribe a la luz de las palabras. Las palabras son las herramientas con que trabaja el escritor, por eso debe conocerlas muy bien, mantener su DRAE a la mano; es algo parecido al caso del pintor, que antes de lanzarse a la gran aventura de la creación debe conocer el dibujo, la perspectiva, el manejo de los colores y otras técnicas.
Para mí no es nada fácil mostrarme inventivo con las palabras. Me agarro a puño con ellas, como decía García Márquez. Trato de evitar los términos descoloridos y estáticos, el demasiado florilegio para expresar algo, la mera palabrería. Para hacerse entender mejor hay que expresarse con mayor claridad y precisión. No uso palabras superfluas y tacho todo lo que no está relacionado con la idea fundamental de una frase o un período.
La literatura se hace con palabras y no con ideas, pero al tiempo sabemos que las palabras están muertas en el diccionario. De manera que hay que sacarlas del mausoleo del diccionario, darles vida y echarlas a andar. Pienso que hay que usar la palabra precisa, pero sin estar cargada en exceso de emociones, sin un lenguaje seudopoético, buscando así comprometer el sentido artístico del lector. Tengo muy en cuenta la ley de economía del lenguaje para decir exactamente, con palabras apropiadas, lo que quiero que digan. En síntesis, me gusta el lenguaje accesible, sencillo, sin presunción, pero que trasmita con gracia verbal mis propias vivencias.

En todo lector, o en la mayoría de los lectores, se va haciendo consciente o inconscientemente una biblioteca: ¿Cómo es su biblioteca o considera que ella no le es necesaria ya en  su vida?
A diferencia de escritores que evocan que sus padres tenían en la casa una inmensa biblioteca que casi los rodeaba, en mi hogar paterno no había un solo libro, excepto los que pedían en la escuela y fue en ellos donde hice mis primeras lecturas. Por fortuna tuve en el tío Neftalí una figura de identificación puesto que era buen lector, un inventor de narraciones orales que parecían ciencia-ficción, como viajes al espacio y al interior del cuerpo humano.
En esta época del Internet para mí sigue siendo vital, fundamental, la biblioteca. Es un sistema viviente comparable con un río o un bosque, donde incluso uno puede hablar con autores que ya murieron. Siento mucha lástima de aquellos que, por necesidad o por alguna otra razón, comienzan a vender sus libros pues casi siempre terminan arrepintiéndose. Para mí los libros son sagrados. No salgo de ellos por muchas necesidades que tenga. Incluso conservo libros de estudio de la época del bachillerato. Mi biblioteca se compone de unos tres mil volúmenes, soy conciente que todavía no es la ideal. Además nada ganamos con tener una biblioteca si no la leemos y, sobre todo, asimilamos.
No voy a venir con el cuento, ya muy trillado, de lo que decía Borges de la biblioteca. Pero sí puedo decir que fuera de nuestros cuerpos aprendimos a acumular grandes cantidades de información, inventando una memoria comunal, el almacén de una memoria que no está almacenada en nuestra mente ni en nuestros genes. Hay un dato interesante y es que en el antiguo Egipto a las bibliotecas se les denominaba «el tesoro de los remedios del alma», porque en ellas las gentes se curaban de la más peligrosa de todas las enfermedades y el origen de todas las demás: la ignorancia. Sin embargo eso no impidió que incendiaran la biblioteca de Alejandría.

¿Qué papel debe cumplir y en qué ha de comprometerse el escritor en la sociedad y cuál es o cuáles son sus posturas frente a ella?
Opino que la única ética del escritor es escribir bien. Dudo mucho de la supuesta coherencia entre el escritor y su obra de la que tanto se habla. Lo que tengo que hacer es medir lo que digo, poner las palabras en la balanza, plantear una forma estética insobornable.
Obviamente escribir es comprometerse, pero no en el sentido de una militancia política, sino en el sentido de que no se escribe por escribir. Yo recuso mi inclusión en la izquierda o en la derecha. En el tiempo de la literatura comprometida, en la época de la guerra fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, se llegó a extremos inauditos de que en la evaluación de los escritores predominaba el criterio político (de qué lado estaba el autor), como ahora en las editoriales prevalece el criterio comercial (si el libro vende o no vende) sobre el literario. Esto tiene consecuencias negativas para el destino de la literatura, que ahora espera ser salvada por pequeñas editoriales independientes que no se rijan netamente por el negocio. Desde sus más remotos orígenes la literatura cumplía una función pública. De ahí que los escritores griegos no eran inferiores en importancia a los guerreros o a los políticos.
En cuanto a la sociedad, yo me asumo como un nudo en el cual se entrelazan procesos sociales de su tiempo y del conjunto de la humanidad hasta el presente. No me ha interesado la vida institucional y muy poco el papel social del escritor. No acostumbro ir a cócteles ni a premiaciones ni a veladas literarias, salvo a la tertulia de los Octámbulos de la cual fui uno de los fundadores. No he sido jurado de concursos, ni crítico literario y no acostumbro pasar por los periódicos para que divulguen mi nueva obra. Antepongo la responsabilidad de mi vocación a los compromisos sociales con la familia, el trabajo, el partido y la revolución. Mi vocación no la pongo al servicio de ellos, sino que tales compromisos los pongo al servicio de mi vocación.
Esa es la duplicidad irremediable del escritor: desde el punto de vista social, con toda razón es un sujeto anormal; y, desde el punto de vista político, es un individuo sospechoso.

