La noche era calurosa, las sábanas se pegaban al cuerpo. No había aire acondicionado. Ella transpiraba mucho. Dormía agitada, se movía y se destapaba. Finalmente un brazo sudoroso acabó despertándola avanzando sobre su cara. Lo apartó y se levantó. Abrió la ventana y fumó un cigarrillo a la luz de la noche. Entonces pensó: “Hace tanto que no se ven las estrellas.”
Miró la cama ocupada casi entera por él. Le observaba e irremediablemente se decía a sí misma: “Los dos vivimos en la misma ciudad, pequeña, vetusta, hermosa, limitada. Apenas diez o quince minutos nos separan. Pero la realidad es muy distinta porque hay muchos universos entre nosotros. Miro a mi lecho y veo otro cuerpo, uno que no es el yo amo. Me pregunto si ese es el mejor final.”
Al amanecer, llegó a dormir un poco. Durante toda la noche había pensado y recordado cosas. Salió a la calle como cada día. Era un día distinto, todo le evocaba aquél amor que no volvería. Le buscaba entre las caras de los desconocidos con los que se cruzaba. Justo antes de subir al autobús creyó ver su rostro a lo lejos. Imaginaba lo que sucedería si se cruzaran de nuevo. Con ello, cambiarían el final que ambos habían escrito hace años. No pensaba en aquel que ahora llenaba su vida y su cama. Dejó que el autobús se fuera y la cara se acercara. Ya veía su nueva vida junto a él. Pero no era él. La ilusión se desvaneció y se puso a recordar esos tiempos tormentosos. Quizá en aquel final fue él que la abandonó. Subió al siguiente autobús, se sentó. Miró por la ventanilla y se preguntó si lo suyo sería un final abierto o cerrado.
Pasaron los días y ella seguía ensimismada en sus recuerdos. Y los años de ausencia del amor perdido se le presentaban como agujas en los ojos que no le dejaban ver el mundo con su brillo y sus sombras. No podía dormir. Se pasaba la noche intentado descubrir quién era ese hombre que dormía a su lado. Luego fumaba y pensaba en su amor perdido.
Pero un día que paseaba tras el trabajo sin tener ganas de regresar al hogar, alguien la saludó eufóricamente desde lejos... Era él. El azar tal como ella siempre había anhelado les hizo coincidir. Él en apariencia era el mismo, el tiempo no había dejado ninguna huella, tampoco en ella. Era como si todos esos años hubieran sido segundos. En un instante, mientras le miraba de arriba abajo para no olvidar ningún detalle, se sintió invadida por la esperanza.
Fueron a una cafetería, ambos sabían que tenían que hablar. Se sentaron al calor de una taza de café. Durante los primeros minutos solo atinaban a mirarse atentamente en busca de algo que no sabían. Él comenzó a hablar de lo que había hecho esos años y de que no había dejado de pensar en ella. Ella no reconocía sus palabras. Todo era extraño, nada era como ella imaginó durante tanto tiempo. Él continuaba hablando, ella no le escuchaba. Decepcionada se dio cuenta de que ese hombre no era el que ella había amado hace muchos años. Los recuerdos confusos, la imaginación, lo nunca dicho y hecho por ambos, la ausencia había disipado la identidad de ese hombre sentado junto a ella.
Él tenía la intención de rescatar aquello que tenían en común. Tras escuchar como él desnudaba su alma, ella se alejaba de él. La negativa de ella fue firme, sentía como si, tras muchos años, se hubiera quitado un antifaz que le impedía admirar las cosas sencillas de la vida.
Él salió de la cafetería, consciente de que la realidad no le era favorable y que debía renunciar a ella. Ella en cambio, se sentó en un banco pensando en el nuevo mundo que tenía por delante y en cómo lo iba a afrontar.
Se levantó, era tarde y se dirigió a la casa de ese ser extraño con el que dormía. Entró, él otro esperaba preocupado. Ella estaba serena aún bajo el efecto de la revelación.
—Siéntate, le dijo ella, tengo que decirte algo. Estaba tan tranquila, y lo tenía todo pensado, era un nuevo comienzo, una nueva vida.
–Me voy.
—¿Qué?— él no entendía nada, todo iba bien entre ellos.
—Que cojo mis cosas y me voy. Si no te importa esta noche la pasaré aquí, ya es tarde.
—¿Pero? No sabía de qué hablaba, estaba asustado. La quería. Se quedó pensando un momento.
—¿Qué te pasa?
—Es complicado de explicar.
—Tengo tiempo hasta que te vayas—. Él siempre intentó ser racional.
—Quizás te suene cruel y frío, pero me voy porque no te quiero. Porque esta vida que tengo junto a ti no me satisface, ni me hace feliz, ni me hace ser yo. Contigo soy únicamente todo lo que quieres que sea y yo misma no sé si soy eso u otra cosa. ¡Tengo que descubrirlo sin ti!
Algo rondaba en la cabeza de él, la sombra de otro hombre. Le costó mucho preguntar por miedo a la respuesta, pero acabó lanzando la pregunta que tanto temía:
—¿Hay otro hombre?—. Respiró hondo para poder soportar la puñalada de la respuesta.
-No, aunque durante un tiempo lo hubo en mi mente, pero no lo hay. Ahora solo estoy yo. No hay ningún hombre que determine mi existencia ni mis pensamientos.
—Si es así quédate—. Simplemente no la entendía.
—No, yo me voy. No puedo quedarme, ya te dije, y no gastes saliva en esto.
—¿Y qué vas a hacer?
—Voy a buscarme, entonces me encontraré y quizás encuentre a alguien, no te digo que no. Pero ya no viviré solo para amarte, viviré para mí. Seguro que no lo entiendes pero yo sí y eso me vale. Si no te importa voy a dormir es tan tarde y tengo tanto que hacer.
Se levantó cogió un edredón y una almohada para dormir en el sofá. Antes de acostarse, fumó un cigarrillo asomada a la ventana, miró al cielo y se dijo:
“Qué bien se ven esta noche las estrellas, qué redonda y clara está la luna. Mañana será un día hermoso, mañana será un nuevo día”.