En este cuento breve se conjugan pasado, presente y futuro, se funden en una sola esfera como si se tratase del tiempo circular. La niña Carla, en una plaza, gira en torno a un montoncito de hojas de eucalipto al que le han prendido fuego una tarde de domingo. Caminando por la plaza con sus amigos y hermanos siente un malestar, un dolor inexplicable y constante. Al extremo de la plaza hay un extraño puente blanco de concreto que es sinónimo de un dolor para aquella niña a través de un recuerdo lejano. Sin embargo amaba el puente blanco por «cierto aire fantástico o de leyenda, solo pudiendo ser apreciado así por un infante». La voz de una mujer que llora reclama su presencia. La niña también llora y la voz decía con desesperación que no quería morir. Al final surge una nada de tiempo y espacio como si lo sucedido fuera una ilusión, un sueño o un mero recuerdo. ¿El pasado de la niña como objeto de conocimiento y el futuro como campo de mejoramiento? Creemos que ni lo uno ni lo otro. El tiempo de este enigmático cuento es el de la serpiente que se muerde la cola. Rubén López Rodrigué (Bogotá).
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