Jueves 16 | Mayo de 2024
Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
1 5 2010
Serpiente (fragmento) de Teresa Prado Prieto

Túmbese en la camilla, en decúbito supino. Flexione las piernas, ábralas y relájese —dijo el doctor Roca mientras lubricaba con sus manos enguantadas el preservativo que recubría el aparato de forma fálica, que sostenía en su mano izquierda.

Laura acató las órdenes del doctor de la misma forma sumisa y noble que había obedecido a la enfermera minutos antes, cuando le señaló el cuarto de baño y la indicó que tenía que desprenderse del pantalón, de las bragas y enrollar su liviano cuerpo con una sábana de cama de planta. Por un momento se vio tentada a elegir la funda de un almohadón que reposaba en la misma estantería que la sábana, para despedirse del todo de su dignidad.

Esto es vergonzoso incluso para mí dijo para sí misma mientras deslizaba la braga por los tobillos.

El doctor Roca introdujo, a base de trompicones y movimientos bruscos de muñeca, el ecógrafo en Laura. Al principio la vagina estaba seca y tirante pero poco a poco la elasticidad ganó la partida.
—Perdone, le debía haber preguntado antes de profanar su cuerpo si era usted virgen.
¡Valiente pinzaculos! En el caso de que lo fuera claramente ya no lo sería… ¿Eso no lo enseñan en la facultad de medicina?
—No, no se preocupe. Incluso fui madre —contestó ella cortésmente con su media sonrisa habitual en la cara.

Minutos antes se vistió en el mismo baño que había presenciado su declive personal y se salió del hospital con la ecografía en la mano. Debía entregársela a su ginecólogo habitual junto con los análisis que se había hecho una semana atrás.

Mientras paseaba su mente rebobinaba los incidentes del día. No pudo evitar recordar lo que le había ocurrido hacia varios meses en la sala de radiología. Era verano y hacía un calor de órdago en la sala de espera. Pronto el enfermero dijo su nombre y paso dentro. Laura, con la inocencia que la caracteriza desde su más tierna infancia le preguntó si tenía que quitarse el sujetador para realizar la radiografía torácica.
—No… bueno, sí. Sí. Quíteselo —respondió el responsable de la máquina.
Allí estaba ella con sus pechos descubiertos mientras sus manos se convertían en cataratas y sus ojos no paraban de mirar a mil sitios, como si contara cada uno de los píxeles de la vergonzosa foto de la que era participe.

Nunca había tenido buenas experiencias con la rama sanitaria, ni con los médicos especialistas ya fueran hombres o mujeres. A los médicos los consideraba, como hombres que eran, unos cavernícolas uga, uga, que derrochaban machismo a doquier, con preguntas del tipo: ¿Para que quiere usted anticonceptivos si no tiene pareja?; o con observaciones variopintas como: Las más guapas son las que más trastornos alimenticios desarrollan.

Luego estaban las doctoras que se podrían comparar con unas hienas, ya que intentaban adoptar el rol cavernícola uga, uga y acababan por volverse peor que ellos, quedando en el aire la incógnita de que si también al igual que las hienas desarrollaban tanto su órgano sexual hasta conseguir una prolongación similar a un pene, por la cantidad de testosterona que debía de producir sus cuerpos por el exceso de rabia desencadenado por la necesidad de darse a valorar.

Definitivamente prefería a los hombres. No se creían con derecho a saber en algunas circunstancias un tanto incómodas, ni la miraban con cara inquisitiva y competidora.
Incluso fui madre.
Esa frase retumbó en su cabeza durante unos segundos provocando un dolor en su pecho y un vacío insoportable en su vientre.

El doctor Roca no la bombardeó con preguntas insulsas sobre su maternidad pasada, como en tantas otras ocasiones la habían abordado otros médicos.

Pablo nunca fue un tema de conversación fácil.

