Esta poesía en su instantaneidad nos pone ante una mirada más tajante que un bisturí puesto que descarga su filo criminal sobre el pecho del poeta que logra capturar, detener, dar permanencia a una visión que se adentra en el alma para desarticular mentiras. Si «toda poesía es esencialmente visionaria», como decía el recién fallecido Álvaro Mutis, el poeta nicaragüense Jorge Campos sabe relacionar unos «ojos secos» (que no quieren ir al pozo de las aguas) con unos «oídos anegados» (cuya cera no admite el canto de sirenas), dejando al receptor imaginar, además, unos labios que esconden una sonrisa maligna. En esa visión inmediata de elementos y de situaciones, trata de unos ojos que reciben heridas con una espada invisible, pasando del destino humano a la circunstancia avícola con pájaros cenzontles y zanates, volviendo a un loco que grita una paz, que no es más que una tregua idealizada. Los demonios que arrastran al soñante a un aquelarre son el preámbulo de unos ojos que se queman en la zarza ardiente de la pulsión, pero a pesar de ello él sigue tratando de ver «un mundo con su propia respiración, con su propia razón de ser» (Mutis). Rubén López Rodrigué