Gabriela estaba sentada desde hacía más de dos horas frente al primer movimiento de la Sonata K383 de Wolfi Mozart, como le gustaba llamarlo, sin pasar, vamos a decirlo cariñosamente, de la primera sección. No es que fuera media tonta a la hora de leer una nueva obra, para nada, solo que el mono loco de su mente estaba dispuesto a interrumpirla con los ecos de la noche pasada.
Como todo acontecimiento trascendente empezó con un encuentro casual, que terminó en un “nos juntamos a la noche, llevo vinito”. No sabía decir si fue ese maldito estado anímico en que se encontraba o el de la reserva espectacular lo que transformó un cálido encuentro entre amigos en esa tortura.
En algún momento de la charla habían llegado al tema de las relaciones, sin mencionar directamente las propias en las primeras copas y desembocando en ellas sangrientamente y con dolor a mitad del merlot. Él había dicho que algún celebre del cual había olvidado el nombre afirmaba que la vida de pareja era una larga conversación. Nadie debiera iniciar una convivencia sin preguntarse si podría conversar durante años con la elegida.
Hasta ahí iba todo bien, salvo que agregó:
—Mi opinión es diferente. No es una conversación, lo que les ocurre a las parejas tiende a algo parecido a un monólogo. Un monologo de dos. La vida de pareja puede transformar a los hablantes en singular. Me voy a explayar más, esto sería un ejemplo de lo que llamo precariamente fonología simbiótica. Consiste en que supongamos estoy por comenzar el relato de algún acontecimiento a otros, acontecer que conocemos ambos de la pareja, entonces e inadvertidamente luego de la primera o segunda oración irrumpe a toda marcha ella como si lo hubiera comenzado. Debo aclarar que no se trata de una interrupción que su entusiasmo se permite, ni mucho menos de colaborar con la narración del hecho agregando algún detalle olvidado. Continúa como si fuera mi voz. Se lo hago notar y observo cómo le paso sin darse cuenta. Nuestra dimensión verbal es una sola, no somos dos los hablantes.
De repente se dio cuenta, la respuesta estaba saliendo de sus dedos. La situación del poder concluir del otro la frase que originó el primero le había quedado dando vueltas como una sonata que no encuentra la nota para volver a su tono original quedando eternamente dando vueltas vaya a saber uno por dónde. Ahora lo comprendía, podía al escuchar anticipar el gesto, intuirlo, por eso, no importaba donde realizara la detención, podía concluir sin sobresaltos.
Y eso era también lo que sucedía en el mundo real, es lo que le pasaba con Alfredo después de tanta vida en común, podía anticipar el gesto, podía concluir la idea del otro aunque solo hubiera escuchado escasas palabras sin alterar su sentido. Recordó que al comienzo de la relación las habían recibido con entusiasmo, con esto de “qué bien que nos conocemos”, “con sólo mirarnos sabemos lo que el otro va a decir” pero, imperceptiblemente, en algún momento, se transformó en ¿por qué mierda no me deja terminar de hablar?
Tal vez ese pensamiento fue el principio del fin. Fue el inicio de las discusiones por cualquier cosa, de las noches de insomnio, de los viernes de fútbol, de las salidas con las chicas, de los desencuentros, de los portazos, los platos estrellándose contra la pared, la presión por las nubes, la falta de aire, las explosiones de llanto encerrada en el baño, las horas sentada frente al piano atiborrándose de notas como si en ello se le fuera la vida.
La certeza le explotó en la boca del estómago. Ya lo sabía. Por alguna razón la extraña conversación con Daniel había corrido el velo que la mantenía oculta. Al resplandor de este conocimiento no pudo resistir la tentación de provocar el desastre cuando Alfredo llegó.
Sabiendo que pronunciar una frase conducía a la discusión segura, teniendo conciencia que un sólo gesto observado es acompañado de lo que estaba cansada de vivir, continuó, sabiendo que lo más terrible no era la previsibilidad del otro, sino la de ella misma.
María Djamgossian nació en Buenos Aires, Argentina, 1970. Es Profesora de Educación Musical y Guitarra, egresó del Conservatorio de Música General San Martín. A partir de 1994 se desempeña como profesora en las cátedras de Apreciación Musical, Guitarra, Metodología y Didáctica aplicada del Instituto Nacional Superior de Artes de Río Negro. Compuso la música original de la obra de teatro “La Peste” ganadora del subsidio del Instituto Nacional del Teatro, 2002. Entre 2000 y 2006, publicó sus primeros ensayos y cuentos cortos. Ha realizado ciclos de conciertos como solista y en grupos de cámara en la provincia y en la ciudad de Buenos Aires, Río Negro, Chubut y Neuquén.