Los versos de Osvaldo Vargas vuelan dentro de una botella de náufrago en el espacio. El poeta esgrime la duda al contemplar acontecimientos recordados borrosamente con la intención de reconstruirlos o imaginarlos en el territorio del poema. Esta intención descansa, ante todo, en la memoria, una memoria que es vecina de la muerte. Decía Ungaretti que “Después de tanta niebla / una a una / se revelan las estrellas”. En el caso de nuestro autor no importa que sean estrellas negras “atravesadas / por mil agujas indoloras / que trasportan verdades / monstruosas”. Aquí los recuerdos se remontan a las épocas primigenias de los dioses amorosos, no plagados de indiferencia hostil, y surgen las reminiscencias porque se hacen “sangre, mirada y gesto” (Rilke). Osvaldo Vargas viaja con su imaginación fuera del tiempo cronológico, trasciende esa duración interior compuesta de tiempo y espacio. Ese tiempo no trascurre lineal, en una dirección única, puesto que en su universo interior la reversibilidad es la regla. Se hace eco de Kavafis cuando afirma que la poesía, en un intento por paliar el dolor, sabe bastantes remedios mediante la imaginación y el verbo. Rubén López Rodrigué.
Osvaldo Vargas Salomé, oriundo de Mochitlán, Estado de Guerrero (México), 1996. Sus intereses personales abarcan un amplio abanico de temas, aunque no ha tenido la ocasión de revisarlos detenidamente. Comenzó a leer libros a la edad de 16 años, una tarde sin electricidad que terminó en el enfrascamiento absoluto de la novela, “El caso de Charles Dexter Ward”, de H. P. Lovecraft. Fue su primera incursión a las letras. Sus géneros preferidos van desde el drama, la tragedia hasta la fantasía, la ciencia ficción y el terror.