En estos poemas el poeta es invadido por el dolor sinónimo de amargura con sabor de cenizas; difícil pensar en la agradable mezcla entre el gusto amargo y el gusto suave en el vino semiseco cuando se atraviesan desquiciados demonios, como haciendo eco de Las flores del mal donde Baudelaire enseña que Tánatos es como un demonio que maneja el hilo de nuestras vidas. Una “fosa de calaveras” donde Rusvelt Nivia Castellanos contempla el horror de su propio río. De esa fantasmagoría nace la idea o la clave del poema. Como en la rueda del tiempo, pasado, presente y futuro se conjugan para dar paso a la rebeldía de la niñez, a un presente de guerra que no cesa (no obstante los acuerdos de paz con la guerrilla, en nuestro país Colombia todavía quedan remanentes de guerra), a un futuro en que los hombres serán humildes y se darán la mano. «Amor, demos amor a la humanidad», dice el poeta, recordando esa demanda propia del eterno retorno nietzscheano. La esperanza vuelve y retorna a los versos del poeta destinada a cubrir todo el espacio «Sin conceder al alma / Ni siquiera el recurso de quebrarse» (Ungaretti, El dolor). Rubén López Rodrigué.
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