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Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
1 10 2015
La silueta en el humo por Alfonso Aldín

—Mira a ese viejo, parece que no se lava desde hace diez años —dijo un hombre con gorra, barba y unos ojos saltones, como si yo no le pudiese escuchar—. ¿Crees que es alguien normal?
—Lo dudo —respondió su amigo, como si supieran qué significa ser indigente.
—¡Tira de ese carro, viejo! ignorantes...
Con personas así me topo todas las semanas. Todas parecen conocer por qué acabé aquí. Todo ocurre muy rápido, apenas llegas a darte cuenta cuando todo ya se ha desmoronado. He conocido a gente que se vanagloria al decir que estamos así por voluntad propia. Aylin, Rose, Kevin, Martin... Si tuviese dinero —o algo— apostaría a que nosotros nos queremos y apoyamos más de lo que hace esa gente. En los días de lluvia Kevin usa su vieja manta para guarecernos todos bajo ella. Aylin siempre busca cosas que podamos usar para hacer hogueras. Rose... Ella sabe besarme muy bien, pero también es la cocinera. Martin nos cuenta sus batallas —que no son pocas—. Y, así, todos nos ayudamos a olvidarnos de la realidad. Yo, por supuesto, también ayudo: rebusco en los contenedores de la basura de los supermercados. Algunas veces he tenido que salir corriendo al ver cómo se abalanza sobre mí algún empleado, pero ya no tengo edad para correr y siempre me terminan alcanzando. Unas veces me dan una paliza, otras simplemente me advierten, pero pocas veces hacen la vista gorda. Me pregunto por qué tiran la comida y luego nos amenazan si la cogemos.

Rose... Me acuerdo del primer día que la vi. Siempre me resulta triste que una persona visite "mi casa", y aquella no fue una excepción. A Rose la habían echado de su casa. Su puñetero marido la echó a patadas, literalmente. Ella llegó aquí con un largo abrigo muy raído, un sombrero sobre la cabeza y una camiseta con forma de queso gruyère. Parecía llevar bastante tiempo como indigente. Seguramente se había cambiado de barrio, nunca nos dijo el por qué, pero aquel día apareció con la cara hinchada. En cualquier caso la vi como se ve a un ángel, completamente anonadado. Las manos le tiritaban de frío, se las cogí de inmediato para ponerlas en el interior de mi abrigo. Ella abrió los brazos y los cruzó en mi espalda. Hacía demasiado tiempo que nadie me mostraba cariño. Nunca se lo he preguntado al resto, pero a mí me aterra morir aquí completamente solo. Si se preguntan si tuve mujer, la verdad es que sí la tuve, pero yo no fui ni mucho menos una persona respetable y cariñosa. Me acostaba con otras mujeres, bebía, me drogaba... Tenía dinero y pensaba que el mundo era mío. A veces me pregunto qué ocurriría si llegásemos a tener el dinero justo para vivir. ¿Mi ex-mujer, Tilda, me querría igual? Poco importa ya, no se puede volver atrás. Rose me quiere, aunque no tengamos dinero. Y, pese a los insultos de la gente, me siento feliz cuando ella me acaricia la cara o me besa. Los dos tenemos los labios agrietados, y como me dice ella: "Ésas son las marcas de un largo recorrido".

Martin era un marinero —espero que no lea esto, me mataría si me refiero a él en pasado. Dice que lo único que pasa es el aire y que, aun así, se queda un ratito en nuestros pulmones—. Nos contó mil historias sobre puertos, desde España a la India. Me contó una vez —con su sorna habitual—: "Si un marinero no se echa a la mar porque le tiene miedo al agua, ¿cómo puede bebérsela?" Es un lobo de mar tan valiente que una vez, navegando por la costa de Galicia en su barca, se quedó dormido y se metió mar adentro, pues incluso así fue capaz de regresar; incluso llegó a pelear con algún tiburón —o al menos eso asegura—. En cualquier caso, exagere o no, es una gran persona capaz de ir al fondo del mar para rescatarte.

