Esta poesía podría despertar una sensación de extrañamiento. En comienzo, en el seno del mito, los astros (en concreto la luna y la gran estrella) son equiparados metafóricamente a la mujer, la madre, la amante, la fiera que no excluye el amor ni el placer; como en un animismo en que cosas y personas tienen ánima. Eso está bien y es función de la poesía. La naturaleza aparece de nuevo, conservando un carácter mítico, en la mujer que se fusiona con el olor del árbol, en el ave que evoluciona o en el árbol que imita al abuelo. Atenidos a la irrupción del versolibrismo, digamos que estos poemas traen como extraño sonido los moldes tradicionales de la rima. En ocasiones (no siempre), las rimas forzadas destruyen el equilibro del poema. El amor aparece con su destructividad aunque se diga que al amor lo caracteriza su contrario: la constructividad. Alguien podría pensar que estos poemas de Luis Gil tienen una versificación débil, incolora y de un gusto mediocre; pero no: si hablamos de extrañeza no será en el sentido de convertirse en algo extraño, separado y excluido del río de la vida. Rubén López Rodrigué.
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