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Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
2 10 2010
Inquilino por Luis Emel Topogenario

Reducido. A cenizas. En poco tiempo mi fuego colapsará. Y sólo seré una sumatoria de sentencias que pretendían encarcelarme. Abrí la puerta de una casa. Salí de ella. Ingresé en una oficina. Salí de ella, con algunas horas menos en mi haber. Mi escritura no me devolvió esas horas. Basta de promesas zonzas. Mi escritura no insultó. Como forma de pago, se me dio una llave, y una puerta para utilizarla. Si no pagase, ¿qué pondrían detrás de mi puerta? ¿Mi escritura? Si continuase pagando, ¿qué tendría para proteger detrás de esa puerta, qué refugiar tras los dientes de esta llave? Apenas horas de sueño, imágenes de letargo. Pero, aunque pagué, también esas horas me fueron embargadas. ¿Por qué mi vida está colocada en mi escritura, y no en mí? ¿No soy el mejor postor? ¿De qué sirve este bolsillo, si no es para albergar mi llave, y sus versiones, privadas, celular, billetes, monedas, píldoras analgésicas? ¿De qué sirve esa puerta sino para ser celada desde el exterior por mí? Y violentada por mis enemigos, si es que tuve. ¿Odié? ¿Me odiaron? En suma. Las preguntas no se acoplan, no encajan ni se enfrentan, espejos de ellas entre sí. Nadie entra a las patadas en las casas. En las habitaciones, que odiaba, no hay nadie. ¿Dónde está mi rebelión? ¿Qué pasó con la profecía de que, llegado el caso, me rebelaría? Los zapatos pasean por el cemento de las aceras, tranquilamente, recordando la época en que sus abuelas botas derribaban puertas y demolían paredes, sin preguntar, sin responder. Dentro de las botas hervían pies, y garras milagrosas. El odio fue más profético que mi fuego, y por eso me ahogo. Me desalambro, ¿o me despalo?, en el sentido estricto. Rematar. Actas de liberación. Poderes negociados. Noches votadas con zapatos. Me fui apagando, y cuando me fui apagando, mi escritura se volvió prensil. Lámparas cenizas. Luz ambiental. ¿Alguna vez quise? ¿Alguna vez me quisieron? Buenos días, buenos negocios. Buenas tardes, buenos recuerdos. Buenas noches, buenos resultados. ¿Alguna vez recordé a alguien? Porque, si lo hice, no me fue anunciado con carteles. ¿Alguna vez alguien me recordó? También el recuerdo está normatizado. Aquí. Parece que apunta hacia atrás, y que se dirige a alguna parte. Pero mi escritura, ¿no apunta hacia adelante? Pensé que mi muerte estaba después de mí. No me devolvió las horas que me embargaron, así que mi escritura no se dirige a ninguna parte, ella misma es un lugar. Cárceles con carteles, que me indiquen, por favor, Esto es un recuerdo, y Esto es el recordar, necesito diferencias, por favor. Mi escritura no dijo Estoy atrás tuyo. Sólo dijo Seré célebre, frente a ti, ¿o fue Para ti?, eso sí que lo recuerdo, con nitidez, ¿puedo estar seguro? Mi escritura es mi paisaje, con algunas indicaciones. Reducción, ah, el viejo truco de la muerte, del fuego extinguiéndose. Cuando la mitad de las partes son llamas, y la otra, costosas cenizas. Mi escritura no es cara, a diferencia de sus orígenes. Colapsos. ¿Cómo me abaraté? ¿Quién pagó el excedente? ¿Desembolsé las cantidades exactas, pagué en fecha, me sellaron correctamente la factura? Porque, si no es así, quiero de inmediato mi libro de quejas. Mi muerte estaba hacia adelante, fue la promesa que se me hizo. ¿Por qué me le anticipo? ¿Por qué tiendo a ubicarla hacia atrás, a asumirla al final de mis vagones? ¿No me dijeron que me movía hacia ella? Porque eso fue lo que me dijeron. ¿No venían lágrimas antes de las