Pedro abrió el frigorífico en busca de alimento para llevar a la boca y calmar su hambre. Nada. Mantequilla, tres tomates, un cartón de leche desnatada y restos de comida china que Laura había traído el viernes cuando fue a cenar a su apartamento. Cogió su móvil y marcó el teléfono de una pizzería conocida en el barrio, pero le rechazaron su pedido por no tener teléfono fijo. Pedro los maldijo en todos los idiomas que conocía sin llegar a dominar. Entre los chubascos de la ira un recuerdo de juventud se abrió paso para robarle una sonrisa. Tenía 20 años, era guapo, fuerte y tenía hambre. Llamó desde su móvil para pedir una pizza dando una dirección falsa pero cercana a donde el se encontraba. Se sentó en la acera a esperar su comida. Minutos después llego el repartidor en moto. Aparcó como buenamente pudo invadiendo lo imprescindible la acera. Bajo de ella y aturdido comenzó a buscar el edificio donde tenía que realizar la entrega, dejando la pizza sobre el sillín de la moto. Pedro no de lo pensó dos veces y aprovechó la oportunidad que la suerte le brindaba y corrió con la pizza asiéndola fuertemente con las dos manos ante la mirada atónita del repartidor. Ahora entendía porque no servían a domicilio si no tenías teléfono fijo donde encontrarte. Por las bromas. Por sus bromas.

Él había cambiado mucho en los últimos años. Ahora era un medico forense de 31 años, con una vida por delante y una relación maravillosamente constructiva con una joven policía de veintiocho años. En realidad ella era mucho más que una mujer. Era su mujer desde hacia apenas unos meses. Poseía características que le hacían mágicamente bella a sus ojos. Aunque no siempre fue su mujer. Laura había mantenido una relación de tres años con un buen amigo suyo llamado Alberto, la cual no se deterioró. Después de lo Pablo se distanciaron culpándose a si mismos de todos sus males y no lograron salvar lo que les había unido una vez una noche de verano. Laura se apoyó incondicionalmente en Pedro mientras que Alberto se encerró en su fortaleza interior durante estos años.

Había sudado mares para redimir a Laura de su depresión y sin darse cuenta, poco a poco le había robado el corazón sacándola de su penumbra. Así pasaron dos años increíbles compartiendo tardes de humor, cine y viajes insufribles en autobús donde la línea que separa los glúteos parecía borrarse. Fue en su último cumpleaños donde ocurrió. Le llenó toda la casa con pistas para que encontrara los regalos que él le había comprado y la última pista llevaba hasta una caja, donde al abrirla él salió con un globo rojo con la frase Laura cásate conmigo pintada con rotulador negro de alcohol. Ella le besó y el pinchó el globo para liberar el anillo del interior y se lo colocó en el dedo equivocado para hacerla reír.

Laura parecía feliz junto a él. Laura era feliz. Incluso la había convencido para tener juntos un niño. Un cachorrito.

Pero tras dos meses de agradables intentos no habían conseguido nada, al revés, la menstruación había sido incluso más puntual que en otras ocasiones. El fue el primero en someterse a pruebas de fertilidad y todo estaba bien. El problema no era suyo, pero era un poco estrambótico que a Laura le ocurriese algo en su sistema reproductivo después de haber sido madre ya en una ocasión.

Pedro escucho un pitido agudo y vibrante. Era el telefonillo. Había olvidado de cómo era el sonido del aparato, ahora al volver a oírlo se alegraba y entendía al mismo tiempo el porqué lo había hecho.
—¿Si?— preguntó Pedro esperanzado de que a lo mejor se tratase de la pizzería que había cambiando de opinión.
—Ábrete sésamo —escucho mientras reía su interlocutor.
—¿Eres tú Lauri?
—¡Si, abre que me voy a quedar con un tiesto! Vengo de hacerme la eco.
—Sube mi ama —le conminó cariñosamente en broma.
Laura se quitó el abrigo y lo dejó con cara de circunstancias sobre el primer sitio libre de accesorios de soltero que pudo. Iba vestida con unos pantalones vaqueros que resaltaban su trasero respingón y sus muslos redondeados, que acompañaba con un jersey escotado que realzaba su gran busto, donde su melena pelirroja desembocaba.
—¿Qué te ha dicho el ginecólogo?
—Nada. Me hizo la eco y ahora tengo que ir mañana a llevársela a mi ginecólogo de confianza. Ya sabes el que me cobra y el que según tú le alegro el día.
—La confianza da asco, ya sabes…
—Eso mismo pensé yo cuando entré en tu cueva de soltero primate ahora mismo. Supuse que estarías aquí porque siempre que te toca currar de noche te vienes antes a planchar la oreja aquí, imagino que será porque te queda más cerca de la clínica.
—¡Y parecías tonta cuando te cambié por un botijo! ¡Una galleta para mi niña! —vociferó a los cuatro vientos Pedro.
—¡Que chispa tienes! ¡Como se nota que tu trabajo te da vida! Me voy mister forense —le dijo Laura mientras cogía de nuevo su abrigo e iba hacia la puerta.