¿En qué forma y perspectiva lee hoy o no a Albert Camus: por qué, para qué y cómo?
Cuando en noviembre del año 2003 escribía un ensayo sobre música, encontré que en Albert Camus la carga del destino equivale al tormento perpetuo de la leyenda de Sísifo, quien en el Averno pagaba sus culpas empujando hacia arriba de una montaña una enorme roca, la que al borde de la cima rodaba cuesta abajo obligándolo a empezar de nuevo, y así año tras año por espacio de miles de años. Esto me hizo pensar en un hado que heredamos de nuestros antepasados, pero el buen jugador acepta el Destino. Este asunto del Destino, que equivale a inconsciente y suele estar signado por la tragedia, me llevó a leer inicialmente La peste donde el autor expone su rebelión contra el totalitarismo nazi (la peste).
Coincido con García Márquez cuando dijo que esperaba más de la lectura de esta obra, es cierto que pudo haberle sacado más partido a la peste negra, sin que fuera necesario caer en el sensacionalismo.

¿En su formación estética que relevancia y proyección ha tenido y tendrá o no Albert Camus: por qué, para qué y cómo?
En mi formación estética el existencialismo de Camus se refleja en su concepción del hombre, escribió que «La vida de un hombre es más interesante que sus obras», aspecto que me evoca aquel principio de Mejía Vallejo cuando decía que primero se es hombre y luego escritor. Como periodista, Camus actuaba con desgano, con la conciencia de su desencanto total hacia los seres humanos. Para él lo que importaba era ser humano y sencillo; pero sobre todo verdadero. Además, Camus en su oficio de escritor partía de unos límites y como escritor de buena conciencia no se atrevía a ser predicador de la virtud, no pretendía salvar a nadie. Otro aspecto que me interesa de él es que su obra es considerada más profunda que extensa, pues sabemos que su vida fue demasiado corta.

¿En qué momento, circunstancia o necesidad decidió usted leer a Albert Camus: por qué, para qué y cómo?
Hoy leo a Camus desde la perspectiva del Don Juan, en el marco de una investigación que hago sobre este personaje de la literatura universal. Analizo, desde una óptica psicoanalítica, lo que con su filosofía del absurdo plantea en El mito de Sísifo, donde dedica un capítulo a Don Juan, y aunque el tejido de sus argumentos no es claro y preciso, señala que el personaje mítico busca la saturación y desea a la mujer hermosa. Si la abandona no es porque ya no sienta deseo hacia ella, pues una mujer bella es siempre deseable, lo que ocurre es que desea a otra.  
Camus estampa el concepto de que Don Juan simboliza vulgarmente el seductor corriente y el mujeriego, pero lo que lo diferencia de ellos es lo absurdo de su comportamiento: es consciente de que seducir es su estado natural, pero no obstante esa lucidez no cambiará; la reducción al absurdo estriba en que las consecuencias de sus actos son absurdas o inaceptables.
Ya se sabe, el Don Juan de Molière es un gran señor libertino que no quiere creer en nada; acudiendo a la hipocresía emplea múltiples armas, a diferencia de Tartufo, otro personaje del comediante, que acude a la austeridad y la simulada devoción como única pauta de falsedad. Aquel tiene el carácter de ser mortal como su único talón de Aquiles, pero para Camus esta es su mayor fortaleza puesto que no le importa en absoluto.

acerca del autor
Rubén

Rubén López Rodrigué es escritor y editor. Nació en Santa Rosa de Cabal (Colombia), pero es antioqueño por familia y formación. Fue fundador y editor de la revista Rampa. Hizo estudios inconclusos de antropología y sociología. Tuvo una columna sobre Medellín en El Muro, la guía cultural de Buenos Aires. Fue integrante del taller literario de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, dirigido por Manuel Mejía Vallejo. Hizo parte del staff de la revista literaria española Oxigen y de la revista internacional de arte y cultura Francachela. Ha sido colaborador en distintos medios escritos de Colombia y el exterior. Miembro del jurado del I Concurso de Cuento Resonancias, de Francia, en 2012. Es autor de los libros “Contra el viento del olvido” (Hombre Nuevo, 2001, en coautoría con William Ospina y John Saldarriaga), “La estola púrpura” (Los Octámbulos, 2009), “Las heridas narcisistas de la humanidad” (ITM, 2013), “El carnero azul” (Tiempo de Leer, 2013), “Flor de lis en el País de la Mantequilla” (Tiempo de Leer, 2014).