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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
2 12 2010
El país de Yann (cuento) por Ángel Alcalá González

En los tiempos en los que el país de Yann era un poderoso reino, antes de disgregarse en decenas de diminutos principados tras la catástrofe del año del vencejo, era común hacer uso en los harenes de palacio de una curiosa criatura: el gusano de los pantanos de Susth, para comprobar si las esposas y numerosas concubinas que poseía el rey, le eran fieles en lo más profundo de su corazón.

El sumo sacerdote, auxiliado de las guardianas bereníceas del harén , sometía a las mujeres del rey sospechosas de infidelidad, a la siguiente prueba:

Cuando una de las esposas o concubinas reales sangraba durante aquellos días en los que toda mujer aún fértil ha de hacerlo, el sacerdote recogía en una pequeña vasija de ónice con forma de concha, parte de su sangre menstrual.

Tras las invocaciones pertinentes, las cuales se recitaban en una lengua solo conocida por la clase sacerdotal y que se transmitía de generación en generación de forma oral, una de las guardianas del harén, siempre la de mayor edad, depositaba un gusano de Susth en el recipiente que contenía la sangre. Si el gusano bebía la sangre y moría inmediatamente, era sabido por todos que, la mujer sometida a tal prueba era fiel en lo mas profundo de su corazón a su señor el rey. Por el contrario, si el gusano sobrevivía a la libación, la vergüenza, el oprobio y finalmente la muerte caían inexorablemente sobre la infortunada que había sido señalada como culpable de haber entregado su corazón a otro hombre en vez de a su señor.

Muchas mujeres murieron a lo largo de los siglos en los que esta prueba fue de uso común en el país de Yann, antes de que se disgregara en multitud de pequeños principados.

Sólo en una ocasión la infiel fue perdonada.

Una joven llegada del oeste en calidad de hechicera y vidente, la cual respondía al nombre de Woaini, se estableció a las afueras de la capital del reino, donde ejercía su oficio de adivina y consejera con gran aprecio por parte del pueblo, ya que sus poderes eran muchos, su honradez sin tacha y el precio de su consejo la voluntad.

Enterado el rey de la existencia de la hechicera, así como de su extraña y lánguida belleza, envió en su busca una de las guardianas de su harén acompañada de dos soldados, por si la bella adivina oponía resistencia.

No se dio oposición alguna; con una sonrisa extraña, tan dulce como fría, Woaini acompañó al pequeño comité que el rey había enviado para llevarle a palacio.

Se sabe que esa misma noche el rey se enfureció, por encontrar que Woaini, si bien no ofrecía ninguna resistencia en el lecho real, parecía tan lejana de él, tan fría e inaccesible a pesar de su sonrisa, como si estuviera muerta. El monarca ordenó entonces que fuera sometida a la prueba del gusano.

Todo se preparó como de costumbre al llegar el primer día de sangrado mensual, tras la noche en la que la hechicera yació con el rey, tal y como se había hecho desde hacía cientos de años. Entretanto, el monarca, vagaba celoso por sus aposentos, sospechando que el corazón de la hechicera ya tenía dueño. Al despuntar el alba del segundo día Woaini era sometida a la prueba en el pequeño altar que, para ese y otros fines, se encontraba cerca de las habitaciones de las concubinas.

Se cuenta que cuando el gusano probó la sangre de Woaini habló, dirigiéndose directamente al sacerdote, al que pidió entrevistarse, en privado, con el Rey.

La leyenda continúa asegurando que, ante tal prodigio, el rey, asombrado, accedió a hablar con el gusano.

Esto es lo que dicen que el gusano le refirió: “Majestad, esa mujer no es vuestra, nunca lo fue y nunca lo será. No es ni vuestra ni de ningún otro hombre, su alma pertenece desde el inicio de los tiempos a quien solo puede pertenecer, vos no sois nada para ella, menos aún que este humilde gusano que os habla; podríais hacer que sufriera tortura, podríais darle muerte, nada de eso afectaría lo mas mínimo a su sonrisa, pues ella esta con quien debe estar, con quien siempre ha estado. Tened cuidado, OH rey, si hacéis daño a tal criatura; no temo por ella pues ella nada ha de temer, sino por vos, pues si acabaseis con su vida seríais culpable de haber matado al Amor”.

Ni una palabra más refirió el gusano, pues dicho esto calló para siempre y su comportamiento no se distinguió nunca más del de otro gusano cualquiera.

El rey, impresionado y temeroso por tales palabras, pidió disculpas a Woaini y la liberó, intentando colmarle de riquezas que ella rechazó.

Simplemente sonrió al Rey, con aquella forma peculiar que tenia de hacerlo y, haciendo una reverencia e ignorando cualquier otro protocolo, dijo al monarca:

“Adiós buen hombre, creo que ya es hora para mí de marchar hacia el oeste, de volver a mi casa”.

Partió. Jamás se la volvió a ver. Y todo eso ocurrió cuando el país de Yann aún era un poderoso reino, antes de disgregarse en multitud de pequeños principados.

acerca del autor
Ángel

Ángel Alcalá González (Madrid 1967), psicólogo de formación por la UNED, su Interés por la literatura comenzó muy joven. Ha publicado con Es ediciones tres obras: “Hazlo, no lo intentes”; “Atrévete” y “No hagas dieta”, Todos ellos en 2009. Con Bubok publicó la colección de ensayos: “Alrededor del Hombre” y “Huyendo de la sabiduría”. Su cuento “El niño sin sombra” ha sido representado como obra de teatro en diversos centros de acogida en la ciudad de Barcelona y colabora habitualmente con “La casa del libro” de Madrid impartiendo talleres. Actualmente está embarcado en un proyecto de literatura infantil como coautor con la editora y poetisa Rosa Ruocco , así como en el lanzamiento de su primer libro de microrrelatos “ Entretejido en la penumbra”, junto con el fotógrafo Pedro Robredo.