—Algo de vida si que me da ya que me gusta lo que hago. Espero que sea un día poco movidito porque la última vez que me tocó turno de noche tuve cuatro autopsias: dos yanquis, un guardia de seguridad y una prostituta. Tengo que llamar a Adolfo para que tome medidas contra Gabriel, el técnico incompetente que empezó el otro día. Ya te conté lo mal que se desenvuelve en el foso de autopsias.
—Que te sea leve— le dijo Laura dándole un beso— Nos vemos mañana después del ginecólogo. Me he cogido el día libre. Podrán sobrevivir sin mí en el departamento.

Laura se fue tras su breve estancia en el antiguo piso de Pedro y retomó su camino hacia su hogar marital. De camino se encontró con Marta, una peculiar amiga suya que había conocido en comisaría después de detenerla por prostitución unos años atrás.

Marta era una mujer hermosa, alta, esbelta, rubia y la mejor soplona del barrio. Solían tomar café todos los martes para escucharse mutuamente acerca de lo mal que les había tratado la vida, sobre el tráfico de droga y nuevas rameras de la zona. Marta también comerciaba con la droga pero con el permiso del departamento de policía, quienes para enterarse de todas partidas, nuevos camellos y demás información sustanciosa daban carta blanca a la prostituta. Sólo se vendía donde el departamento lo permitía por una cuantiosa comisión libre de impuestos.
—Te veo preocupada churra. ¿Pedro aún sigue con la fiebre del bebé en la cabeza?
—Decirte que sí sería inevitablemente redundante. ¿Podríamos hablar de cualquier otro tema diametralmente opuesto a este?
—Podríamos pero no sería tan personal y no despertaría mi interés por dar consejos gratis —repuso Marta.
—Deberías ahorrártelos o aplicártelos para variar. Me dijo José Luís, el otro día en la oficina antes de patrullar de mañana, que habían recibido varias quejas de los vecinos del barrio acerca de un grupo de prostitutas un tanto perversas… ¿no sabrás nada del tema, verdad?
—Serán esas menopaúsicas frígidas que temen que el dinero que sus maridos, que tan felices manejan, acaben en nuestras manos. Me parece bochornoso que vivan día y noche pendientes de la vecina y no se metan en sus asuntos. ¡Cada uno a su turrón!
—Te equivocaste de profesión. ¡Tú ibas para profeta!
—¡Ya, pero me gusta más que me la metan!
—Ya estas haciendo chistes fáciles y es hora de que vaya a cenar, por aquello de prevenir una conversación de besugos. Cuídate.
—De acuerdo, ve a rellenarte de hidratos de carbono y grasas. Dentro de poco vas a tener que comer por dos… ja, ja, ja. Estaremos en contacto.
Las dos amigas se despidieron fraternalmente y Laura retomó su viaje a casa mientras se intentaba explicar a si misma como alguien tan inteligente y afable como Marta había caído en el decadente mundo de la prostitución. ¿Cómo se podía comerciar con algo tan íntimo y a la vez espiritual entre dos cuerpos? Seguro que no era plato de gusto para nadie, incluso para Marta, aunque intentaría llevarlo lo mejor que podía utilizando la barrera protectora del humor. No hay nada mejor que reírse de uno mismo y aceptar de la mejor manera posible los caminos que uno toma para bien o para mal. Quizá llegue un momento en que el ser humano se insensibiliza a cualquier situación por funesta o horrible que sea, pasando de ser un menester sucio en inhumano a un trabajo monótono como otro cualquiera.