últimas respiraciones? En ese orden se me explicó que ocurrirían los hechos. Y aquí, hasta ahora, no se me condecoró. ¿No venían chorros, tristeza inminente, caras agrias, rostros retorcidos de dolor, miembros aguados, antes de las explosiones? Estos carteles quizá me desorientaron, antes que ubicarme. Ya es tarde, ya acepté que me apago. Voces laberínticas dándome órdenes. Cuenta esto. Suma esto. Resta esto. Acomoda esto. Maquilla esto. Grafica esto. Esconde esto. Disimúlate. Curiosos mecanismos. Por último Muévete, ya conoces dónde está la puerta. Es cierto, ya conozco ese sitio. Convulsiones, movimientos de gusarapo. Espejo enfrentado de lo que yo esperaba. Contorsiones pobrísimas, no sé escapar. Me dediqué a estas simonías, a tiempo, antes de que comerciasen conmigo. ¿Mi escritura se vendió bien? Por docenas, y por trecenas. Véndelo así. Cóbralo así. Págalo así. Empácalo así. Trafícalo así. Contralóralo así. Decláralo así. Simúlate. A pesar de que yo era gratis, me vendí muy bien. A la primera oportunidad. Curiosas horas me esperan en este laberinto natural pobrísimo. Y si me alargo, creo alcanzar para varios días y rendir, sin cortarme, para varias comidas. ¿Mi escritura me sobrevivió? Basta de promesas zonzas. Es un buen momento para abandonar mis manos, para dejar impagadas estas facturas. Con un resumen de cuenta será más que suficiente, algo que diga Éste adeuda tanto, no importa. Ya no importa, que le manden flores al que le quedé debiendo, o bombones, si no hay flores, o si son más caras. Entrego, esto que ocupaba, lo entrego. Llévenselo. ¿Mi escritura sufrirá? Bueno, depende. Depende de cuántos haya en las hinchadas. Soy trecenas de escrituras combatiéndose, bueno, podría llegar a aceptar eso. Para cada bando, un penacho. Para cada penacho, varios bandos. ¿Mi escritura sufrirá? Sí, definitivamente sí. ¿Como forma de premio? Premios consuelo. Es un buen síntoma, para terminar. Ya termino. Ya choco con la atmósfera, ya ardo, ya me rompo. Ya me apago. Órdenes. En el bolsillo se encontrará mi llave, para quienes hurguen en él. Detrás de mi puerta, nada, sólo un lugar, adyacente a una lámpara, respirando una luz encenizada, ideal para celebrar, frente a mí, eso sí. Dirección, magnitud y sentido, ah, el viejo truco de la vida. Hubo una vez una mujer que me recordó. Y ahora, ¿quién me protegerá de ella? ¿Mi escritura? Necesitarán diferencias, por favor. Una sumatoria de sentencias. ¿Quién podrá normatizarme, y decir Esto sí, y Esto no? ¿Indicaciones, alguien? Mi escritura es mi paisaje. Aunque aún no me decido por el horizonte, ficticio, peleo por tener espacios, bastante anchos, como para no ser abarcados por una sola observación, ni barridos por una sola ventisca. Cenizas, oh, viejo truco del fuego para viajar de gratis en la ventisca. Aquí. Buenos días, buenos recuerdos. Buenas tardes, buenos resultados. Buenas noches, buenos negocios. Los trucos apacentaron a quienes se engañaban con ellos, y de esa calma brotaron las cosas más desnudas, o, bueno, uno las miraba desnudas, podría llegar a aceptar eso. Verdadera solitud. Ya las cosas no se pueden manipular, los objetos no tienen más símiles, la verdad acabó con todo parecido, mi escritura extravió sus parientes, ¿que asumí como míos?, ñññ, mis parientes, ése era mi viejo truco, cuando funcionaba. Luego las deudas se acumularon. No funcionó. El único engañado era yo, vivía en paz tras esas cortinas, cubierto con velos, acumulando mi escritura, una tras otra, sobre la misma cara, aquí. Bonita torre, parece. Balanceándose. Mientras duré, era bonita. Ahora acabo. Colapso. Suma.