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Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
2 4 2015
El muerto por Nicolás Kouzouyan

Mi copa de sueños está vacía. Mi cuerpo de saltos y emociones también. Soy una sombra errante caminando los placeres sin disfrutarlos, hablando del eco de los días en los que todo rodaba sobre arcoíris flotantes y el sonido del viento era un poco de saliva en el dedo usado.
—¿Cómo y cuándo fue que dejamos de querernos? – le pregunta el espejo a mi reflejo de ser humano agotado. —¿Cuándo fue que te fuiste, que perdiste la correa, que la perdiste a ella…?
“Ella… ella…” repite el eco en mi cabeza.
Pero no supe qué contestarle al espejo en el que yo mismo me hablaba. No supe qué decirle a esa borra negra en la que me había convertido, a ese par de ojos amarillentos que la noche había asustado de tanto escudriñarlos, a los huesos que desde el eterno fuego del que nunca tiene paz me señalaban con sus filosas puntas.
Harto de tanta histeria me alejo del espejo. Las tablas de madera sobre las que camino con pasos cansinos suenan sus años de encierro como mis huesos suenan sus noches de invierno. Todos nos conocemos en el barro, todo se ve igual en este pantano, la noche nos ha vuelto hermanos, nos ha unido bajo la misma oscuridad, ha ocultado todos nuestros pecados. Bajo esta bandera nadie es más que el de al lado, todos somos perfectos en la homogénea deformidad que la oscuridad regala a los que se atreven a entrar en ella.
Un gato raquítico que ha perdido la mitad de su pelaje debido a una enfermedad de la piel duerme en mi cama. Su respiración es agitada y suenan en sus pulmones toda la contaminación y la mugre que el aire de la ciudad cuela por los intersticios de las ventanas. Está muriendo, puedo sentirlo, pero por alguna razón se niega a dejar mi cuarto.
Lo hago a un lado y me siento en la cama. Las sábanas, blancas en otra época, muestran ahora un color grisáceo que se asemeja más a las paredes sucias que me rodean y a mi piel pálida, que de tanto encierro ha ido adoptando este color. El gato, despertado por mi movimiento, se mueve lento y de manera perezosa, casi como si le doliera hacerlo. El ajetreo parece haber sido demasiado para sus pulmones agotados y al llegar a la punta opuesta de la cama cae sobre las sabanas como un saco de papas.
Con mi mano golpeo un par de veces el colchón y la mezcla entre polvo y pelos de gato que sale despedida me produce un feroz ataque de tos que me hace caer al suelo de rodillas. El dolor es en el pecho, en el cáncer que me corroe desde hace años, desde que ella se fue y la luz desapareció, desde que lo perdí todo y nada de lo que alguna vez quise o planeé fue realidad. El dolor atraviesa huesos y nervios y se siente en el alma como una puñalada. El dolor, que es derrota y fracaso, que se parece más a la frustración de nunca haber conseguido nada, se vuelve lágrimas por todo lo vivido, por lo bueno y lo malo, por un pasado que pudo ser diferente pero nunca lo fue, por una soledad que pudo haber sido evitada, por momentos añorados que nunca sucedieron, por todas las memorias. El dolor, que siempre toma cuerpo y se concretiza en la carne, es la sangre que comienzo a escupir.
Una debilidad inusitada abraza mi cuerpo y estiro mi brazo buscando algo de qué agarrarme para no caer. Lo único que consigo es arrastrar la sabana hedionda en mi camino hacia el suelo. He parado de toser, pero mi respiración es entrecortada por la sangre que sigue saliendo de mis pulmones. “¿Qué he hecho con mi vida?” me pregunto, sorprendido de mi autocuestionamiento en un momento como éste.
Un bulto que veo por el rabillo del ojo llama mi atención. Giro la cabeza como puedo y descubro al gato muerto a mi lado, envuelto en parte por la sabana que arrastré en mi caída.
Ya no queda más nada por hacer. El aire en mis pulmones empieza a escasear y pierdo claridad en mi visión. Escucho unos pasos acercándose por el corredor y la puerta del cuarto se abre. Desde donde estoy veo un par de zapatos que reconozco de inmediato. Trato de levantar la cabeza pero me es imposible. La persona llega a mi lado, se sienta en el suelo y de manera delicada apoya mi cabeza en su regazo de forma que pueda mirarla. Reconozco a mi amor en sus facciones, reconozco a la compañera que nunca tuve, a la que perdí, a la luz que lo era todo, a la que se llevó lo último de vida que me quedaba en el alma.
Una lágrima rueda por mi mejilla grisácea arrastrando la mugre y la costra pegadas a mi piel. Mi amor sonríe una última vez. Todo lo he intentado, todo lo he probado, solo para perderlo todo al final. La vida es injusticia, la vida como un juez despiadado.
Aspiro una vez más el aroma de su piel, aquel con el que aluciné tantas noches de locura, aquel por el que lloré en mi almohada manchada, y caigo muerto sobre el piso de madera.
Como dijo la casera, fue triste verme así, muerto en el suelo, abrazado a una almohada.

acerca del autor
Nicolás

Nicolás Kouzouyan, Montevideo (Uruguay), 1980. Comenzó a escribir poesía y narrativa a muy temprana edad. En 2004 fue incluido en la colección "Letras de Babel", libro publicado por la Editorial Babel (Bianchi Editores de Uruguay y Ediciones Pilar de Brasil, 2004) conjuntamente en Uruguay, Argentina y Brasil y en 2005 publicó su primer libro de poesía, "Papiroz", en la editorial Libros en Red. Fue editor y traductor para El Tecolote, diario local bilingüe del área de la Mission en San Francisco (EE.UU.). Recientemente fue finalista de dos concursos de microrrelatos: "Inspiraciones Nocturnas" en Febrero 2015, y en el I Certamen de Microrrelatos "Valores Humanos" publicado por la editorial Letras Como Espada en Febrero 2015.