Aylin... Ah, Aylin... Jamás se podrá verla despeinada, es su gran habilidad. Da igual que llueva, que truene, que ella se caiga... Siempre la verás peinada. Lleva siempre consigo un trozo de espejo roto en el que se ve una y otra vez. Asegura que jamás una debe verse fea, porque no existe tal cosa. Recuerdo cuando Tilda, que era mucho más joven que yo, se veía en el espejo recién levantada y pegaba un grito. Cuando le preguntaba por qué gritaba, me respondía que se veía horrible y hacía como que lloraba. Yo la tomaba por una insoportable, pero nunca me atreví a decirle que la veía preciosa sólo por el hecho de despertarse a mi lado. En todos mis años de vida jamás he tenido algo mejor que eso, despertarme al lado de una persona a la que quiero. Yo por aquel entonces no lo sabía, o no lo quería saber, pero la amaba con locura. Cómo me besaba la barbilla, daba un salto y ponía los pies en sus zapatillas de pelo largo, se iba al baño y entonces era cuando gritaba en el espejo. Me encantaba eso. Estando enamorado amas las cosas más simples, hasta cuando te acerca una servilleta y le rozas la mano. Si hubiese una forma de fundirse en uno... Bueno, yo no lo dudaría. Pero estar enamorado cuando uno es indigente es más complejo. A la gente le suele producir asco cuando te ven besándote con otra indigente. Una vez, mientras besaba a Rose en la barbilla a primera hora del día, un chico y su novia nos escupieron.
—Dos cerdos besándose —gritaron tras escupir—. Usar nuestra saliva como jabón.
Es cierto que no todas las personas son así. Otra gran mayoría nos ignora. Y hay unos pocos que nos ofrecen comida, cafés, e incluso una vez nos dejaron darnos una ducha en su piso. Algo tan simple como agua caliente recorriendo la piel puede ser el mayor placer que se puede tener.

Kevin. Él es la clase de persona que no habla mucho pero que sí hace mucho. Siempre nos sorprende con algo. La primera vez que vino, como si nosotros pidiésemos entrada, nos trajo una bolsa de pan de molde y una bola de queso fresco. Nos lo ofreció sin pedir nada a cambio más que estar con nosotros. Aunque la calle parezca más de unos que de otros, la realidad es que la calle es de todos. Me pregunto si los indigentes fuésemos capaces de pagar nuestros impuestos habría o no más ayudas por parte del Gobierno. Apuesto a que sí. Volviendo a Kevin. Todos hemos hecho nuestras suposiciones acerca del trabajo que tenía Kevin, pero nadie lo sabe a ciencia cierta. Martin asegura que fue un marinero que perdió la lengua a manos de un tiburón blanco. Aylin dice que fue un modelo que envejeció tan rápido que nadie más lo quiso. Rose piensa que es un poeta que no le importa dónde vivir si allá donde vaya puede hacer su poesía. Por mi parte pienso que Rose tiene razón, quizás sea un poeta que tiene tanto que decir que no le salen las palabras, y por eso escribe. Es más, gracias a él me he aficionado a la escritura. Es tranquilizador poder escribirle a alguien lo que piensas, es como si te escuchasen con la mayor de las atenciones. Seguramente nunca se leerá esto, pero me tranquiliza escribir. Quizás sienta más de lo que ven mis ojos. Regresando de nuevo a Kevin —sí, me doy cuenta de que no sé seguir un orden muy correcto y pido perdón por ello—. Lo único que sabemos de él a ciencia cierta es el origen de su manta. Nos dijo que la compró en Nueva Delhi hace cuarenta años, y eso fue lo primero que le escuchamos decir. Jamás se ha separado de ella; duerme con ella, la lleva siempre sobre los hombros e incluso la besa a veces. Dice que que ella y nosotros somos los únicos que le respetamos.

—Pobres, que pena me dan —justo acaba de decir una mujer llevando un bolso de piel de leopardo.
Lo único que tenemos de pobres es la falta de dinero. Y eso no nos hace pobres, nos hace simplemente indigentes. Pese a ser feliz en ocasiones, siempre me gusta posarme justo encima de las humeantes alcantarillas de Nueva York para quedarme allí, como una silueta entre el humo, esperando que la gente, en vez de ver cómo estamos, vea cómo somos.