También estaba el tema de tráfico de drogas. Una cosa era degradarse a una misma como mujer y como persona y otra muy distinta era suministrar alucinógenos, que ni siquiera Marta era consciente de la magnitud de los daños que podía ocasionar en los compradores. Comerciaba con cualquier droga de moda que causara furor entre los colectivos más consumidores de estas sustancias. Entre sus clientes había gente muy diversa, desde los ejecutivos y demás gente con un alto nivel adquisitivo a los adolescentes con un nivel de personalidad bajo y altamente influenciables.

Quien quiere lo consigue. Si no se lo vendo yo se lo va a vender otro y de esta forma gano yo. También el tabaco mata y está legalizado, al alcance de todos. El dinero mueve el mundo. Es triste pero vale más un trozo de papel inerte tintado, reproducible que la vida única de una persona solía decir Marta para convencerse a si misma de que lo que hacía no era tan perjudicial y poder dormir mejor en su cama de metro cincuenta y sábanas de raso rojo.

Laura saludó a la señora Manuela, que vivía dos pisos más arriba que ella, al encontrársela en el ascensor. Al salir del mismo la mujer le hizo una radiografía visual de los pies a la cabeza y se fue con aires de grandeza. Era la típica señora cuarentona que gozaba sintiéndose superior y aparentando llevar una vida de lujos de cara al público. Se ganaba la vida limpiando hogares de familias adineradas para pagarse caprichos innecesarios entre ellos su Mercedes de gama alta nuevo. Laura sentía verdadera pena por ella, compadecía a ese tipo de gente que se dejaba la salud y el pellejo en su trabajo pudiendo trabajar más desahogadamente y vivir de forma más sencilla y menos pomposa. ¿Para qué más dinero si no tienes tiempo para disfrutar de la vida y crecer como persona? Un misterio de la era del consumo que dentro de cien años podrán resolver y darle un nombre científico a esa forma de actuar.

Cuando llegó al piso abrió la puerta, se adentró hasta el dormitorio y se desplomó sobre la cama. Notaba como la paz reinaba en su cuerpo y como su mente se evadía a tiempos mejores y futuros.

Eran las ocho. La lluvia caía con fuerza golpeando la única ventana del cuarto de baño con violencia. Había escuchado que en las ciudades donde hace peor tiempo se incrementaba el índice de suicidios y donde hacía más calor subía la criminalidad. ¿Es más digno suicidarse o que te asesinen? En ambos casos no se muere con dignidad, se diferencian en la elección personal. Si te suicidas eliges. Si te matan no eliges.

Él no iba a suicidarse aunque contradijera a las anotaciones de un supuesto estudiado. Él iba a matar.

Con mano firme sin dudarlo un momento agarró una cuchilla antigua de afeitar y aproximó el filo a su lengua. De un golpe seco diseccionó la punta dejándola dividida en dos partes que le otorgaban un aspecto antihumano. La sangre no paraba de manar a borbotones y con semblante frío pasó la cuchilla por un mechero y la trajo de nuevo para si, con el fin de cortar la hemorragia y cauterizar la herida. Cuando la sangre se hubo coagulado se enjuagó la boca para observar su obra maestra, en el pequeño espejo redondo del cuarto de baño, que ante él mostraba su feroz imagen. Sonrió orgulloso. Había nacido la Serpiente.

acerca del autor
Teresa

Teresa Prado Prieto, Palencia (España), 1983. Por motivos laborales, su padre trasladó la residencia familiar a La Coruña. Desde su infancia se sintió cautivada por la lectura y la escritura. En su época juvenil evadía su mente rimando versos lacrimógenos inéditos sobre papel, influenciados por el romanticismo. Llevó a cabo el ciclo formativo "Operaciones de fabricación de productos cerámicos" y más tarde finalizó su trayectoria académica con el ciclo de "Peluquería". Considerada una persona tan imaginativa como versátil, ejecutó trabajos como camarera, comercial, figurante en una serie de televisión autonómica, peluquera y teleoperadora. En el verano del 2006 publicó un relato corto titulado "El beso", para La Voz de Galicia. “Serpiente” es su primera novela escrita y editada.