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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
1 3 2010
Supresión del dolor por Juan Beat

"...Sólo me interesaba la primera de las cuatro nobles verdades de Sakyamuni: Toda vida es dolor. Y hasta un cierto punto me interesaba, además, la tercera: Es posible la supresión del dolor, lo que entonces no creía para nada posible. (Todavía no había digerido el Lankavatara Sutra que enseña que finalmente en el mundo no hay más que mente y, por tanto, todo es posible incluida la supresión del dolor.)

Jack Kerouac

I. SALÓN ORIZABA

Cuando me alcanza la realidad busco un cd de Schumann, sin embargo, cuando suena el opus 8 allegro me alcanzan los recuerdos de esta mi ciudad de México que tanto aborrezco. Me gustaba ir al Orizaba, la famosa apestosa que en algún momento de mi vida se volvió como una extensión del hogar; todos los días entrando con desparpajo y saludando efusivamente. Al salir, me iba por supuesto ebrio y con toda esa carga emocional extraña de las putas, el Rambo y los tristes bebedores; muchas veces no llegaba a casa, me adentraba en circunvalación y terminaba bebiendo en lugares improvisados como hoteles o departamentos viejos.

Una vez llevé a Grissel al Orizaba y fue horrible para ella, debo comentar que el budismos zen la atrapó, además de la extraña y peculiar sensibilidad que tenía a eventos no explicables. Por ejemplo, alguna vez la vi entrar en trance, hablar un lenguaje extraño para terminar desmayándose. Eso puede parecer cualquier cosa, lo que si me sorprendió, fue cuando a mi padre le dio la embolia, muy temprano un lunes yo ya estaba en el Instituto de Neurología, y ella llamándome, contándome que había soñado que mi padre estaba amarrado, que no podía moverse… En ese momento, además del dolor que me causaba ver a mi padre así, me di cuenta que Grissel era una santa, como lo dije en un poema, “es tan santa como John Coltrane” , así que ella no pertenecía a mi mundo tan terrenal, Me perdonó todo, incluso, haberla llevado al salón Orizaba.

II. SALÓN CORONA

Qué recuerdo del Corona, ja… que a Lorena, alias la Miss Courtney (una ex mujer demasiado sofisticada para mi) le gustaba ir; su cabello teñido de rojo y su honda Accord del mismo color eran lo suficientemente atrayentes para que yo incluso la invitara un par de semanas a Zurich. Bueno, ella con autosuficiencia pagó su vuelo redondo Mex-Amsterdam-Zurich; su trabajo como programadora en IBM le dejaba para eso y más. Zaira y Yo la esperamos en el Flughafen de Zürich, su vuelo estuvo retrasado horas, yo dormitaba y daba sorbos de repente a la cerveza fransiskainer, hasta que apareció con su cabellera despeinada y un par de maletas enormes como si fueran cajas de muerto. La pasamos bien en Zurich, ella regresó Ciudad de México, al DF, y yo estuve un par de meses más en Europa; al regresar a mi apestosa ciudad, ella quería a un “hombre de verdad”, uno que tuviese un trabajo estable, que tirara a la basura su caribe 82 y que no hablara de viejos amoríos. Y claro, no puede; una de las últimas veces juntos fue en el Corona, no recuerdo que me platicaba, yo veía con atención el Barça-Madrid… Un año después nos vimos en el Vizcaya, pero solo porque Zaira, amiga mutua, venía desde Suiza al DF y quería conocer esta ciudad.

III. CERVECERIA KLOSTER

Descubrí la Kloster porque a mi padre le gusta ir a un par de librerías viejas sobre República de Cuba, así que seguido después de encontrar algunas cosas interesantes nos pasábamos a la kloster. Comenzaba a ver a Ayesha también, muchas veces me llamaba y al escuchar de fondo a Julio Jaramillo, sabía que estaba bebiéndome algunas cervezas.

Aye y yo siempre bebíamos en la Roma, de casualidad nos encontramos con un lugarcito, una fonda que por las noches era un improvisado bar con cubetazos de cerveza, 50 pesos por 6 león, tres cubetas nos eran suficiente para después subirnos al auto y terminar en moteles de avenida Zaragoza.

Yo me rompí la mano, ella se indignó y aún así quedamos en vernos por última vez; en esta ocasión sin auto, con mi mano hasta el hombro enyesado y sin medir las consecuencias. En la Kloster, Ayesha estaba ya muy dopada, su mirada perdida y reía inesperadamente cuando con desesperación tecleaba su celular, ni idea a quiénes iban esos msg de texto. Fue una noche desagradable, después fuimos al Uta en Donceles y todo fue peor; Ayesha dopada, riendo, y yo desesperado por salir de aquel lugar.

IV. SALON VIZCAYA

Entre los momentos en los cuales Ayesha era mi droga perfecta y… se convirtió en la mujer imperfecta. Una vez pasamos al Vizcaya, era ya tarde, las 12 a.m. y por supuesto estaba cerrado, me quedé contemplando la marquesina apagada. No sé de qué nos entró la nostalgia, que nos sentamos fuera, solo con un par de Heineken de lata. Después, caminamos a Garibaldi, se consiguió su droga y amanecimos en no se que hotel por mesones. El par de veces que Aye y yo pasamos al Vizcaya no estaba abierto, muchas veces añoré beber con ella aquí, en vez de aquella fonda llena de oficinistas. Quizá Don Augusto no lo sepa y se ha encontrado con Ayesha dopada y tambaleándose por todo el lugar, después de tantos años sin verla tengo flashbacks nebulosos sobre ella. Debería estar aquí, entre todos, con su mirada triste, bebiendo y metiéndose benzodiacepinas y antidepresivos; me gustaría encontrarla por última vez en esta barra, así como a Luis Martignon, muy delgado, acabado, sin dinero pero sin perder ese espíritu de “Leaving las vegas” que alguna vez comentamos con otros amigos de fuga. Meses después de encontrarme a Martignon en el Salón Vizcaya, supe que murió, dicen que lo atropellaron, que se suicidó… Que sigue vivo; incluso, una mujer en London me contactó, no aceptaba su muerte, parece conocerlo bien, me decía que venía ya seguido al Vizcaya, que tenía un hijo, que sabía que el alcohol y la diabetes lo habían terminado.

Yo odio esta ciudad, pero no este espacio, es reconfortante, aún cuando en la soledad solo me beba un par de jarras, además, me he dado cuenta que hay un punto en el que se termina el “dolor emotivo”, quizá por indiferencia, quizá por resignación… De cualquier manera, agradezco, no tener más uno de esos dolores…

acerca del autor
Juan

Juan Ismael Ramírez Labastida (Juan Beat), México, 1976. Es licenciado en psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue director fundador de la revista estudiantil “Comunicantes”, de la Facultad de Psicología de la misma universidad. Es editor de “Los Avengers Fanzine” y ocasional colaborador de Generación y Resonancias. Ha colaborado en diversas revistas electrónicas mexicanas e internacionales. No premios, no becas, bebedor de cerveza oscura y músico de bop frustrado. Sus principales influencias son: Jack Kerouac, Charles Bukowski, John Fante, Raymond Carver, Fernando Vallejo, Alejandro Jodorowsky, David Lynch, Pedro Almodóvar, John Coltrane, Charlie Parker…